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Opinión / A mí no me líe

Aquellos años 90 que también jodieron los aberchándales

Por Javier Ancín

Hace unos días me dio por meter los discos que tenía de Cranberries, los dos primeros, en el móvil, y me pregunté qué sería de aquel grupo.

 

Dolores O'Riordan, vocalista de The Cramberries
Dolores O'Riordan, vocalista de The Cramberries.

Ni lo busqué, fue algo así como cuando te acuerdas de uno del cole que no ves hace 25 años pero tampoco mueves nada por saber. ¿Qué habrá sido de Fulanito? Y lo único que haces es pensar en  las anécdotas que vivisteis juntos. El qué habrá sido es en realidad el qué fue, cuando fuimos, y en esa sonrisa nostálgica rememorando cada movida juntos, cada trastada o cada carcajada.

Hoy, o ayer, o antes de ayer, cuando lean esto, después de pegarme una paliza de 15 km corriendo por el paseo de Arga -no todo va a ser beber gintonics, kurikas, que sois unos kurikas, rediós. Aquí os quisiera ver a más de uno- con ellos en las orejas un buen tramo. Sudado y calado por el chirimiri, ya en casa, me meto en internet antes de ir a la ducha y me entero de que su cantante, Dolores O'Riordan, se ha muerto con 46 años. Se me ha cortado el alma y se me ha congelado la espalda hasta clavárseme el hielo surgido de la humedad que traía de la calle.

No es que fuera ni mucho menos mi grupo preferido, pero sí que pertenecen a mi mundo predilecto, aquellos años noventa en los que fuimos jóvenes, todo estaba por hacer y los sueños merecían la pena porque siempre te ponía de buen humor pensar en ellos. Se me muere un poco más aquella Pamplona del bar Los Portales, donde jamás escuché una mala canción. Del Sai Koba de Perkins. Al dueño del garito le llamábamos así por unas camisetas que hizo donde un buitre borracho apoyado en la barra se refería así al camarero para pedirle otra: Perkins, otra birra.

A Perkins lo vi hace poco y me hizo ilusión en el Nébula, el histórico bar Monterrojo donde estaban aquellos cuadros con muñecos de cabezas grandes que la gente decía que el pintor los había hecho puesto hasta las orejas de lsd. Añoro aquella Pamplona del Donegal, donde ponía copas la camarera más guapa que he visto en mi vida y un siniestro, en plan The Cure, tampoco nos flipemos, del que contaban historias truculentas los clientes en la cola del baño, obviamente, todas inventadas, que esto es Pamplona y no Transilvania, copón.

La gente aquellos años era muy impresionable. No existía internet, los rumores eran los tuits de la época -se retuiteaban de boca en boca-, y éramos jóvenes, mucho, y excesivos. A aquel ambiente me huele Cranberries, y al Cavas, con su póster de la portada del disco de U2 War en la pared. Irlanda me fascinaba, no tanto por ese grupo, que ejercía de corista, como por el U2 del Rattle and Hum, el Joshua tree o el Achtung Baby y por todo el cristo del IRA, esa movida que tanto me traía loco, como historiador y luego como periodista, desde los 15 años. Con los años me acerqué hasta al Ulster a echar un ojo, pero esa es otra historia.

De aquellos años 90 también me acuerdo a veces del Intrepid fox, en Londres, un garito donde oí varias canciones de Cranberries seguidas, y que para mí, era como escuchar a los Nikis en una herriko aberchándal de Hernani. Aquellos días en los que en ese antro vimos al negro de Prodigy, mientras los aberchándales de las balas 9mm tenían a Miguel Ángel Blanco secuestrado, el ultimo preso político que ha habido en España, antes de pegarle dos tiros en la cabeza, de rodillas, maniatado, para siempre.

¿Qué año fue aquello, 97? Recuerdo que bajaba del hotel, cerca de Hyde Park, con mis 20 años resacosos a por El País, fumando como un carretero, a un kiosco regentado por un indio con turbante con el que charlaba un buen rato sobre esta puta salvajada que sacudió el mundo. ¿Lo van a matar?, me preguntaba el tipo, y yo le decía que sí.

Esa misma conversación la tuvimos los colegas con los que fui en tiendas, cafeterías, incluso taquillas de museos, del metro o con viandantes. ¿De verdad que lo van a matar? Sí, claro, lo van a matar, los aberchándales son así de crueles. Hasta que lo mataron, claro, cómo no lo iban a matar, si llevaban matando de las formas más sádicas décadas.

La gente por Londres cuando nos escuchaba hablar español nos daba el pésame hasta en los pasos de cebra. Vivir el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco en la capital de Inglaterra es de las cosas que más me han impresionado de mi vida. La gente se te acercaba desencajada, como si tú tuvieras las respuestas a ese acto irracional que estaban viviendo, padeciendo, que les estaba golpeando el alma. Yo no tengo respuestas, señora, le dije a una mujer que regentaba un puesto en Camden, yo solo sé que esto es una puta mierda, tengo 19 años y siento mucha vergüenza de ser de donde soy. Creo que nunca volví a ser de aquí. Desde entonces solo soy de algunas ciudades, Londres es una de ellas, por ejemplo, o Roma, París, Berlín, Madrid, Nueva York... Helsinki, Santiago de Chile.

Recuerdo todas las portadas de todos los periódicos del mundo en aquel Londres capital planetaria, hablando de lo mismo, muchas con fotos de los Sanfermines, al día siguiente de que lo asesinaran aún a más cámara lenta de como lo evocamos, que no murió en el acto, cruel agonía de la agonía. El hindú se me echó a llorar, los jóvenes somos insensibles a esas cosas, y yo le mire extrañado -yo no estaba triste, yo estaba cabreado-, el nacionalismo vasco de los coches bombas lleva haciendo esto desde que tengo uso de razón, pensé, no sé a qué tanto drama hoy, solo hoy.

Me dio un abrazo que yo correspondí, cogí el periódico y no quiso cobrarme. He llorado muchas veces por no haber llorado aquel día allí, con aquel tipo extraordinario que no volví a ver más. Nunca se lo había contado a nadie hasta hoy. Un viaje a Londres tirado a la basura de la angustia por el nacionalismo vasco, ese que sistemáticamente por una cosa u otra me ha jodido la vida desde el mismo día de mi nacimiento.

No sé cómo he llegado hasta aquí... si yo estaba hablando de música, de mis años jóvenes, pero es que estos cretinos supremacistas de la ikurriña, el euskera y las pistolas me lo tienen contaminado todo en mi memoria. En fin, puta muerte, nunca tiene idea buena, como los aberchándales. Descanse en paz Dolores O’riordan. Y eso es todo.


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