• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

La verdad en el encierro

Por Javier Ancín

Estos Sanfermines me he feriado un pase para el encierro y estoy disfrutando como nunca. 

Séptimo encierro de San Fermín con toros de la ganadería La Palmosilla en el tramo de callejón y entrada a la plaza de toros. Maite H. Mateo9
Séptimo encierro de San Fermín con toros de la ganadería La Palmosilla en el tramo de callejón y entrada a la plaza de toros. Maite H. Mateo9

Poder vivir desde dentro del recorrido, donde me plazca, el misterio, sin el acojono que se te pone dentro cuando vas a correr, subiendo por las ingles hasta el estomago, con esa mirada en túnel que hace que no veas más que lo que tienes que ver, el toro acercarse, es un lujo que a mi edad me está sentando, madrugones al margen, como Dios.

A las siete me meto en ese vaso sanguíneo impermeable alicatado hasta el cielo de maderos que son los 848 metros, con mi cámara al cuello y voy fotografiando caras, gestos, sensaciones, miradas, manos chocando... manos apretándose en un puño, respiraciones, bufidos, suspiros, algún reniego, dedos que persignan, que tocan al santo que desciende por toda la cuesta de Santo Domingo, en brazos, hasta que lo suben a su hornacina para que los mozos le canten, esperando su capotico.

En el mundo de los toros se habla de la Verdad, con mayúsculas, algo que nadie sabe definir muy bien, parecido a lo que en flamenco llaman duende, concepto con el que tampoco se ponen de acuerdo hasta que sucede. Ahí nadie duda de que, en una atmósfera determinada, intensa, densa pero etérea, que lejos de impedirte los movimientos te los facilita, cuando la verdad acontece todo el mundo puede reconocerla.

Es esto... pero una décima de segundo después, se desvanece y no eres capaz de transcribirla. Como cuando despiertas de un sueño que en ese instante sigue siendo real pero para cuando quieres fijarlo en tu memoria o en tu libreta de notas, ha desaparecido, humo, para siempre. La verdad es la sublimación del arte, creo... o trascender al propio arte, sobrepasarlo todo o yo qué sé qué es.

Quizás sea el áurea, imperceptible, como en esa mirada de la que he sido testigo de un corredor hacia el santo y San Fermín, desde ahí arriba devolviéndosela, una comunicación que para cuando he querido subir el visor de la cámara a mi ojo y disparar para hacerme con ella ya había pasado... como la vida.

Durante ese instante, que se ha roto justo cuando el mozo terminaba el gesto de la señal de la cruz con el pulgar sobre su frente, en el mundo solo existía él. Él y el santo... en una pausa perfecta, iluminado todo como si no fuera natural, con un cañón de luz guiado por alguien que tiene muchos años de experiencia.

La carrera ha sido como tantas otras. Desde donde yo estaba, subido al vallado del mercado de Santo Domingo, con mi espalda apoyada en la trasera del ayuntamiento, he grabado 9 segundos. Un vendaval que lo arrasa todo pero a cámara lenta. Cuando ya se ha ido surgen los caídos, de rodillas, como en las películas de guerra, cuando la adrenalina ya no tiene donde ir porque es bombeada fuera del cuerpo, por alguna herida que no sabías que estaba ahí.

Este encierro ha ocurrido antes del encierro... y después, cuando a un conocido corredor, con la mirada todavía de quien ha metido la cabeza en las fauces de la bestia y aún no ha parpadeado después de sacarla, le he dado un abrazo porque pensaba que era él el que yacía en la calle, sangrando, de un topetazo, y le he dicho que me alegraba de verlo, de verlo bien, joder, y el me ha contestado que hoy sí que le había visto los ricicos al toro. Y eso es todo.


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La verdad en el encierro