• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión /

La batalla de Noáin: otra burda manipulación de la historia (I)

Por Jaime Ignacio del Burgo

El autor analiza los hechos ocurridos en la época de la conocida como batalla de Noáin y desmonta las teorías del nacionalismo vasco sobre otro episodio de la historia que pretender tergiversar.

Portal de San Nicolás en Pamplona con el escudo del emperador Carlos (IV de Navarra, I de Castilla y Aragón y V de Alemania).
Portal de San Nicolás en Pamplona con el escudo del emperador Carlos (IV de Navarra, I de Castilla y Aragón y V de Alemania).

En los últimos años, un grupo de supuestos “napartarras” –que en realidad responden a la obediencia política del nacionalismo vasco– se concentran en las campas de Noáin para conmemorar la batalla que tuvo lugar el 30 de junio de 1521 y en la que, según cuentan, se consumó la pérdida de la independencia nacional de Navarra.

La celebración de este año el pasado 26 de junio, fue el pistoletazo de salida de una nueva campaña de adoctrinamiento que culminará a finales de junio de 1521 y sus organizadores han decidido que la concentración termine con una marcha sobre Pamplona. Se trata de rendir homenaje a los “miles de navarros” que  murieron la batalla en la que el ejército del emperador consiguió una contundente y definitiva victoria. Pero como de costumbre la historia no es como la cuentan.

LA INCORPORACIÓN DE NAVARRA (1512-1515)

En 1512 Fernando el Católico se apoderó de Navarra, sin apenas resistencia, y destronó a los reyes Juan de Albret y Catalina de Foix. El motivo fue su apuesta, contra el criterio de las Cortes navarras, por Luis XII, rey de Francia, en el enfrentamiento que mantenía con el Papa Julio II a causa de la intentona de un grupo de cardenales franceses que habían pretendido destituirle en el Conciliábulo de Pisa. El pontífice contaba con el apoyo de Inglaterra, de los regimientos suizos, de la República de Venencia y del Rey Católico. El monarca aragonés había exigido a los reyes navarros, sus sobrinos, para que permanecieran neutrales en este gran conflicto europeo, el primero en el que se enfrentaron las dos potencias emergentes: Francia y España.

Los reyes navarros vacilaron, pero el  rey francés les amenazó con privarles de sus grandes posesiones en territorio galo, entre ellos el señorío del Bearn y otros muchos territorios pertenecientes a los Foix y Albret. En el Parlamento de París, que era un tribunal de justicia manejado por el monarca galo, Germán de Foix, jefe de los ejércitos de Luis XII, reivindicaba la titularidad de los dominios de Juan y Cataluña, incluido el trono de Pamplona.. Al final, nuestros reyes se plegaron al “chantaje” francés, aunque eran conscientes de que con ello ponían en peligro el trono navarro. Se dejaron llevar única y exclusivamente por sus intereses personales a costa de sacrificar la corona navarra además de por tener un corazón francés. Y es que Navarra era un reino empobrecido a causa del sempiterno enfrentamiento entre beamonteses y agramonteses, que tuvo su origen en el conflicto del Príncipe Carlos de Viana con su padre Juan II de Aragón, mientras que su bienestar económico dependía de las rentas de sus dominios en el Bearn y en Francia.

Cuando Fernando el Católico tuvo conocimiento de la firma del tratado “secreto” de Blois, que inclinaba a Navarra del lado francés, decidió cortar por lo sano y ordenó al Duque de Alba invadir el reino navarro con el ejército que había concentrado en Fuenterrabía para cooperar con los ingleses en la recuperación de la Guyena, que durante dos siglos había pertenecido a la corona inglesa.

El 19 de julio las tropas fernandinas entraron en Navarra por la Barranca. Una semana después, Pamplona capituló sin ofrecer resistencia y los reyes navarros huyeron al Bearn. En quince días, los castellanos –en cuyo ejército formaban de manera destacada las milicias vizcaínas, guipuzcoanas y alavesas, de modo que los invasores castellanos hablaban vascuence– se apoderaron de la casi totalidad del reino, salvo Tudela que se rendiría el 9 de septiembre. El Papa Julio II excomulgó a Luis XII y otorgó al rey católico una serie de bulas que legitimaban la posesión de Navarra. En 1513 las Cortes navarras reconocieron a Fernando el Católico como señor y rey natural. Por último, en 1515 el rey decidió incorporar a Navarra a la Corona de Castilla, con el compromiso de mantener íntegramente sus Fueros. Al año siguiente, su nieto Carlos reconocería a Navarra como “reino de por sí”.

INTENTOS DE RECUPERACIÓN DEL REINO

Meses después de la conquista de Navarra, los reyes destronados intentaron recuperar su reino. Pero el ejército enviado por Luis XII en el otoño de 1512, compuesto de 30.000 hombres, a cuyo frente se hallaba el delfín de Francia, Francisco de Angulema, fue derrotado por el genio militar del Duque de Alba, que tan solo contaba con 16.000 hombres entre castellanos y beamonteses. En su retirada hacia Francia un millar de “lansquenetes” –mercenarios alemanes al servicio del rey francés– fue aniquilado por milicias guipuzcoanas. Además de un importante botín, los guipuzcoanos se hicieron con una docena de piezas de artillería muy valiosas. La reina Juana otorgó a Guipúzcoa el privilegio de incorporar a su escudo de armas  los famosos cañones tomados al enemigo. En él permanecerían hasta 1979, año en el que las Juntas Generales guipuzcoanas acordaron su eliminación so pretexto de tratar  de borrar de la historia  el “agravio” supuestamente inferido a Navarra.

En 1516 se produjo un nuevo intento de recuperación del reino. Al frente de un ejército de soldados principalmente del Bearn, el propio Juan de Albret –esta vez sin el apoyo de los franceses– entró en Navarra. Creyó que el mero hecho de su presencia provocaría una sublevación masiva de los navarros contra los castellanos, pero estaba equivocado y fue fácilmente derrotado por las tropas del virrey Acuña y del condestable de Navarra, Luis de Beaumont, conde de Lerín.


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