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Opinión / A mí no me líe

La ciudad más gris del mundo

Por Javier Ancín

Un amigo mío escritor de Pamplona que vive en el exilio, que siempre es una fiesta, se quejaba el otro día en su muro de Facebook de qué hacía con un artículo laudatorio-florido-luminoso sobre esta ciudad que acababa de escribir y que se lo había chafado el mal tiempo.

Encierro del día 12 de julio de 2014. San Fermín, sanfermines, toros. CRISTINA NÚÑEZ BAQUEDANO 2
Encierro del día 12 de julio de 2014. San Fermín, sanfermines, toros. CRISTINA NÚÑEZ BAQUEDANO 2

Yo medio en serio medio en broma le dije que donde ponía Pamplona lo cambiara por Madrid o San Sebastián, que así acertaba siempre, pese al clima. Hay ciudades llenas de luz aunque sea de noche, aunque solo sean puntos pequeños como luciérnagas que definen el contorno de la bahía, aunque la recorras con el metro por todo el subsuelo.

Pamplona es gris. Dos días de buen tiempo y le da por caer el diluvio la mañana del lunes, para recordarte que eres mortal, para recordarte que a este lugar has venido a sufrir y no a disfrutar, para recordarte que aquí la luz que destaca, zas, sartenazo y al redil gris de la molicie gris de la gris ciudad de calles grises. Lo normal en Pamplona es que todo sea plomizo: el tiempo y la actitud. Incluso las discotecas, como aquella que directamente se hacía llamar marengo, como el tono gris, también en la gris noche de nubes grises de caras grises de grises conversaciones entablando relaciones grises. Aquí son grises hasta los amaneceres, hasta los atardeceres, hasta los tanatorios, hasta las putas prendas de luto.

En Pamplona destacar está mal visto. Eso la ciudad te lo enseña desde pequeñito. Aquí quien destaca hay que despreciarlo. ¿Quién se creerá que es ese? Ejemplos hay mil, yo qué sé, el encierro, que es de lo poco pamplonés que hay realmente y que lo va a entender todo el mundo. En el encierro, corredor que quiere salir del anonimato, la masa, que no participa en la mortal carrera, hay que recordárselo más a menudo, se le encara y le empieza a dar de tortas hasta que lo desprestigia, lo humilla o lo aburre. La masa utiliza el argumento mentiroso de que es un acto popular, como si quien se pusiera delante de los toros fuera un ente y no una persona humana, una, ella.

La realidad es completamente distinta. Los que la hemos mirado de cerca, sin intermediarios ni topicazos, lo sabemos. De todas los actos inútiles que he hecho en mi vida uno de los mejores ha sido el de correr al menos una vez en todos los tramos del encierro. En todos ellos la conclusión que saqué fue la misma, no me he sentido más solo, más individuo, más yo, con todas las miserias y grandezas de ese acontecimiento, que en ese instante donde ves astas y crees que eres el único habitante del planeta y que esos seis animales solo te tienen a ti en el punto de mira en un recorrido que, pese a estar abarrotado, está para ti completamente vacío. Cuando me han preguntado si sentí miedo corriendo el encierro siempre contesto que no, que lo que sentí es soledad. Soledad como la Cary Grant perseguido en la inmensidad de la llanura por aquella avioneta en la película Con la muerte en los talones. Una soledad terrible, fatalista. Una soledad de estar seguro de que ya me había revolcado el bicho, atravesado, sin dejar de correr, hasta que todo pasaba y el mundo se te caía encima repleto de gente que antes no estaba ahí, cuando la hubieras necesitado en caso de apuro, palpándome y descubriendo que seguía de una pieza. Nacemos solos, morimos solos, corremos el encierro solos. Por eso, cuando la masa cobarde desprecia a los corredores individualizados llamándolos despectivamente divinos me quedo alucinado. El encierro es de los actos más individuales e individualistas en los que he participado en la vida y por eso me parece estupendo que quien se expone y lo hace bien, quien crea un momento visualmente estético único, tiempo suspendido, alargado y contraído, para deleite de esa masa estúpida, borrega, que insulta al individuo sea reconocido con nombre y apellidos. Se lo merece. Pero Pamplona nunca lo hará porque Pamplona es sobre todo injusta.

Si destacas sobre la grisura hay que hacértelo perdonar, como lo conseguía Indurain, que después de ganar cinco tours solo declaraba algo así como que había estado ahí, casi como quien se pone en la cola de la carnicería, una cosa al alcance de cualquier borono. Pamplona siempre quiere igualarse por abajo, tender hacia la nada, en vez de pelear por la excelencia y premiar al extraordinario que consigue ser mejor, por eso cada vez está más muerta esta sociedad, esta ciudad, este cementerio de muertos vivientes gobernados desde Bilbao por el nacionalismo vasco que solo quiere kilómetros cuadrados de territorio y que molestéis poco. Y eso so es todo. 


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La ciudad más gris del mundo