• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

Hay que celebrar las navidades

Por Javier Ancín

Júntate, yo pienso hacerlo, porque puede que nunca haya tiempos mejores. Y que les den por el saco a las autoridades. 

Si supiera escribiría un Cuento de Navidad. Tenemos el escenario perfecto, como el Londres de la novelita: "Frío, desapacible, cortante y con niebla". Pamplona es ideal como escenario para hacer una versión de la obra de Dickens pero no me iba a salir. Si bien Coronalzórriz es un buen fantasma y la señora Txibite haría perfecta de Scrooge con k -avaricia de poder le sobra-, no los veo operando como en las páginas de la obra victoriana, buscando el bien, la redención y la grandeza como fin último de la historia.

Las navidades ya fueron, como casi todo cuando pasas de los cuarenta. Solo queda recordar con la melancolía serena de aquellos tiempos sólidos que nos regalaron nuestras familias, algunas familias, mi familia al menos, en los que todo era perfecto, pareciera incluso que podía llegar a ser eterno. Pero lo eterno no existe, no hay que engañarse, seamos conscientes siempre de ello. Hoy existimos, mañana vete tú a saber.

Nos juntábamos con mi tíos, mis primos, mi abuela y mi tío-abuelo y después de cenar cantábamos algún villancico y jugábamos felices a las cartas, a los seises, poniendo un duro, cinco pesetas, un par de céntimos de los de hoy, cada vez que no teníamos naipe para seguir las escaleras de los palos.

Comíamos turrón y polvorones, jamás los piñones, trasnochábamos los niños, cosa que siempre me pareció divertidísima, y en lo profundo de la noche, que siempre es mágica, mirábamos por la ventana buscando a Papa Noel o a los Reyes Magos en el horizonte. Abríamos regalos, veíamos las campanadas y tomábamos las uvas e incluso, nos adentrábamos en los placeres carnales primigenios mirando la teta de Sabrina, o intuyéndola, en aquellas teles de madera sin definición en las que si acercabas la mano te llevabas un calambrazo. Ay. 

Las navidades empezaban hoy, 22 de diciembre, con el estruendo agudo de los bombos girando y el soniquete de los niños de San Ildefonso repitiendo monótonamente ciento veinticinco mil pesetas, cruzando los dedos para que fuera el 21.850, número que siempre jugó mi abuela no sé exactamente por qué, el que se llevara el gordo. 

Las navidades eran como un juego de la oca de la alegría, cada casilla una estación diferente de sonrisas que terminaba el siete de enero con los juguetes nuevos que nos acompañarían prácticamente todo el año que inaugurábamos.

Hay que celebrar las navidades, copón, y aunque no te gusten (a mí tampoco me gustaron cuando era joven... pero de todo se sale), disimula, por los niños de la familia, por los abuelos de la familia, por los amigos de la familia, por los que no pueden celebrarlas. Hay que fomentar la alegría y dejarse de gilipolleces. 

Júntate, yo pienso hacerlo, porque puede que nunca haya tiempos mejores. Y que les den por el saco a las autoridades. Todos los que hicieron caso el año pasado y no han llegado a estas, seguro que opinan como yo. Ojalá hubiera montado la cena a la que renuncié en las navidades pasadas... creyendo que estas serían mejores. 

Tampoco hay tantas navidades y cuando eres niño, o anciano, son poquísimas en realidad. No las desaprovechemos. Feliz Navidad. Y eso es todo.


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