• martes, 16 de abril de 2024
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Opinión /

Fordlândia. El fracaso de Henry Ford

Por Iñaki Oroz

Imaginemos una réplica de una ciudad estadounidense en medio del Amazonas brasileño en los años 30. Con sus unifamiliares con jardín, campo de golf, panaderías, hamburgueserías, salas de baile, iglesia y hospital. En esta ciudad todo el mundo trabaja.

Un Ford R5 en una prueba de automovilismo. Cedida.
Un Ford R5 en una prueba de automovilismo. Cedida.

Ahora imaginemos esa misma ciudad abandonada unos pocos años después. Con las casas vacías, edificios sin cuidar y campos sin cultivar. Solo unos pocos habitantes viven en ella.

Puede parecer el guion de alguna película o de una novela, pero la ciudad existió, se llamaba Fordlândia y fue construida por Henry Ford para ser el centro productor del caucho natural que utilizaban los vehículos de Ford. En cambio, se convirtió en pocos años en un gran fracaso del padre de las cadenas de producción. La misma persona que revolucionó la industria y economía para siempre, perdió millones y millones en aquel proyecto.

¿Por qué Ford fundó esta ciudad? ¿Qué sucedió con ella?

El empresario automovilístico observó, con certeza, una dificultad en su negocio. La dependencia de proveedores casi monopolísticos para adquirir el caucho imprescindible para sus vehículos. En esos años, británicos y holandeses dominaban el mercado del caucho natural con plantaciones en Asia.

Para romper esta dependencia, Henry Ford decidió producir el caucho él mismo. Plantar 20.000 hectáreas en Brasil y de esta forma integrar verticalmente este producto en su compañía.

La apuesta fue importante y Henry Ford solía acertar en sus decisiones. ¿Por qué fracasó?

En primer lugar, Ford cometió un error muy importante. No estar atento a nuevos entrantes en el mercado del caucho impulsados por la tecnología. En esos mismos años en los que Fordlândia vivía al ritmo de jazz y blues en medio del Amazonas, científicos internacionales desarrollaban el caucho sintético, producto que dejaba fuera del mercado al caucho natural.

En segundo lugar, no supo calcular la dificultad de adaptación de sus empleados a un entorno tan hostil como el Amazonas. Los operarios norteamericanos no podían soportar ni clima, ni enfermedades ni alimentación, por mucho que se hubiera “americanizado” esta última. Los empleados locales no aceptaron algunas de las costumbres impuestas por Ford en su ciudad.

Tan hostil era el terreno que Henry Ford nunca visitó la ciudad, por miedo a contraer enfermedades.

Esta situación acabó en tensiones que produjeron grandes niveles de alcoholismo, violencia y otros problemas de convivencia, que hicieron muy difícil de manejar los procesos de trabajo y producción.

En tercer lugar, los terrenos no eran adecuados para la producción del caucho. Aunque quien se los vendió sí convenció a Ford de ello, la realidad era otra y el terreno no era adecuado para el cultivo.

Y por último, aunque ya más difícil de prever, la zona se convirtió en militarmente estratégica durante la Segunda Guerra Mundial.

En consecuencia, Henry Ford decidió abandonar la plantación y perdió el equivalente a 200 millones de dólares de hoy en día.

Es interesante ver como los grandes también fracasan. Continuamente nos enseñan experiencias de éxito, pero no las de fracaso, y sin embargo de todas se puede extraer conclusiones.

Ford no supo entender su entorno, o porque no lo vigilaba y no conocía o porque no lo interpretó bien. No supo ver como nuevas tecnologías iban a cambiar su entorno competitivo, tampoco vio como el entorno social es importante para cualquier producto y empresa y cometió el error de no elegir bien los recursos.

Hoy en día Fôrdlandia sigue existiendo. Unos pocos granjeros viven allí y se cruzan con turistas que hacen fotografías a viejos edificios de los años 30, que recuerdan a una vieja ciudad de EEUU en medio de la selva amazónica.


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