• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Elegía a Philip Roth

Por Javier Ancín

En Nueva York, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Philip Roth, con quien tanto quería.

Philip Roth, en Nueva York.  Reuters (El Español)
Philip Roth, en Nueva York. Reuters (El Español)

Lo mejor que puedes hacer los días de granizo es subir a la terraza en pijama -yo soy más de ático urbanita que de chalet hortera en urbanización random-, coger un libro, las gafas de sol, los auriculares y leer entre aviones, a lo lejos, que despegan y aterrizan como en la peli Gattaca ascendían los cohetes hacia el cielo. Como en la canción de Radiohead Let Down: Taking off and landing/ The emptiest of feelings. Disappointed people/ Clinging on to bottles. Despegando y aterrizando/ el más vacío de los sentimientos. Gente desilusionada/ aferrada a botellas...

Opté por Elegía de Philip Roth, para releerlo tranquilo, ahora que el autor americano acaba de morir, y por una lata de Mahou -las botellas pesan demasiado y corres el riesgo de meter mensajes en ellas y lanzarlos al mar-, para refrescar la mañana, para agarrarme a algo antes de abrir esa portada como una lápida, como una fosa negra que tengo en mi edición de tapa dura de Mondadori. 29/01/2009. FNAC de San Sebastián. 15.50€ dice la etiqueta.

Me impresionó ese libro cuando lo leí entonces, supongo que en ese café que hay donde el donostiarra Peine del viento -antes iba mucho por allí a leer-, por la normalidad con la que se muere el protagonista, sin épica alguna. Casi como si fuera un hecho más que reversible, banal. Al final de la vida te mueres. Ya está, no hay más, un acto administrativo. Una tarea más de la lista que tienes pegada en la nevera con un imán, entre ir al dentista y renovar el carnet de conducir. Primero me muero y luego ya pago el seguro del coche o paso la itv o me desapunto del gimnasio, que total, ya no me va a hacer falta en esta nueva etapa de mi vida, de mi muerte, de mi vida muerta.

Un día vas, te mueres y ya está. Tampoco es para tanto, liberado del ser, dice Roth, entrando en la nada y sin saberlo, porque le pilla el infarto durmiendo al protagonista. No hay nada grande en ello, es todo un poco como ponerte ciego para olvidar a tu ex con el vino blanco con tapón de rosca para cocinar que tienes en la nevera.

La definición de la RAE de Elegía está a la altura de esa normalidad terrorífica: "Composición lírica en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro acontecimiento infortunado". O cualquier otro acontecimiento infortunado, y tan infortunado... y normal, intrascendente casi, como quien pisa una baldosa suelta un día de lluvia y se salpica toda la pernera del pantalón de agua sucia. Vaya contrariedad, y te sacudes con la mano a ver si evacua un poco el remojón y seca antes.

Kafka lo habría resumido con más precisión. Seguro que se habría acordado de la mítica entrada en su diario: acabo de morirme, por la tarde clase de natación... por la laguna estigia.

Philip Roth se ha muerto sin que le dieran el Nobel de literatura el año que no hay Nobel de literatura. Se podría decir que el autor americano se ha muerto dándoles la nada a los suecos, porque en realidad, ¿para qué iba a querer un premio tan desprestigiado un escritor que era un genio? El Nobel ya nunca tendrá un Philip Roth en sus vitrinas. Que se jodan los suecos, que se quedan sin el premio de uno de los mejores escritores del siglo XX en su academia de abusadores sexuales. Y eso es todo.


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