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Opinión /

Emilio, aquel día casi nos pilla el toro

Por Ignacio Murillo

Muere a los 87 años Emilio García San Miguel, aficionado y crítico taurino de Diario de Navarra durante un cuarto de siglo. 

Ignacio Murillo y Emilio García San Miguel, en la plaza de toros de Pamplona - copia
Ignacio Murillo y Emilio García San Miguel, en la plaza de toros de Pamplona antes de un encierro en 2013.

Emilio García San Miguel nos ha dejado. Quizá barruntaba que este años los Sanfermines tenían bastante mala pinta y él, que mientras el cuerpo le aguantó no se perdió ni una tarde en la plaza, consideró que la cosa no merecía ya la pena. 

La última crónica de Emilio en Diario de Navarra coincidió con una de las mejores tardes de José Tomás en Pamplona. Fue el 14 de julio de 1998 y al día siguiente la página de toros recogía el resumen que Emilio hizo de la corrida: "José Tomás, llegó, vio y convenció".

Cuando Emilio firmó esta crítica en el periódico yo todavía no había escrito mis primeras líneas en el mismo medio, pero me había leído ya casi todas las suyas, al menos desde que tuve posibilidad de leerlas, porque cuando él escribió la primera, en 1974, yo ni siquiera había nacido. Luego, con el tiempo, las repasé todas.  

Parte de la historia de Pamplona y de San Fermín la dejó escrita con sus sobrias críticas de las tardes sanfermineras en Diario de Navarra, sencillas y sin mucha adjetivación, un buen resumen de cómo era él como persona. Al asunto, sin muchas vueltas. Humilde, llano, natural. ¡Cuánto le quería todo el mundo en el periódico!

Cuando se inició como cronista taurino en el Norte Deportivo firmó sus primeras piezas como Fermintxo, seudónimo con el que también recogió las andanzas de su grupo de amigos en los años 50, cuando soñaron con ser toreros en aquella Pamplona tan distinta a la que ahora conocemos. Se llamaron La Comanchada

Con los años lo conocí en el callejón de la plaza de toros. Javier Marrodán me pasó el testigo para cubrir las mañanas de encierro en el periódico y me chivó las tres o cuatro claves para salir indemne de aquellos momentos. Además de regalar un ejemplar del periódico en la enfermería a cambio del parte de volteados en las vaquillas, era imprescindible tomar nota del orden de entrada de los toros a los corrales después de la carrera. 

Emilio García San Miguel se colocaba cada mañana en el callejón de la plaza junto a otro de sus compinches del Club Taurino, Emilio de Hita, y juntos cantaban como en el bingo el paso de la manada. "15, 23, 45, 2, 12 y 33", decían como si estuviéramos a punto de hacer línea. En un pequeño cartón apuntaban los números y, luego, con la ficha de los toros del encierro del periódico (antes de llevarlo a la enfermería) cotejábamos si algún número había bailado. Ese orden era luego fundamental para montar la crónica del encierro y saber qué toro era el rezagado, sobre todo cuando ni en las fotos ni en la tele se les veía el número herrado en el costado. 

Cada mañana sanferminera hacíamos lo que más le gustaba a Emilio, que era hablar de toros, comentar la corrida de la tarde anterior o aventurar lo que nos esperaba en la siguiente.

Hasta los últimos dos años no cesó en su trasiego de la plaza al Club Taurino, del apartado al tendido y de ahí vuelta cada mañana al patio de caballos, donde era uno más del paisaje de las mañanas de fiestas, con su chaqueta o jersey de pico, pero pocas veces con pañuelo o de blanco, o quizá ninguna, no se lo recuerdo. 

Aficionado de una memoria prodigiosa, en las comidas del jurado de la Feria del Toro en el Rodero era cómodo recurrir a él para preguntar por una fecha, un dato o un torero, porque mantenía una agilidad impresionante cuando había que rememorar una faena histórica o un petardo para el olvido. 

Hasta su jubilación trabajó en los almacenes Unzu de la calle Mercaderes y en un reportaje sobre los 50 años de la Feria del Toro le pedí que seleccionara un instante imborrable del medio siglo de historia, pues él no había faltado a ninguna tarde desde 1959.

“Recuerdo una faena muy buena el 7 de julio de 1970 a un toro de Pablo Romero de Manolo Cortés. Era un torero muy artista, aunque nunca se sabía cuando tenía el día bueno. Cuando lo cuajaba, era exquisito. La faena fue estupenda, pero al final le cogió”, aseguró sin pestañear ni dudar de la fecha, el torero, la ganadería o la anécdota del resultado. 

Una de las mañanas de San Fermín, el 13 de julio de 2013, he de confesar que estuvimos a punto de ser noticia mientras esperábamos en la plaza al encierro de aquella mañana. En la entrada a la plaza se formó un montón fenomenal en el acceso al ruedo y los toros de Fuente Ymbro salvaron a la muchedumbre pasando por el callejón. Nosotros los vimos venir directos hacia nosotros y saltamos o pasamos la valla hacia el otro lado. "Emilio, aquel día casi nos pilla el toro", recordamos entre risas alguna otra vez sin saber muy bien cómo salimos de aquel momento, aunque visto luego el suceso en vídeo era mucho menos heroico de lo que recordábamos. 

La última vez que hablé con él fue por teléfono y, como ocurre en estas circunstancias, pena no haberlo hecho más veces, para conocer más historias o tener más recuerdos de nuestra historia taurina

Sintió mucho la pérdida de su mujer, en 2005, y sufrió también con sus dificultades de los últimos años para acudir a los toros o a las tertulias del bar Picasso o del Club Taurino, del que fue directivo y nombrado socio de honor. 

Cuando todo esto pase y podamos despedirle como se merece, espero también que le guardemos un minuto de silencio en el primer festejo que haya en la plaza de toros de Pamplona.

Descansa en paz. 


Emilio, aquel día casi nos pilla el toro