• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Irse de las redes sociales

Por Javier Ancín

Una de las cosas buenas que trajeron las redes sociales es que en las discusiones se acabaron los gritos. A mí eso me dio la vida, el silencio.

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Una de las cosas buenas que trajeron las redes sociales es que en las discusiones se acabaron los gritos. Al contrario que en una pelea de tráfico en la que solo hay berridos de ventanilla a ventanilla, sin enterarte realmente de nada, captando palabras, insultos en realidad, inconexos, tú entrabas en tu perfil y ahí estaban los mismos insultos, también inconexos, pero en la paz de no tener que oír ninguna voz.

A mí eso me dio la vida, el silencio, lo reconozco, no tener que escuchar el estridente timbre del personal que necesitaba buscarte para, agarrándote de las solapas digitales, decirte que no tenías ni puta idea. Pues muy bien, señora, me alegro mucho de que haya llegado a la misma conclusión que yo.

Gracias por tener la necesidad de buscarme hasta en linkedin, donde tengo un abandonado muro con un único cargo: amo de casa, para decirme que no entiende cómo alguien puede perder el tiempo en mí. Al contrario que buscar para comentármelo un perfil derruido en una red indescifrable en la que no entro hace siglos, pero que me sigue mandando correos, que algún día tendré que cerrar como algún día habrá que desapuntarse del gimnasio al que hace meses que no vas. Pero da tanta pereza acercarse hasta el local o la web y hacerlo que lo dejas como dejas todo en esta vida... que se vaya diluyendo creyendo que un día se habrá evaporado del todo.

Esa necesidad no comentarte nada útil, ninguna novedad reseñable, algo que no sepas, simplemente hacerte participe de su fobia, que va a dejar de buscarte, esta vez sí, prometido, es la definitiva, como si le fuera imposible continuar con su vida si no te lo comunica, es una cosa curiosa. Es decir, la peña está como un cencerro. Ábrase un blog, buen hombre, para expresar al mundo su amor por la compota de manzanas y no pierda más el tiempo en decirme que no tengo ni puta idea porque no me guste ese postre, ese brebaje de textura tan desagradablemente viscosa.

A mí esa ida de olla me pasaba cuando dejé de fumar, que tenía la necesidad continúa de decirle a  todo el mundo que iba a dejar de fumar... porque no era capaz de hacerlo, esta vez sí, te lo juro, ni un cigarro más, hasta que lo conseguí y ya no se lo comenté a nadie porque no había ya nada que comentar.

Ahora que solo tengo activa mi cuenta de Instagram para poner fotos de paisajes, que son las fotos de gatitos de los que no tenemos gatitos, mi vida es más placentera porque me he olvidado de ese jaleo. Pero no del todo, que cíclicamente algún trastornado te busca entre los gatitos para explicarte que no te conoce de nada pero que no le gustas, que nunca más va a buscarte y que no entiende cómo alguien puede perder el tiempo en encontrarte para decirte que no le gustas, que nunca más va a buscarte y que no entiende cómo alguien puede perder el tiempo en encontrarte para decirte que.... puto bucle infernal.

Si hemos conseguido estos años que se ahorre una pasta al Servicio Navarro de Salud en recetas para ansiolíticos -de forma gratuita que yo estoy abierto a subvenciones jugosas para revertir mi decisión-, lo daremos por bueno, pero de aquí en adelante, que los divierta otro, que ya me he aburrido que contribuir a la salud mental del pobre diablo.

A ver si esta vez dejo de fumar Twiter para siempre. Crucemos los dedos para no recaer como el pobre yonki digital que soy, que he sido, que seré. Ay. Y eso es todo.


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