• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión /

¿Por qué soy de centro? (III): qué es ser de centro hoy

Por Jaime Ignacio del Burgo

El autor analiza en una serie de cuatro artículos su posición política de centro durante su trayectoria política y el papel de esta postura en el pasado y futuro. 

José María Aznar y Manuel Fraga saludan a los asistentes al congreso. FOTO ABC
José María Aznar y Manuel Fraga saludan a los asistentes al congreso. FOTO ABC

Lo primero que hay que decir es que el “centro” no es una ideología. UCD ocupó el espacio existente entre la derecha conservadora o inmovilista y los partidos de izquierda. En su seno había tres tendencias ideológicas. Si pudieron unirse fue porque todas ellas coincidían en la necesidad de promover una Constitución que convirtiera a España en una democracia avanzada, homologable con los países más democráticos del mundo libre. Eso quiere decir que compartían como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Se trataba de transformar a España en un Estado social y democrático de Derecho.

La dignidad de la persona y los derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás debían erigirse en el fundamento del orden político y de la paz social. Compartían el principio de que la soberanía nacional corresponde al pueblo español y estaban dispuestos a proclamar como fundamento mismo de la Constitución la unidad de la nación española. También coincidían en el reconocimiento del derecho a la autonomía para sustituir el centralismo por un Estado autonómico. Todos defendían la función social de la propiedad privada en el marco de una economía social de mercado. La justicia social debía erigirse en objetivo prioritario de los poderes públicos. Proclamaban asimismo su voluntad de constitucionalizar la igualdad de hombres y mujeres que llevaría aparejada la interdicción de cualquier discriminación por razón de sexo.

Ahora bien, lo que consagró en la Transición a UCD como un partido de centro fue su actitud permanente de concordia y entendimiento con las restantes fuerzas políticas democráticas. La futura Constitución no debía ser ni de derechas ni de izquierdas si quería ser un marco de convivencia estable y permanente en el que todos tuvieran cabida y sólo quedaran excluidos quienes apelaban a la violencia para imponer sus propias convicciones políticas. “Consenso” fue la expresión que caracterizó la acción de UCD. Por fortuna encontró el mismo espíritu en la mayor parte de las restantes fuerzas políticas. Un consenso que practicó UCD para encauzar el proceso constituyente y también para resolver otros grandes problemas que afectaban a la sociedad española. Prueba de ello fueron los Pactos de la Moncloa -cuyo contenido no fue exclusivamente económico-, una profunda reforma del sistema tributario para hacer realidad el principio de que “quienes más tienen más paguen” y los primeros pasos para la implantación del Estado de las autonomías y la eliminación del Estado centralista. En la lucha contra ETA, aunque se trataba de un gravísimo asunto de Estado, el consenso tardaría mucho tiempo en alcanzarse, pues eran muchos los sedicentes progresistas que militaban en el PSOE o el PC entre otros grupos de izquierda, que consideraban que el terrorismo había sido una respuesta legítima a la opresión del régimen franquista y que se disolvería tras la consolidación del régimen democrático.

Pero no se confunda esa permanente apertura hacia el diálogo en las grandes cuestiones que afectan a la gobernanza del Estado con la firmeza en la defensa de las propias convicciones ideológicas en todos los demás asuntos. Ser de centro no implica tibieza ni compadreo oportunista a costa de dejar en el camino girones de principios básicos.

Cuando Aznar convirtió en 1990 al PP en un partido de “centro reformista” las circunstancias políticas, sociales y económicas eran muy distintas de  las que hubo de afrontar Adolfo Suárez. España ya era un Estado democrático. Formábamos parte de la Comunidad Europea. Habíamos progresado notablemente. Pero no todo era de color de rosa.  Durante los diez años de gobiernos socialistas el PSOE se había enfangado en la corrupción. Felipe González era incapaz de hacer frente al terrorismo con eficacia y dentro de la ley, y sus políticas de falta de contención del gasto público habían conducido al país a una gravísima crisis económica.

Pues bien, a partir del liderazgo de Aznar, el PP –al igual que UCD pero con mayor éxito- supo integrar varias ideologías distintas que tenían mucho en común. El legado final de Manuel Fraga había sido haber logrado la convergencia de conservadores, democristianos y liberales, aunque puso excesivamente el acento en el liberalismo. El nuevo PP también evolucionó ante cuestiones controvertidas como el divorcio y el aborto. El PP ha sido siempre un defensor de la vida, pero sin mantener posiciones confesionales. Y ha apoyado siempre políticas de protección de la familia y la natalidad, lo que no le impide admitir que hay otros modelos que responden a realidades sociales que no pueden demonizarse.

Quizás el defecto de Aznar en la definición del partido fue haber dado  primacía a los principios del liberalismo económico en detrimento de una concepción ideológica propia del PP que siempre ha puesto el acento en las políticas sociales para lograr una sociedad más justa y más solidaria. No basta con decir que la mejor política social es la creación de empleo, porque los poderes públicos están obligados a corregir las injusticias del mercado y de un capitalismo en ocasiones salvaje e insolidario. Y eso siempre ha sido uno de los postulados ideológicos del Partido Popular.


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¿Por qué soy de centro? (III): qué es ser de centro hoy