• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / A mí no me líe

De cuando el aberchándal quiso cargarse la cabalgata

Por Javier Ancín

Saldremos a gritar como el niño que un día fuimos, que siempre añoramos volver a ser, para calentarnos un poco el alma húmeda de estos tiempos tan chuscos. Y eso es todo.

Entrada de los Reyes Magos por el puente de la Magdalena. ARCHIVO

Noche de reyes, de pajes y pajas, con perdón. Noche de carbón para los niños malos que supongo que será proporcionado por el Olentzero, ese siniestro personaje, traficante de combustible fósil, terrorista climático, hombre del saco de toda la vida.

Si pasas por la diputación lo veras en los jardines, con su mirada torcida, caída, cruzada; con su mirada lúgubre y amenazadora... ven aquí, niño, acércate, que te vacuno de lo mío. Menudo sacamantecas de párpados pesados y obsesivos. En fin, qué mal rollo da pasar por la verja de la avenida san Ignacio y toparse con él. 

Pero dejemos al borrachuzo/borratxutzo, que afortunadamente lleva dos años sin salir por el centro, limitándose a asustar solo por la periferia. 

Noche de cabalgata, reducida a la mínima expresión por lo que nos cuentan. La pandemia, ya sabe... ¿pero qué pandemia? Una que en este momento contagia a 3.500 personas a diario y que con un número tan elevado de casos semanales, ya no satura los hospitales porque su virulencia es completamente asumible, por benigna, tras dos años de mutaciones y vacunas. 

Noche de recuerdos, como cada 5 de enero. Siento nostalgia hasta de las broncas eternas, como cuando se les metió en la cabeza a los aberchándales que era intolerable que un blanco hiciera de Baltasar. Hay negros que pueden hacer de negros, decían. Y de blancos, añadía yo, porque nunca nadie de aquellos aberchándales reclamó que un negro fuera pintado de blanco para que fuera Melchor. Los blancos con los blancos y los negros con los negros para luchar contra el racismo. Bien ordenadicos, nada de revueltos y en jolgorio. Era ridículo el mensaje. A mí me habría gustado un negro pintado de blanco subido en la carroza de Gaspar, pero nunca lo vi porque esta movida era personal y no general.

Al final, de lo que se trataba en esta ciudad donde la alegría siempre ha sido un sentimiento sospechoso, era cargarse a quien lo encarnaba. En cuanto rascabas siempre encontrabas lo mismo, la persona: míralo, qué bien se lo pasa, qué ridículo es, qué felices están los niños, qué delirio, cuántas risas. Intolerable, hay que ponerlo en la diana y bajarlo por las buenas o por las malas de la carroza. Irroña es gris. Punto. Y gris hay que preservarla. Nuestro proyecto ideológico aberchándal se diluye si no hay ceños fruncidos, si no hay reivindicación y enemigos contrarios a esa reivindicación, si no hay caras amargadas. 

Si dejamos que la gente se lo pase bien sin ideología estaremos perdidos. Necesitamos el conflicto, sin conflicto esto se acaba. No podemos tolerar que la cabalgata sea un lugar de encuentro y menos si no la controlamos. Destruyámosla. Y así es como el aberchandalismo politizó hasta una cabalgata despolitizada, infantil. Ay, qué tiempos aquellos. Hoy lo cuentas por ahí cuando sales y no te creen pero sucedió, como tantas y tantas cosas que fueron, que son y que serán.

En cualquier caso, con más o menos desfile de carrozas, saldremos hoy a gritar a Melchor, a Gaspar y a Baltasar para que nos traigan regalos y pongan algo de magia entre tanta prosa, entre tanto preso (esto va por los de Irroña), entre tanta prisa, entre tanta brasa sin brisa que disipe las nieblas de esta ciudad. 

Saldremos a gritar como el niño que un día fuimos, que siempre añoramos volver a ser, para calentarnos un poco el alma húmeda de estos tiempos tan chuscos. Y eso es todo.


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De cuando el aberchándal quiso cargarse la cabalgata