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Opinión / A mí no me líe

El encierro es infinito

Por Javier Ancín

Es inabarcable el encierro, cada encierro, cada tramo del encierro, cada metro, cada adoquín...

Revellers sprint near bulls and steers during the running of the bulls at the San Fermin festival in Pamplona, Spain, July 9, 2019.
Revellers sprint near bulls and steers during the running of the bulls at the San Fermin festival in Pamplona, Spain, July 9, 2019.

El ruido ha pasado. Ese ruido que hacen los políticos del que hemos hablado estos días, ese ruido que solo busca publicidad para sus monsergas, llega un momento en los Sanfermines en el que desaparece, se diluye en el torrente de la fiesta y ya no es ni un eco. Pamplona se lo come todo... y no queda ni la raspa de la espina.

Ni un recuerdo. El ruido no deja nada. Nadie se acuerda pasados diez o doce pasos de la china que se acaba de sacar de la zapatilla que le estaba jodiendo desde hace un buen rato. Joder, qué alivio...

Decía el fabulista clásico griego Esopo que la rueda más estropeada del carro es la que hace más ruido. Todo el ruido que nos han volcado como un balde de aguas fecales los aberchándales solo es un engranaje destartalado que no sirve para nada.

Horas y horas de ruido... días de ruido inútil.

Pensaba en ello esta mañana mientras, apoyado en el hierro de un balcón que daba a la curva de la Estafeta, esperaba a que pasara el encierro. Qué poco dura lo importante, lo eterno... un instante. Y ya. Diez o doce segundos de silencio, en el que todo ocurre sin que puedas hacer nada más que mirarlo, y no te da ni tiempo a retener porque es inmenso.

Es inabarcable el encierro, cada encierro, cada tramo del encierro, cada metro, cada adoquín... también lo he pensado. Lo que he visto con mis ojos, he grabado con el móvil y la repetición de la retransmisión de la tele que ha completado luego el cuadro, esos diez o doce segundos, eran completamente diferentes los unos de los otros.

No tenían nada que ver. Reconocía a los mismos corredores pero es como si en cada soporte realizaran una coreografía diferente. El encierro es un bucle de belleza infinito que solo se puede intentar comprender desde la irrealidad de que no hay un único movimiento en el mismo espacio y en el mismo tiempo. Todo es como una gran ilusión óptica, tan plástica, tan atrayente, que no puedes dejar de volver una y otra vez a intentar acercarte a su misterio.

Una espiral como las que fríen en la Mañueta desde hace casi 150 años antes de trocearlas para poder abarcar, a bocados, todo el tiempo del mundo. Cada churro, una décima de segundo en medio palmo de adoquín...

Me he subido una docena y, zampándome la historia y la física, he visto pasar los gigantes, desde el cielo, viéndoles dibujar con sus ropajes un círculo perfecto. Otra hélice, otra órbita, otra galaxia...

Pamplona se desplazaba y hoy podría haberme quedado la vida entera en ese balcón, quieto, mirándolo todo por primera vez, siendo yo y yo de niño al mismo tiempo.

Quizás hasta me haya quedado y aún siga allí, esperando a que todo eche a correr, porque quizás no haya comenzado y aún falten unos minutos para que den las ocho de la mañana en la iglesia de San Cernin y se ponga en marcha la máquina, el prodigio. Y eso es todo.


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