• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Esto no es una reseña de los Diarios de Eduardo Laporte

Por Javier Ancín

Le debía una reseña a Eduardo Laporte de sus Diarios (2015-2016), publicados estas navidades en la editorial navarra Pamiela, pero es que yo no sé hacer reseñas y no sabía por dónde empezar.

Presentación del nuevo libro del colaborador de Navarra.com Eduardo Laporte. PABLO LASAOSA 005
Presentación del nuevo libro del colaborador de Navarra.com Eduardo Laporte. PABLO LASAOSA

Hasta hoy, que he visto un poco de luz  leyendo una entrevista a Manuel Jabois, periodista, escritor, tertuliano y gallego, en la que hablaba de los escritores del yo, de esos escritores que siempre están en mitad del texto, como él.

O como Laporte, que nunca escribe de ficción, escribe de su yo, que es todo lo más alejado del egocentrismo que hay, dicho sea de paso. Lo egocéntrico es hablar de uno mismo en tercera persona, como Maradona, o como los novelistas, que no dejan de torturar personajes para que digan por ellos sus movidas sin mancharse, a dos palmos sobre el suelo. Los escritores del yo son los escritores más generosos, los que brindan lo que son, sin esconderse, exponiéndose incluso a que les partan la cara, sin burladero, a puerta gayola.

¿Por qué escribimos? Yo qué sé. Yo empecé a escribir para explicarme el mundo. Fracasé rápido. Luego para entenderme a mí. Otro suspenso. Posteriormente para no entender nada, ese fue mi primer éxito. Y hoy solo ya para tener algo que hacer encima de la de la bici estática en el gimnasio, móvil en mano, que me aburro mucho pedaleando bajo techo en invierno.

Eduardo dice en su libro que el escribe para volver a sentir las cosas. Para sentirlas mejor. También dice por ahí algo parecido a que en realidad es una forma de estar en el mundo. Unos necesitan coleccionar sellos, otros tener una huerta y plantar tomates y otros escribir: ‘La única labor que me aporta la sensación de esto y no otra cosa es lo que tenía que haber hecho’.

Volviendo al yo. A mí me obsesiona. Siempre he necesitado sentirme individuo y nunca masa. Como lector no dejo de buscarlo porque es la literatura que más me hace disfrutar. Eduardo el yo se lo sabe de memoria y por eso me gusta tanto cómo escribe.

Lo conoce de tal forma que leyéndolo no es que te sientas identificado en los síntomas -que te acompañe en tu enfermedad-, es que vas hacia sus párrafos con tus toses, calambres, punzadas, acojonado, ¿qué me pasa doctor?, y te lo diagnostica en cuatro frases certeras, poniéndote en la senda del tratamiento y por lo tanto, quizás, hasta de devolver el orden al caos de tu cabeza.

Yo sostengo que escribir no sirve para curarse. Para mí escribir sirve para desahogarse durante un periodo corto, poco más de unos minutos después de haber escrito, como esa paz, ese incluso bienestar, que aparece tras el vomito, antes de que vuelva de nuevo el malestar, el mareo, las náuseas.

A mí casi lo único que me ayuda es leer, leer es mi Primperan. Y leer a Eduardo me ha ayudado, por ejemplo, a comprender el cañonazo en mitad del esternón que es la pérdida. Me ha ayudado a transitar por ese desierto hijo de puta y cruel que es el duelo, me ha ayudado a despojarme de la angustia de ese camino casi eterno cuando comienza, de aceptarla con naturalidad, a ella y al camino.

No sin dramas, porque el drama siempre va a estar ahí, pero sí sin estridencias. Sus escritos son el segundo mejor lugar para ordenarme la cabeza, el primero es la consulta de mi psiquiatra, también te lo digo, que esto está quedando muy Paulo Coelho y a mí Paulo Coelho me da sarpullido.

Por un poco todo esto, para mí Eduardo es el escritor navarro de esa generación que rondamos la cuarentena, por arriba y por abajo, que más me gusta, aunque confesándolo el mamón ya me está abroncando desde sus Diarios, sin haberme ni leído: “Si te elogian mucho, más que a los demás, preocúpate. No son halagos, es paternalismo”.

Mañana que cenamos juntos por Madrid le pienso contestar. ¿Yo, paternalista? Vamos no me jodas. Me va a oír. Me va a oír... pedir la cuenta de las copas para que las pague él todas. Y eso es todo.


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Esto no es una reseña de los Diarios de Eduardo Laporte