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Blog / El espejo de la historia

Las Vascongadas y la conquista de Navarra (I)

Por Javier Aliaga

En este primer artículo, el autor presenta las claves de la participación de las provincias Vascongadas en la conquista de Navarra de 1512, que no fue ni ocasional, ni tan irrelevante como quiere transmitir el mundo abertzale. 

Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez (1460-1531), II duque de Alba, mando supremo del ejército castellano -compuesto por un elevado porcentaje de vascongados-, que invadió el reino de Navarra en 1512.
Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez (1460-1531), II duque de Alba, mando supremo del ejército castellano -compuesto por un elevado porcentaje de vascongados-, que invadió el reino de Navarra en 1512.

Según expusimos en el artículo anterior, para los cronistas de la conquista de Navarra de 1512, los verdaderos vascos eran los navarros de Ultrapuertos; por eso, para evitar equívocos, lo más apropiado es referirse a las provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, como Vascongadas. Término que no es franquista –como dice Arzalluz- puesto que ya se utilizaba siglos antes y cuyo significado, como explicamos, es que fueron hechas vasconas o “vasconizadas”.

Es bien conocido que el ejército castellano que invadió Navarra en 1512 estaba formado por unos 16.000 hombres, de los cuales unos 7.000 eran vascongados. Sobre esta participación, nada desdeñable (43,75%): unos la enfatizan y otros, los abertzales, la minimizan. Contra todo lo que pueda parecer, la tropa no fue la contribución vascongada más importante, sino el apoyo estratégico. Para aclarar esta idea es recomendable leer el libro “Aspectos militares de la anexión de Navarra (1512-1521)”, del pamplonés Ruiz Vidondo, en el que encontramos un tratamiento novedoso que contrasta con la copiosa bibliografía publicada sobre el tema.

Desde el punto de vista castrense, apunta 4 necesidades “olvidadas” por los historiadores: intendencia, abastecimientos, vituallas y logística. De entre ellas, esta última es la más importante conforme a la cita de Van Creveld incluida en el libro: «la logística constituye los nueve décimos de la guerra». Efectivamente, en una operación de tal envergadura, con un ejército de 16.000 hombres, el apoyo logístico que brindaron la Provincia de Guipúzcoa, el Señorío de Vizcaya y las Hermandades de Álava fue primordial. Sin él, lo acontecido, a buen seguro, hubiera sido distinto.

La preparación de la campaña de 1512 -oficialmente el objetivo era la Guyena (Aquitania)-, duró varios meses, durante los cuales Guipúzcoa, según Azcona, se convirtió «en cabeza y puente de todos los preparativos, sea requisados, sea trasportados a ella», mientras que Álava fue el punto de reunión de las tropas castellanas. La gran aportación logística de las provincias Vascongadas fueron los puertos de San Sebastián, Fuenterrabía, Pasajes, y Bilbao. A ellos llegó la artillería tanto de Málaga como de la defensa del litoral, y grandes cantidades de bastimentos y vituallas procedentes de diversos puntos de la península: miles de botas de vino, miles de fanegas de trigo y cebada, miles de arrobas de harina. Todo este trasiego, según Azcona, convirtió a Guipúzcoa, «por aquellos años en el mayor mercado cerealista de todo el norte de la corona de Castilla», «y los molinos no daban abasto»

A todo ello hay que sumar la colecta de animales: la mesta ofreció 32.000 carneros y 2.000 vacas, consta otra partida de 40.000 carneros, así como la compra de mulas. Los encargos de bastimentos y vituallas están documentados a través de continos, contadores y pagadores, reflejados en la obra de Azcona. Según este autor, «se debe ponderar el crecimiento de la industria armera» guipuzcoana, de Placencia de Armas (Soraluze) y Eibar, que fabricaron armas cortas (escopetas) y armaduras. Los hornos de Fuenterrabía fabricaron herramientas y pertrechos, convirtiéndose «en el principal centro de fundición de todo el norte». Además, es de destacar que las ferrerías vascongadas trabajaron intensamente para suministrar hierro y pólvora, así como la fabricación de la artillería pesada. La conquista de Navarra, según Azcona, «convirtió a Guipúzcoa en un impensado y gigantesco mercado, revolucionó su comercio y su hacienda y marcó su sociedad».

Pero no hay que olvidar que el colaboracionismo vascongado en la Conquista de Navarra, no fue esporádico. En lo que respecta a Álava, a lo largo de los siglos XIV y XV, encontramos múltiples antecedentes en los que siempre se alineó a favor de Castilla: en 1348, participó apoyando a castellanos en la batalla del Salado; cuatro años más tarde en la toma de Algeciras; durante el reinado de Juan II de Castilla defendió a éste en la contienda contra el infante de Aragón en la que «guipuzcoanos, vizcaínos, alaveses y riojanos entraron en Navarra, cada uno por su parte, causando grandes talas, quemas y robos». Nuevamente, en 1461 los alaveses apoyaron a las tropas castellanas, defendiendo a Carlos príncipe de Viana en la guerra contra su padre Juan II por haberle usurpado el trono navarro.

La incuestionable fidelidad de las Hermandades alavesas a Castilla fue premiada, en 1476, por los Reyes Católicos con cierto nivel de autogobierno y la potestad de elegir a su diputado general. Aquel año, los alaveses entraron en guerra con motivo del asedio de las villas navarras por tropas francesas y al socorro de las villas de San Sebastián y Fuenterrabía; posteriormente, Álava contribuyó con hombres, armas y dinero a la conquista de Granada en 1492. Ya en los albores del XVI, en 1503, las Juntas Generales aprobaron la movilización de 1.200 hombres para enfrentarse contra los franceses.

La contribución alavesa para la campaña de 1512 fue: en mayo, 400 hombres para artillería; en julio, 1.500 peones, 400 carretas y todas las acémilas para transportar la artillería; en octubre, 2.200 hombres y 300 azadoneros; en diciembre, 2.000 peones para Juan de Silva y 70 fanegas de cebada para abastecer a Pamplona. Incorporada Navarra a Castilla, Álava continuó aportando en las distintas confrontaciones (1516, 1521, 1522, 1523, 1524 y 1526) para la defensa de Navarra, un total de 6.500 hombres, así como suministros: 250 pares de bueyes, vino y hasta 12.500 fanegas de trigo o cebada.

Todos estos datos están perfectamente documentados en las Actas de las Juntas Generales de Álava, que fueron estudiados hace años por Cierbide. En dichas Actas, las Juntas Generales muestran su fidelidad absoluta a la Corona de Castilla y tan sólo hay discrepancias reclamando a la corona los pagos de las tropas y pertrechos por los servicios prestados fuera de la provincia.

Uno de los argumentos esgrimidos por abertzales para justificar la presencia de tropas vascongadas en el ejército castellano fue, según ellos, el euskera. Sobre esta idea Pescador llega a la peregrina idea de que podrían «tranquilizar a viejos conocidos y apaciguar en su propia lengua a aquellos que pretendían organizar la resistencia». Este panorama, pacificador e idílico, basado en el batúa actual, difiere: por un lado, al encontrado por el filólogo francés Louis Lucien Bonaparte en el siglo XIX, que llegó a clasificar 7 dialectos del vascuence; y por otro, con la realidad del siglo XX, cuando, por ejemplo, vascoparlantes de Navarra apenas podían entenderse con los de Guipúzcoa. Precisamente, este maremágnum dialectal propició el invento del batúa.

Otra constante en la literatura abertzale, acerca de la participación vascongada fue «una obligatoriedad no relatada y en una proporción muy inferior a la exaltada». Ahondando en esta línea, Asirón desamabiliza la historia: «en ocasiones se produjo entre intimidaciones y amenazas que dejaría tras de sí un reguero de endeudamiento endémico, carestía de precios y escasez de cereal y de otros alimentos en las villas vascongadas…la conquista de Navarra, al margen del beneficio personal obtenido por algunos arribistas, trajo consecuencias funestas a ambos lados de la antigua “frontera de los malhechores”» (la documentación bajomedieval denominaba así a la frontera entre Álava, Guipúzcoa y el reino Navarra). Precisaremos dos puntos que desarbolan el argumentario abertzale.

En primer lugar, a pesar de que la población ha rechazado, desde siempre, el reclutamiento obligatorio para la guerra; al final, en todas las guerras, las filas han sido engrosadas con hombres que no han podido eludir el llamamiento. La industria cinematográfica nos muestra múltiples ejemplos sobre la Guerra de Secesión norteamericana y la cruel búsqueda de desertores. En ese sentido, probablemente el reclutamiento en 1512 no fue una excepción, como tampoco lo fue en la incivil guerra de 1936. En este caso -tratado por James Matthews en “Soldados a la Fuerza”-, ambos bandos hicieron llamamientos obligatorios: en el republicano, con 28 reemplazos movilizó 1,7 millones de hombres; mientras que los rebeldes movilizaron 15 reemplazos con un total de 1,26 millones de hombres.

En segundo lugar, el desolador escenario económico descrito por Asirón contrasta enormemente con el aumento de la producción de las armeras y las ferrerías, así como del comercio por el trasiego de bastimentos y vituallas, descrito por Azcona y que «supuso –según él- una elevada operación económica que enriqueció» a las Vascongadas. Ruiz Vidondo coincide también: «AI final, las provincias vascongadas fueron las provincias que más ganaron económicamente con la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla. Además, en algunos casos, supuso una gran mejora de sus ferrerías y sus comercios».

(Continuará)

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