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Opinión /

Arzalluz o la reencarnación de Sabino Arana (I)

Por Jaime Ignacio del Burgo

El autor reflexiona sobre la figura del histórico militante del nacionalismo vasco, Xabier Arzalluz, recientemente fallecido. 

Xabier Arzalluz, histórico líder del PNV en un acto de hace unos años. EFE
Xabier Arzalluz, histórico líder del PNV en un acto de hace unos años. EFE

La muerte de Javier Arzalluz, a los 86 años de edad, ha conmovido a la familia nacionalista como no podía ser de otra forma. Tiene motivos el PNV para honrar a quien durante un cuarto de siglo se convirtió en el personaje más poderoso de la política vasca y contribuyó decisivamente a consolidar el régimen nacionalista después de desbancar a Carlos Garaicoechea, el primer lendakari democrático y arrebatarle el mérito de haber sido el artífice del actual estatus vasco.

Javier Arzalluz nació en 1932 en el seno de una familia carlista. Su padre fue requeté en la guerra civil y no renegó de sus ideas políticas. Como premio a su heroísmo durante la guerra, donde llegó a ser conductor del general Varela, el régimen le concede un estanco de tabaco y lotería. Murió en 1949 años, el mismo año en que su hijo Javier entra en la Compañía de Jesús, que durante sus largos años de “maestrillo” le permite graduarse en Derecho. Marcha a Alemania para estudiar Teología en 1961. Se ordenó sacerdote en 1963. En 1970 cuelga la sotana. Sus hagiógrafos dicen que lo hizo para dedicarse a la política. Pero la realidad es que todavía llevaba sotana cuando en la Universidad de Deusto se hablaba de que estaba en amores con Begoña Loroño, con quien contrajo matrimonio en 1971.

Por cierto que al repasar los datos de su biografía he descubierto unas sorprendentes coincidencias mías con Arzalluz. Ambos soñamos con ser catedráticos de Derecho Político (así se llamaba entonces al Derecho Constitucional) y comenzamos por ser profesores ayudantes de Derecho Político en la Universidad de Deusto. Yo lo fui en el curso 1964-1965, mientras obtenía el título de “abogado-economista” y preparaba mi tesis doctoral sobre el “Origen y fundamento del régimen foral de Navarra”, de la que fue ponente el catedrático Pablo Lucas Verdú, que se había incorporado a la Facultad de Derecho de Deusto en 1964. Arzalluz se incorporó en el curso 1965-1966 a la cátedra del afamado jurista y le propuso que fuera director de su tesis doctoral que versaría sobre el “Estado libre de Baviera”. Lucas Verdú aceptó, pero Arzalluz no llegó a culminar su propósito.

Desconozco en qué momento de su vida se sintió atraído por la ideología de Sabino Arana, el fundador del PNV a finales del siglo XIX y su principal ideólogo. Quizás habría influido en ello su futura esposa, Begoña Loroño, de una familia nacionalista de Galdácano. Sus biógrafos cuentan que Arzalluz ingresó en el PNV en 1969, aunque no tuvo una militancia destacada hasta la muerte de Franco en 1975. Hizo buenas migas con otro mítico personaje nacionalista, Juan Ajuriaguerra, presidente del Bizkai Buru Batzar (BBB) durante la guerra civil, a quien le correspondió el dudoso honor de rendir, tras la caída de Bilbao en junio de 1937, un ejército de unos 30.000 soldados nacionalistas en Santoña (Cantabria), que fue una gran traición a la República pues aceleró la caída de toda la cornisa cantábrica en manos de las tropas de Franco. Ajuriaguerra, que en 1940 ya había sido puesto en libertad, alternó su estancia en Pamplona con periodos de clandestinidad. En 1957 fue nombrado presidente del Euskadi Buru Batzar, el órgano supremo del PNV, cargo que siguió desempeñando en la Transición hasta su relevo en 1977 por Carlos Garaicoechea, de familia carlista, a quien había conocido en la ciudad navarra y que no entró en el partido hasta 1975, después de la muerte del dictador. En las primeras elecciones democráticas, Ajuriaguerra encabezó la lista al Congreso por Vizcaya y Arzalluz por Guipúzcoa. El PNV fue la principal fuerza política en ambas circunscripciones, con un porcentaje similar al obtenido por UCD en Navarra, donde el gran derrotado fue Carlos Garaicoechea, cuya candidatura no alcanzó el 7 por ciento de los votos.

De su etapa de actividades en la cómoda clandestinidad, Arzalluz nos dejó un recuerdo sorprendente. Reconoció que muchas veces se habían preguntado “¿Qué pasará cuando se muera franco?”. En 2004 hizo esta revelación: “Nosotros estábamos preparados. Nosotros incluso teníamos armas. Toda una partida de metralletas fabricadas por nosotros. No te puedes hacer una idea lo fácil que es en este país fabricar una metralleta o cualquier cosa con todos los talleres que hay, que muchos son de gente nuestra. Habíamos traído de Venezuela un especialista, digamos, en turbulencias políticas que era nuestro pero había estado trabajando con los americanos, para reunir a la gente joven y formarla. Por tanto teníamos gente y teníamos armas. No para ninguna acción espectacular sino simplemente por si aprovechándose de la situación creada hubiera bandas o de extrema derecha o incluso de ETA que intentaran en aquel momento apoderarse, la sorpresa o lo que sea, de la situación. Yo tenía una pistolita clandestina, que me regaló un puertorriqueño…”. Lo que no reveló es qué pasó con las armas del PNV. Formulé una pregunta por escrito al Gobierno para conocer qué había sido de las armas del PNV, pero Pérez Rubalcaba en el Congreso, pero se llamó andana.

Pues bien, hora es de referirme al bagaje ideológico de Arzalluz, que sin lugar a dudas bebió en las fuentes de Sabino Arana, el personaje más insigne que ha habitado en el País Vasco desde el comienzo de los tiempos por haber sido el fundador de la patria vasca o el “Libertador”, título que el presidente de la región autónoma del País Vasco en 1936 había celebrado en 1953 porque, y cito textualmente, “sacó al pueblo vasco de su decadencia, le recordó su historia, sacudió su voluntad y le colocó en vías de renacimiento y redención”.

Sabino Arana no se merece ningún homenaje ni reconocimiento. En realidad fue un sembrador de odio con un pensamiento racista, xenófobo y machista. Podríamos aplicarle la vieja máxima de que quien siembra odio recoge tempestades, pues en 1959 un grupo de seguidores sabinianos, disidentes del PNV por su pasividad frente al franquismo, decidieron pasar de las palabras a los hechos, fundando así una de las organizaciones terroristas más sanguinarias del último tercio del siglo XX y del primero del XXI. Y por si alguien se enfurece porque  le tilde de machista, el propio Arana nos cuenta cuál es su concepción de la mujer tal y como se la expresó a su propia esposa: "Uno de tus deberes es estar sumisa a mis mandatos y obedecerme en todo lo que no vaya contra Dios".

Recordemos que a finales del siglo XIX, Arana convocó a sus compatriotas vascos a luchar por la independencia de Vizcaya. He dicho bien: la independencia de Vizcaya, porque ese fue “su verdadero grito nacional, clarín de guerra y de combate”, según afirman los editores de sus Obras Completas al reproducir en ellas el libro “Bizkaya por su independencia”, publicado por Sabino Arana en 1892. Y, en efecto, al grito de “¡Viva la independencia de Bizkaya!”, pronunciado ante los primeros apóstoles de la causa vasca en el caserío de Larrazábal, en Begoña, el 3 de junio de 1893, el Libertador inicia su actividad política. Pronto se percata de que los 2.217 kilómetros cuadrados de Vizcaya son demasiado escasos para una República cuasi teocrática e independiente y decide que hay que sumar al proyecto a otros territorios vascos a los que juzga dignos de configurar  una confederación (las Provincias de Alava y Guipúzcoa, Navarra y los tres territorios vasco-franceses del otro lado de los Pirineos). Al nuevo país Sabino duda en llamarle Euskeria o Euskalerria. Por fin, recibe la iluminación del Altísimo y lo bautiza con una palabra de su propia cosecha: Euzkadi, así con “z”, que según él significa “reunión de los vascos”.

Por aquel entonces, buena parte de la población vasca era carlista. Arana arremete contra sus compatriotas legitimistas por haber empuñado las armas en defensa de una patria –España– y de unos reyes extranjeros –Carlos V y Carlos VII– y les exhorta a repudiarlos. Al “Dios, Patria, Rey” o “Dios, Patria, Fueros, Rey” de los carlistas opone un nuevo lema: “Jaun-Goikua eta Lagi-Zara”, es decir, “Dios y Ley Vieja”.

Los nacionalistas continúan rindiendo homenaje de forma permanente a Sabino Arana. En pleno centro de Bilbao, y como demostración del poderío del Partido Nacionalista Vasco, se alza “Sabin Etxea” -la casa de Sabino-, donde tiene su sede la Fundación que lleva su nombre. Pero en la realidad el PNV oculta el verdadero pensamiento político del “Libertador”. No es de extrañar porque Arana es el arquetipo de un político teocrático, fundamentalista y ultramontano. Cuando sienta las bases de la independencia vizcaína establece la "anteposición de Jaun-Goikua a Lagi-Zara" de modo que “Bizkaya se establecerá sobre una completa e incondicional subordinación de lo político a lo religioso, del Estado a la Iglesia”.

Es, sin duda,  el racismo -exaltación de la raza vasca- y la xenofobia -odio a todo lo extranjero, singularmente a lo español, lo que convierte a su doctrina en especialmente peligrosa. Para Sabino Arana raza y nación son términos equivalentes. La lengua, el derecho, la geografía o las costumbres son elementos accesorios. El principio esencial identificador de la nación es la raza. Por eso, el día en que Euzkadi sea independiente habrá que practicar la limpieza étnica. Sólo pueden formar parte de la Patria vasca quienes hayan tenido la inmensa fortuna de nacer vascos, llenos de apellidos eúskaros.

Recomendar la lectura de los tres tomos de sus Obras Completas sería demasiado. Pero sí vale la pena echar una ojeada a un libro que fue muy difundido en los años de la II República, editado con motivo de la celebración de las “Bodas de Oro” (1882-1932) del nacionalismo vasco. Me refiero al titulado “De su alma y de su pluma (Colección de Pensamientos, seleccionados en los escritos del maestro del nacionalismo vasco). Y como en la portada del libro se lee “Zabaldu nagixu- Répandez-moi: Difundidme”, no debo sustraerme al deseo de los editores y por eso he seleccionado e incluido al final de este artículo alguna de sus perlas más cultivadas en relación con el binomio raza-odio porque entiendo que los lectores deben saber cuáles son los mimbres ideológicos con los que se construyó el nacionalismo vasco y de los que se nutrió Javier Arzalluz*.

Descalifica a los socialistas por ser “el partido de los burgueses de nuevo cuño”, definición tal vez injusta en aquella época, aunque no tanto en su evolución posterior. Pasa lista de los “maketos” –nombre despectivo con los inmigrantes de otras regiones españolas que al calor de la primera Revolución industrial  buscaron trabajo en Vizcaya– y que ya existían en Bilbao, en la Administración o en el Magisterio, lamentándose de que el municipio bilbaíno esté en manos de gente extraña, que usurpan los cargos y empleos a los “hijos del país”. Comprueba con espanto cómo los maketos -los García, Fernández, Martínez y González- superan con creces a los de pura raza vasca -los Echebarria, Aguirre, Arana y Zabala- en la capital del Señorío. Se alegra del fracaso del genial violinista navarro Pablo de Sarasate al asistir poco público a un concierto suyo en Guernica y ello porque tuvo la osadía de profanar el Arbol Santo interpretando “peteneras y jotas aragonesas”. Conmina a los maestros maketos a que “callen la boca maketa y recogiendo los trastos váyanse con la música pedagógico-maketil a cualquiera región de España, a aquella, por ejemplo, que llaman la tierra de María Santísima...”. Y exige a los maestros euskaldunes acosar y denunciar a sus compañeros que no hablen euskera y enseñen el catecismo en castellano. Protesta porque se ice la bandera española en las escuelas.

Tampoco se libra la prensa: “Los periódicos bilbaínos (no exceptúo a ninguno)... son entusiastas patriotas españoles, exactamente como los de Santander y Cuenca”, lo que no debía extrañar “pues las redacciones... están, algunas por completo, y las otras casi totalmente, compuestas de maketos”.

Sabino Arana, además de una ingente tarea de falsificación de la historia,  en lo relativo al euskera, fue consecuente con sus ideas. No sólo lo aprendió sino que dedicó buena parte de su vida a su estudio y divulgación. Intentó, al igual que Miguel de Unamuno, conseguir la cátedra de vascuence en Bilbao, pero ambos fracasaron frente al presbítero Resurrección María de Azcue. Por cierto, mientras a Sabino Arana se le honra como "Padre de la Patria vasca", los responsables de la cultura en el País Vasco han proscrito la memoria de Unamuno, cuya universalidad de pensamiento contrasta con la cortedad intelectual y de miras de aquél. La razón es muy sencilla. Unamuno combatió las ideas nacionalistas y defendió la españolidad del País Vasco. Algo imperdonable para los sectarios continuadores de la herencia sabiniana.

El fundador del nacionalismo vasco murió prematuramente, aquejado del síndrome de la enfermedad bronceada de Adisson, el 23 de noviembre de 1903, cuando contaba treinta y ocho años. Poco antes había estado unos meses en la cárcel, acusado por el fiscal de un delito consumado de rebelión por haber tratado de enviar al presidente Roosevelt de los Estados Unidos un telegrama en el que en nombre del PNV le felicitaba por haber liberado a Cuba. Tanto la Audiencia bilbaína como el Tribunal Supremo le absolvieron de tal imputación y quedó en libertad. Era la segunda vez que visitaba la cárcel. En ella se encontraba acusado de actividades subversivas, la Nochebuena de 1895. No debieron ser muy extremados los rigores de la prisión de Larrinaga a juzgar por el célebre menú que tuvo para cenar: ostras, sopa de chirlas, ensalada de alubias, bacalao en salsa roja, angulas, besugo, bermejuelas, merluza frita, caracoles en salsa roja, compota de manzana, postre de pastel, mazapán y turrón (jijona y yema), todo ello regado con vino de Aramburuzabala, txakoli blanco, jerez, oporto y chartreuse. Los criados de su familia llevaron tan exquisitos manjares a la prisión donde Arana disfrutaba de un trato especial.

Pues bien, a la vista de tan rigurosos antecedentes y con plena fidelidad a la vieja ley vizcaína, Sabino Arana esboza el programa nacionalista en relación con la "pureza de la raza". Un programa que, según él, se reduce a los puntos siguientes que transcribo en su literalidad:

“1º. Los extranjeros podrían establecerse en Bizkaya bajo la tutela de sus respectivos cónsules; pero no podrán naturalizarse en la misma. Respecto de los españoles, las Juntas Generales acordarían si habrían de ser expulsados, no autorizándoles en los primeros años de independencia la entrada en territorio bizkaino, a fin de borrar más fácilmente toda huella que en el carácter, en las costumbres y en el idioma hubiera dejado su dominación.

“2º. La ciudadanía bizkaina pertenecería por derecho natural y tradicional a las familias originarias de Bizcaya, y en general a las de raza euskeriana, por efecto de la confederación; y por concesión del poder (Juntas Generales) constituido por aquéllas y éstas, y con las restricciones jurídicas y territoriales que señalaran, a las familias mestizas o euskeriano-extranjeras”.

Recuerdo que hace unos años leí a un estudiante alemán de la Universidad de Navarra, interesado en hacer una tesis sobre el terrorismo vasco, alguna de las frases que he rescatado de las Obras Completas de Sabino Arana. Su reacción fue de sorpresa: “¡Es lo mismo que Hitler!

En su Mein Kampf  (Mi lucha), publicado en 1923, Adolfo Hitler escribe: “Nadie, fuera de los miembros de la nación, podrá ser ciudadano del Estado. Nadie, fuera de aquellos por cuyas venas circule la sangre alemana, sea cual fuese su credo religioso, podrá ser miembro de la nación. Por consiguiente ningún judío será miembro de la nación. Quien no sea ciudadano del Estado, sólo residirá en Alemania como huésped y será sujeto a leyes extranjeras... Exigimos que se obligue a todo ario llegado a Alemania a partir del 2 de agosto de 1914 a abandonar inmediatamente el territorio nacional... De cada súbdito del Estado habrá de examinarse la raza y la nacionalidad”.


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Arzalluz o la reencarnación de Sabino Arana (I)