• miércoles, 24 de abril de 2024
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Opinión / A mí no me líe

¿A dónde van los aviones de Noain?

Por Javier Ancín

Si Salinger se pregunta en “El guardián entre el centeno” dónde van los patos de Central Park cuando el lago se helaba en invierno, a mí me pasa lo mismo viendo salir y entrar aviones en el aeropuerto de Irroña

Un avión despega del aeropuerto de Noáin con el pueblo de Esquíroz debajo. ARCHIVO
Un avión despega del aeropuerto de Noáin con el pueblo de Esquíroz debajo. ARCHIVO

No sé cuál es porque a mí Stephen King no me gusta, a lo mejor no es ni de él, yo que sé, pero me siento como en uno de sus relatos, que adaptaron para televisión, donde un grupo de amigos en un coche intentaban salir de un pueblo y siempre terminaban de nuevo en la plaza principal. Daba igual qué calle tomaran, por qué recorrido se deslizaran que siempre eran devueltos al punto inicial: tras doblar una esquina siempre diferente, desembocaban en la puta plaza principal del pueblo que los atrapaba angustiosamente. 

Cuando era pequeño, yo que soy un experto en ansiedad y miedos y fobias me inventé una trama parecida para no poder dormir por la noche. ¿Y si cuando salgo de casa y bajo por la escalera para salir a la calle vuelvo de nuevo, una y otra vez, al piso del que provengo? Bajo del nueve al nueve, o del siete siempre al siete, por mucho que corra escalones abajo del cinco al cinco y por el culo te la hinco. Atrapado en una rueda como el hámster de la jaula. No hay salida, la salida solo sería el infarto, es decir, la muerte.

Un poco así me siento en estos tiempos de mierda todo el rato, como si hiciera lo que hiciese fuera imposible escapar de este espacio absurdo. Navarra con la persiana cerrada es un agujero negro con una fuerza gravitatoria tan descomunal que es imposible escapar a su succión. 

A los gobiernos les da igual vernos desquiciados, sometidos a su poder como en un sumidero eterno en el que la fuerza de Coriolis de sus decisiones nos tiene precipitándonos hasta el infinito, sin poder agarrarnos a nada. 

No aflojan porque les va bien tenernos encadenados, así protestamos menos. Pero que se tienten la ropa, que como canta el grandioso Kiko Veneno en su nueva canción con C. Tan(des)gana, hasta los tontos tenemos tope.

El caso es que he renunciado a los cafés del centro, aburrido, y ya me tiro a por los del McDonalds de la periferia, para tomármelos en plan cinematográfico, apoyado en el capó del coche un pie en el suelo, el otro en el parachoques, las gafas de sol aunque llueva, la gorra para tener la sensación de que llego un casco de guerra, intentando descifrar por qué cojones no podemos escaparnos algunos de aquí mientras el tráfico sigue largándose, todo el rato, y tenemos que estar con mascarilla en mitad de la nada, entre deprimidos y con una mala hostia que ya no cabe dentro, yo la tengo repartida por los diferentes bolsillos del pantalón, mirando el horizonte en un polígono industrial solitario, brumoso, lleno de descampados y de tristeza. 

A mi ya solo me mantiene cuerdo la puta pose y las dudas absurdas. Si Salinger se pregunta en “El guardián entre el centeno” dónde van los patos de Central Park cuando el lago se helaba en invierno, a mí me pasa lo mismo viendo salir y entrar aviones en el aeropuerto de Irroña. A dónde van... y sobre todo, quién.

Cada vez que subo corriendo a Cizurmenor y me pasa sobre la cabeza un avión de Binter, los que van a Canarias, lo sigo con la mirada hasta que desaparece entre las nubes o camino de la pista mientras no dejo de pensar en ello. Quién cojones va en esos vuelos... algún día habrá que ir a echar un vistazo. Y eso es todo. 


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