• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión /

La refundación del hacha y la serpiente (II): el PNV y ETA

Por Jaime Ignacio del Burgo

El autor prosigue en este texto con su serie de artículos sobre los nuevos intentos del PNV para anexionar Navarra al País Vasco con la ayuda del Gobierno de Uxue Barkos. 

La ikurriña inventada por Sabina Arana Goiri y representada en un pañuelo diseñado por Luis Arana, con la efigie de Sabino Arana.
La ikurriña inventada por Sabina Arana Goiri y representada en un pañuelo diseñado por Luis Arana, con la efigie de Sabino Arana.

Durante el régimen franquista, el PNV y el Gobierno vasco en el exilio, presidido por el lendakari José Antonio Aguirre, del que también formaban parte socialistas y comunistas, mantuvieron su oposición a la dictadura, con escaso éxito en el interior. Las cosas comenzaron a cambiar a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta del siglo pasado.

Un grupo de jóvenes que formaban parte de EGI, la organización juvenil clandestina del PNV, llegaron a la conclusión de que su partido se había anquilosado y decidieron pasar a la acción directa. En 1958 constituyeron una nueva organización denominada “Euskadi ta Askatasuna(ETA) -(Euskadi y Libertad)-. Lucharían al igual que los “gudaris” de 1936 con las armas en la mano para liberar a Euskadi de la opresión española e implantar una sociedad euskalduna y socialista. Había nacido ETA.

Mientras tanto, en el exilio, el PNV había llevado a cabo un profundo “aggiornamiento” ideológico. De ser un partido ultracatólico bajo el lema de “Jaungoikoa eta Lege zarra” -(Dios y Ley vieja)- pasó a sumarse a los movimientos demócrata-cristianos surgidos después de la II Guerra Mundial, con gran penetración en Alemania e Italia. Ello le permitió formar parte de la Internacional Demócrata-Cristiana, lo que le dotaba de gran respetabilidad en la nueva Europa surgido tras la derrota del nazismo.

El partido seguía honrando a Sabino Arana –y sigue haciéndolo– como el “Padre de la Patria Vasca”, a pesar de que sus ideas racistas, xenófobas y machistas tenían muy poco que ver con el humanismo cristiano. Ante la sociedad europea no se presentaban estrictamente como separatistas vascos, pues el Gobierno vasco en el exilio, dominado por el PNV, basaba su legitimidad en el Estatuto republicano de 1936. Pero sí profesaban un profundo antifranquismo, que les granjeaba la simpatía de los demócratas europeos.

ETA, por el contrario, no ocultó desde el primer momento su carácter revolucionario similar a los movimientos de liberación nacional de signo marxista que luchaban en otros lugares del mundo para acabar con el colonialismo y el capitalismo. Los fundadores de la banda terrorista bebieron en las ideas de Federico Krutwig, perteneciente a una familia alemanda afincada en Bilbao y que había sido secretario de la Real Academia de la Lengua Vasca durante los primeros años del franquismo. Krutwig fe un decidido impulsor de la unificación de los dialectos vascos, para convertir el “batua” en la lengua nacional de Euzkadi.

En 1952 se exilió de España y diez años después, en 1963, publicó con el seudónimo Fernando Sarrailh de Ihartza un libro titulado “Vasconia”, donde rechaza que la pureza de la raza sea la principal seña de identidad de la nación vasca, cuya unificación debía asentarse fundamentalmente en el euskera. Por este motivo, dirige una tremenda diatriba contra el lendakari en el exilio Jesús María Leizaola, que a la muerte de José Antonio Aguirre en 1960 le había sustituido en la presidencia del Gobierno provisional vasco. Le acusa de no haber transmitido a sus hijos el bien más preciado de todo vasco que es el euskera.

“Pensé –escribe en “Vasconia”– que en realidad en los pueblos de la Europa central, un falso nacionalista que cometiese tal pecado de lesa patria hubiese merecido ser fusilado de rodillas y por la espalda, mientras que nosotros aún lo teníamos por presidente de un gobierno, que el ingenuo pueblo vasco cree Gobierno Nacional del Pueblo Vasco, la entidad que va a traer la independencia a nuestra patria”. En 1964 Krutwig entra en contacto en Bélgica con miembros de ETA y se suma a la banda terrorista. En 1975 se aparta de la banda terrorista.

A pesar de sus enormes diferencias ideológicas en cuanto al modelo de sociedad, el PNV y ETA coinciden a la hora de definir el futuro de Euzkadi. Ambos defienden la independencia de la nación vasca como objetivo final de su acción política. Sin embargo, en la transición a la democracia se produjo una gran divergencia en cuanto al método. El PNV rechazaba la violencia y era posibilista. Convencido de que la independencia era una utopía, prefirió avanzar por la senda de la Constitución española poniendo el reloj autonómico en el punto cero para impulsar un nuevo Estatuto de autonomía.

En 1977, el PNV celebró en Pamplona su primer Congreso en libertad. El navarro Carlos Garaicoechea fue elegido presidente del Euskadi Buru Batzar. Los nacionalistas creían que un joven político navarro, formado en la Universidad de Deusto, con una brillante carrera profesional y empresarial, sería capaz de seducir a la sociedad navarra para incorporarle al proyecto de una Euskadi de cuatro territorios.

Pero en Navarra las cosas se torcieron para los nacionalistas. En las primeras elecciones democráticas celebradas el 15 de junio de 1977, mientras el PNV se convertía en la primera fuerza política del País Vasco, Garaicoechea, número uno de la lista al Congreso de los Diputados, sufrió una humillante derrota al no alcanzar siquiera el 7 por ciento de los votos emitidos en Navarra. A pesar de ello, la carrera política del presidente del PNV no acabó aquel día. Dos años después, en junio de 1979, se convertirá en presidente del Consejo General Vasco, órgano preautonómico cuya principal misión era promover un Estatuto de autonomía en el marco de la futura Constitución.

Pues bien, fue Garaicoechea quien impidió que el PNV, a pesar de haber promovido una enmienda al proyecto constitucional donde abogaba por la reintegración foral de Alava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra, aprobara finalmente la disposición adicional de la Constitución que “ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales”. En realidad, según descubrirá recientemente Javier Arzallus en sus memorias, todo había sido una estratagema para no tener que votar a favor de una Constitución que se fundamenta en la unidad indisoluble de la Nación española, como patria común e indivisible de todos los españoles.

Sin embargo, tan pronto como entró en vigor nuestra Carta Magna, a pesar de que, conforme a dicha disposición adicional, podía haberse emprendido la vía de la restauración o reintegración foral, el PNV se apresuró a impulsar el Estatuto de Guernica para convertir a Euzkadi en una Comunidad Autónoma de naturaleza constitucional. La razón es fácil de entender. De haber permitido a las Juntas Generales y Diputaciones de cada territorio foral negociar la restauración o reintegración de su respectivo régimen histórico, el proyecto de Euskadi hubiera quedado aparcado “sine die”.

Aunque hay algunas referencias en el Estatuto  de 1979 a los antiguos regímenes forales, la única de gran peso es la que reconoce la existencia de los Conciertos Económicos de cada una de las provincias vascas, es decir, de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya. Se da por eso la paradoja de que el Gobierno Vasco carece de una Hacienda propia, ya que  son las Juntas y las Diputaciones Generales las únicas competentes para establecer, mantener y exaccionar en cada provincia su propio sistema tributario. Pero al mismo tiempo se demostró la falsedad de la postura nacionalista al recomendar la abstención en el referéndum constitucional so pretexto de que la Constitución no amparaba los Fueros.

Será la cuestión estatutaria la que impedirá durante mucho tiempo la formación de un frente común aberzale, pues ETA y Batasuna rechazaron rotundamente el Estatuto de Guernica, lo que no impidió que fuera refrendado por el pueblo vasco el 25 de octubre de 1979.

La “lucha armada”, o sea, la barbarie aberzale,  era a juicio del la banda terrorista el único camino para lograr la independencia. Además, repudiaban el Estatuto por no garantizar la unidad territorial de Euskadi al quedar fuera Navarra. Por el contrario, Garaicoechea consideraba que no podía desaprovecharse la oportunidad de dotar al País Vasco de un Parlamento y un Gobierno vascos, instrumentos imprescindibles para la recreación de la conciencia nacional vasca”.

Ahora bien, aunque el PNV condenaba la violencia con la tibia apostilla del “venga de donde venga”, lo cierto es que no hacía ascos a aprovecharse de la acción criminal de ETA que consiguió ahogar en sangre a los partidos “españolistas”, permitiendo así a los sabinianos implantar las políticas dirigidas a “unificación del país” mediante el ejercicio de las amplísimas competencias que el Estatuto otorgaba a las instituciones vascas sobre todo en materia de educación, cultura y medios de comunicación.

Hay una frase significativa de Javier Arzallus, que en 1985 conseguiría expulsar a Garaicoechea de Ajuria Enea y convertirse así en el “santón” indiscutible del PNV: “No conozco de ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas”. Los que arreaban, mientras el PNV campaba a sus anchas para imponer su adoctrinamiento nacionalista, asesinaron entre 1978 a 1982, ambos inclusive, a 326 personas, la gran mayoría de ellas en el País Vasco y en Navarra, a los que hay que añadir cientos de heridos.

Tras conseguir la práctica expulsión de los partidos “colaboracionistas con el enemigo” y convertir en auténticos héroes de la libertad a quienes se atrevían a desafiar al terror aberzale participando en las listas electorales del centro y de la derecha, los que movieron las nueces provocaron otro efecto atroz del que apenas se habla: el éxodo de entre 200.000 y 300.000 ciudadanos que marcharon al exilio al verse obligados a abandonar su tierra vasca, según un uniforme publicado en 2008 por la Fundación del Banco Bilbao Vizcaya. Militar en el PNV o en EA, el nuevo partido presidido por Garaicoechea tras su defenestración a manos de Arzallus en 1986, se convirtió en un seguro de vida. Sobre todo para todo aquel que persiguiera participar en el reparto de las nueces.

Próximo artículo: La refundación del hacha y la serpiente (III): La primera declaración de autodeterminación. 


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