• miércoles, 24 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

El fútbol es una cosa demasiado seria

Por Javier Ancín

En el mundo no hay tantos sitios donde ser feliz, y la copa de Europa es uno de los mejores lugares que se me ocurren para serlo. 

Luka Modrix, durante un momento del partido entre Real Madrid y Chelsea en el Bernabéu. OSCAR BARROSO / AFP7

Desde que me quité del Barça porque se volvió, aún más, un equipo con mentalidad de pueblo, solo para los del pueblo, pegándonos una patada en el culo a sus propios aficionados por forasteros que éramos del pueblo de al lado, ya solo soy del equipo de mi niñez: Osasuna, claro.

Yo, que había visto en La Romareda, con la camiseta del Barça puesta, la final de copa contra el Atlético de Madrid, aquel Atleti del doblete y de los paseos de Gil con Imperioso por Neptuno, sufriendo por un Cruyff crepuscular que se iba yendo ya para siempre. Yo, que camuflado en las gradas del Bernabéu había animado a los blaugranas una vez que pude ver el clásico en directo, ese día que decidí que me quitaba de un club más preocupado por la política local y las identidades regionales que por hacer felices universalmente a sus aficionados, también me curé de mi madriditis.

Nunca seré del Madrid porque hay cosas que se forjan en una edad temprana que ya no volverá y una vez que traspasas es fragua adolescente, cuando te haces adulto, el cuerpo humano ya sólo admite desprenderse de escudos, nunca alistarse a nuevos, que es muy cansado empezar de cero.

Pero igual que nunca seré del Madrid decidí que el fútbol es una cosa demasiado seria como para perder el tiempo siendo contra un equipo, y si hasta yo había conseguido una vez escribir un artículo laudatorio en Pozas tras leerme un libro de Ramiro Pinilla sobre el Athletic Club, a la sombra del escudo de San Mamés, el equipo que más ha hecho por la desaparición de Osasuna robándoles sus activos, sus máquinas, a cambio de algo tan inútil en fútbol como dinero, y no mucho, era una gilipollez ser antimadridista.

¿Para qué cabrearse cuando la volea de Zidane en Glasgow entró por la escuadra en vez de admirarla? ¿Para qué apagar la tele ayer, con ese pase mágico con el exterior de Modric, en vez de disfrutarlo? Además Modric es mi debilidad. A un niño de seis años que vio como a su abuelo lo asesinaron en la guerra de los Balcanes y que tuvo que irse de su casa, un refugiado como los que hoy vemos con sus peluches recorriéndose Europa desde Ucrania, todo lo bueno que le pase siempre me parecerá poco.

La clasificación para las semifinales de la Champions son el mejor lugar del mundo para quedarse a vivir y solo ocurre durante cuatro partidos al año. Me gustan más incluso que la final, que en una final siempre hay aroma melancólico a despedida de verano. En el mundo no hay tantos sitios donde ser feliz, y la copa de Europa es uno de los mejores lugares que se me ocurren para serlo.

Si Camus decía que todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol, yo aún voy más allá. Todo el hedonismo que he perseguido durante mi vida se lo debo a ese deporte que solo tiene como fin la belleza, el gozo, la alegría de estar vivo. Jamás he sido tan feliz como cuando marcó el gol Aloisi que nos llevaba a los osasunistas a la prórroga en la final de copa del Calderón. Me abracé con medio graderío al que no conocía de nada, venciendo mi misantropía, porque el planeta en ese instante era un lugar habitable, por fin. Un paraíso donde nada malo a nadie podía pasarle. Y eso es todo.


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