• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Las cinco llagas

Por Javier Ancín

De forma milagrosa la epidemia de peste se esfumó y desde entonces la ciudad, agradecida, conmemora este episodio de su pasado tan presente en estos momentos.

Función de las Cinco Llagas con la presencia de la corporación municipal de Pamplona (25). IÑIGO ALZUGARAY
Función de las Cinco Llagas con la presencia de la corporación municipal de Pamplona. IÑIGO ALZUGARAY

Hoy, cuando escribo esto (jueves), que no sé si es siempre todavía, como dijo Machado, se tenía que haber celebrado. Aunque mejor me vendría quizás traer a Garcilaso, porque quiero contar una historia que sucede donde fue ordenado caballero de la orden de Santiago, la pamplonesa iglesia de san Agustín, cada jueves santo desde hace 400 años.

El voto de las cinco llagas está tan ligado a la ciudad, que incluso es el reverso del escudo que instauró Carlos III cuando -era francés, no sabía de lo que podíamos ser capaces-, harto de vernos pelear hasta la destrucción, derribó las murallas de los burgos para poner la primera piedra de la Pamplona que para bien o para mal hoy somos.

Allá donde veas el león rampante con la corona flotando sobre su melena, detrás siempre estarán esas cinco heridas que para los cristianos son el símbolo de la pasión y muerte de Jesucristo, un viernes santo, como este viernes santo en el que ahora sí es ahora, de hace, dejémoslo ahí, sin enredar con la fecha, 2020 años.

En 1599 Pamplona estaba barrida por la peste, esa enfermedad que te llenaba de babas, se inflaban los ganglios linfáticos de ingles, axilas y cuello hasta que reventabas, podrido, y morías, sin remedio. 300 personas habían fallecido ya, casi tantas como ahora con el coronavirus, y la ciudad estaba desesperada.

Hasta que un fraile franciscano de Calahorra tuvo un sueño que nos salvó la vida... Se debían imprimir insignias con las cinco llagas que la gente portaría al pecho durante 15 días y al final de estas dos semanas, la enfermedad remitiría.

Así se hizo y así ocurrió. Se imprimieron y repartieron entre la población como hoy los voluntarios imprimen y reparten pantallas protectoras de plástico entre quienes nos cuidan.

De forma milagrosa la epidemia se esfumó y desde entonces la ciudad, agradecida, conmemora este episodio de su pasado tan presente en estos momentos, con un oficio religioso al que acude la corporación municipal, cada jueves santo, para renovar el voto en la iglesia de San Agustín.

Quizás cada jueves santo podríamos sumar tradiciones a la tradición, la historia de las ciudades se hace así, y aplaudir desde los balcones y hacer sonar las sirenas de todas las ambulancias, de todos los coches patrulla, también para conmemorar que, cuatro siglos después de aquella enfermedad, otra asoló Pamplona con igual virulencia y encomendándonos a los equipos sanitarios, a los cuerpos de seguridad, a cientos de voluntarios, a miles de trabajadores anónimos conseguimos salir de esta crisis sanitaria  si no de forma milagrosa, al menos sí de manera heroica.

Ojalá dentro de otros cuatro siglos sigan aplaudiendo en la Pamplona que les toque vivir a nuestros tataranietos, a las ocho de la noche en las ventanas cada jueves santo, para agradecérselo. Y eso es todo.


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