• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

La historia de Navarra es historia de España

Por Javier Ancín

Navarra no tiene la necesidad de estar llorando cada segundo, característica suprema del aberchándal, por un pasado que no ha existido, nosotros miramos porque podemos de tú a tú a la historia de España, porque la forjamos. 

Pintura de Ramón Stolz. Boceto para tapiz de Sancho el Fuerte (1950) Museo de Navarra.

No hay como salir de Pamplona para darse cuenta de que las monsergas identitarias vascas, el nacionalismo rampante que no están intentando meter raca-raca es en realidad ramplón de boina y alpargata, de mirada cejijunta y corta, que poco o nada tienen que ver con lo que somos, con el camino que la historia ha elegido para traernos hasta la orilla del presente navarro.

El aberchandalato es tan infantil, ojalá fuera tan tierno, como ese niño que intenta colar la pieza circular por la rendija triangular del juguete, y cuando ve que aquello no entra ni a tiros, nunca mejor dicho, percute y percute sin conseguir que la realidad pase por donde él desea.

¿Queréis identidad?, pues coged identidad y no os la inventéis, majaderos, que si Navarra se caracteriza por algo es por tener una historia que se le desborda, tanta, que hemos estado en prácticamente la totalidad de los saraos que desde hace siglos conforman España. 

Me pasé de visita por la catedral de Pamplona el Domingo de Resurrección y me di cuenta de que allí estaba todo. O casi. 

Solo en el claustro, que está magnífico tras la restauración, no es que merezca una visita es que merece una estancia de días, tienes la flor de lis de la monarquía francesa, recordemos que el primer Borbón que se sentó en el trono de un reino fue en el de Navarra; un guerrillero que combatió a los franceses en la Guerra de la Independencia y que permaneció fiel hasta el final a la Pepa, la primera constitución española, la de Cádiz de 1812, enterrado en un mausoleo con la leyenda: Navarra a su esclarecido hijo, don Francisco Espoz y Mina; y para terminar, una capilla dedicada a la batalla, quizás la más paradigmática de la reconquista hispana, la de las Navas de Tolosa.  

Navarra no tiene la necesidad de estar llorando cada segundo, característica suprema del aberchándal, por un pasado que no ha existido, nosotros miramos porque podemos de tú a tú a la historia de España, porque la forjamos. 

Hace unos días estuve comiendo frente al campo de batalla de la Navas de Tolosa y pensaba en ello. Estoy a unos 700 kilómetros de Pamplona y la identidad de Navarra está ligada, indisolublemente por si no fuera suficiente, a este lugar de la provincia de Jaén mucho más que a un valle sombrío de Guipúzcoa, por poner algo que los aberchándales adoran. O de las Encartaciones de Vizcaya, que ni los propios aberchándales saben situar en un mapa. 

De aquí se llevo Sancho VII el fuerte las cadenas que según la tradición configuran el actual escudo de Navarra, además de la esmeralda central, y con parte de ellas, fundidas, se construyó el enrejado de hierro de una factura finísima de la capilla del claustro de la catedral de Pamplona de la qué hablábamos antes.

Otro día hablamos, si las lágrimas de los aberchándales nos dejan y no lo embarran definitivamente antes todo, de la importancia de la herencia de Sancho III el Mayor en la configuración de la España actual, donde el rey navarro fija en su testamento, entre otros territorios, a los reinos de Castilla y de Aragón. Y eso es todo.


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