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Opinión / A mí no me líe

En euskera no se puede escribir Pamplona

Por Javier Ancín

A veces hay suerte, no todo va a ser un infierno, subes al cielo y puedes contemplar sobre un mar de nubes la nada, que es azul y blanca.

Folleto de la campaña de Asirón para fomentar la amabilización en Pamplona.
Folleto de la campaña de Asirón para fomentar la amabilización en Pamplona.

Con un sol que calienta una ascensión que ha sido fría, mucho, atravesando la bruma densa, casi sólida, desde un suelo donde nevaba, un suelo cubierto de blanco. A veces hay suerte y te invitan a subir en un globo a ver el mundo desde fuera.

Así estaba yo hace unos días, mirando desde el borde de la barquilla el silencio del azul cielo. El altímetro marcaba 9 000 pies, unos 3 000 metros de altura, y todo era de una belleza que apabullaba. Alguien había abierto una botella de champán, porque en ese globo éramos de champán, y circulaba una caja de chocolates negros de primera.

Copa en mano y con tres bombones en la otra miraba el horizonte sin localizarlo. La eternidad es está curvatura de la tierra. La luz pura, los colores limpios, nuestra sombra, ese balón oscuro sobre la cama de nubes. Todo era de una belleza que apabullaba. Y cerré los ojos para respirar profundo. Y entonces sucedió. El bolsillo superior del Barbour comenzó a vibrar. Es Dios, pensé, que viene a perdonarme mis pecados. En este sitio y a esta altura no puede ser nadie más.

Y claro, no era Dios porque Dios no existe. Un WhatsApp. Otro, otro y otro más. Un colega me braseba a mensajes. Qué cojones quiere este. Y al abrirlos casi se me salta el móvil de las manos y dos de las onzas de chocolate se fueron, cayendo en las nieblas del olvido como Elsa Schneider al final de Indiana Jones y la última Cruzada. Puto desperdicio de Godivas... joder.

El alcalde mi pueblo, el tal Asirón, que rima con me cago en la puta qué sustos me metes, copón, se me apareció en la pantalla con cara de querubín troglodita. Tuve que ahogar un grito de espanto para que nadie se pusiera nervioso.

Por un segundo pensé que tenía principios de mal de altura, alucinaciones de las que hablan los himalayistas. ¿Qué es esto y qué hace este pavo jodiéndome este momento? Acerté a teclear. Tu alcalde, me contestó mi colega, que ha impreso con el dinero de todos unos cuadernillos para que amemos su amabilización. 50.000€ se ha gastado en esta parida. Mándamelo todo, por favor, luego lo miro en el hotel. Y ya nada volvió a ser tan pacífico como hasta entonces. El mar de la tranquilidad se fue disipando.

El vuelo termino al rato con un suave aterrizaje y ya en el hotel me puse a pasar las fotos que me habían llegado. Un cuadernillo la mitad en euskera la mitad en español. Una estupidez. Foto del alcalde con carta donde entre otras lindezas suelta un “han pasado seis meses largos...” como si los meses, siempre de la misma duración, pudieran ser largos o cortos. Firmado, el alcalde de Pamplona-Irroña. Bah, cuanta gilipollez, pensé, y cuando ya iba a borrar las fotos me dio por mirar las que estaban escritas en euskera.

Ez busti, ez tolestu. Blablablá... Autobía. Blablabá... Tiratu, butlzatu que a mí me da la risa. Blablablá. Es kara la kakatua, blablabla... y la firma. Irroñeko alkatea. Anda, qué curioso, me digo. En español Asirón firma como alcalde de Pamplona-Irroña y en la versión en euskera solo firma como alkatea de Irroña.

Tócate las narices, luego somos los demás los que no respetamos el bilingüismo -un huevo colgando y el otro lo mismo-, cuando ellos para no contaminar su idioma de diferenciación que no de comunicación, suprimen la mitad de la denominación de la ciudad. En euskera no se puede escribir Pamplona, oye. Vale, bueno es saberlo, habitantes de Irroña. Tomamos nota los habitantes de Pamplona que Pamplona, en realidad, os importa una mierda. Y eso es todo.


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En euskera no se puede escribir Pamplona