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Opinión / A mí no me líe

El aberchandalismo y el odio

Por Javier Ancín

No hay nada que me guste más que sentarme en una terracita al lado de algún grupo de aberchándales, pedir una caña, meter oreja y escribir a su dictado algún artículo. Me chifla ponerlos en el microscopio, vamos.

Violencia callejera en Pamplona tras una manifestación convocada por la izquierda abertzale llamando a la _autodefensa ante la represión_. MIGUEL OSÉS_4
Violencia callejera en Pamplona tras una manifestación convocada por la izquierda abertzale llamando a la "autodefensa ante la represión". MIGUEL OSÉS

Creo que por eso aún me dejo caer por Pamplona de vez en cuando, para cultivar ese vicio que tengo desde los tiempos de plomo, donde hasta escribir, o sobre todo escribir, era realmente un peligro. De entre todas las variables en las que fijarse a mí me chiflan dos. La primera es ver los cambios en la moda que visten, el uniforme, ahora es muy cool una riñonera asimétrica sobre una nalga. La segunda es cómo usan la lengua, han desterrado la palabra fascista, por ejemplo.

Durante una época de mi vida, uno de los divertimentos que tenía con mis amigos, en las cenas, era contar las veces que me llamaban fascista en los comentarios de mis artículos. Fascista, chupito, y claro, terminábamos con unas tajadas que ríete tú de aquel etarra que le llamaba borracho a un juez porque nos habría acribillado a tiros a toda la mesa antes del teleberri.

La palabra fascista ya la han dejado de usar porque como la han exprimido, retorcido, desquiciado, vaciado de contenido tanto ya no tiene ningún efecto entre los aludidos. Otra coña con mis amigos que teníamos era llamar fascista a todo: hace un tiempo muy fascista para llevar abrigo, estos macarrones fascistas están pasados, ¿alguien ha traído hielos fascistas para los gintonics? Cosas así.

Y entonces los aberchándales, llegado a este extremo de risión, se dieron cuenta de que era una inutilidad la palabra fascista, de que ya ni temblaba el misterio cuando la soltaban ni se abría el suelo y nos engullía a todos, así que supongo que un poco por ridículo la aparcaron. El aberchándal si es algo es un cansalmas y en vez de dejar de calificar a todo bicho viviente, emprendieron una búsqueda frenética para encontrar la nueva palabra que lanzar a la cabeza del personal.

Después de unos cuantos ensayos decidieron que la palabra que iba a sustituir a fascismo y su derivados iba a ser... tatatachán, odio. Tenemos odio aberchándal desde hace una temporada hasta en la sopa. El odio... ellos, que profesan una fe basada en el yo contra tú. Ellos, que profesan una religión basada en esa palabra tirándosela a la cara ahora a todo lo que se menea. Ellos, seguidores de una ideología que ha quemado, atentado, secuestrado con esa palabra como motor, acusándonos al resto de que el odio nos mueve. De diván, están de diván, y empeñados en darle la razón al Freud andan los mocetes estos. Donde antes era fascismo ahora es odio, hasta que la quemen, como todas y la siguiente sea, yo qué sé, Austrohungaro (va por ti, Berlanga) o te con pastas.

Qué más da, el caso es tirar la vajilla a la cabeza del de enfrente y descalabrarlo. La palabra en realidad es una consigna, una clave, para señalar con el de dedico al enemigo odiado. Te odio porque digo que odias, que escribes desde el odio y ya me legítima para subirte al cadalso. Cosas así y hala, a linchar. Un poco como en la peli de Allen 'La maldición del escorpión de jade', en la que Woody entraba en trance al oír la palabra Madagascar. Madagascar y a saquear joyas de viejas ricas. Pues así anda el aberchandalismo con su feligresía, odio, y a lapidar. Eso sí, tras barbas postizas, como en 'La vida de Brian'. Puestos a hacer de la realidad una farsa hagámosla completa, peliculón tras peliculón.

Pero tienen un problema en todo este proceso. Recuerden, eso ya la decía Karl Marx. La frase literal es así: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Pues eso, que la tragedia es que en nombre de esa ideología antes por escribir te pegaban un tiro en la nuca dejándote el paraguas volteado sobre la acera y un charco de sangre bajo la lluvia.

Hoy la farsa es que como ya en nombre de esa ideología no te pueden matar necesitan hacer algo para que se siga notando que acojonan, pero la verdad es que cada vez acojonan menos, por eso están tan desquiciados buscando una palabra tras otra para señalar al que odian, reduciéndolas a cenizas cada vez en menos tiempo. Más bien producen bastante descojono, mucho, pero creo que aún no son muy conscientes de ello. Ya irán entrando, si tienen paciencia, claro, que eso habrá que irlo vigilando. Hacerse mortal es muy duro. Y eso es todo.


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El aberchandalismo y el odio