• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Editor del Grupo Diariocritico.

¡Que vienen los bolcheviques!

Por Fernando Jauregui

País este el nuestro en el que la falta de moderación y un algo de sectarismo lo contagian todo.

El cese, con nocturnidad y alevosía, del 'número tres' de Podemos, Sergio Pascual, lapidado, con aparente cariño, por los suyos, ha sido calificado por comentaristas que yo me sé de "acto bolchevique", "purga" y "muestra de estalinismo". Ahí queda esa prueba de que hemos olvidado lo que significan exactamente aquellos excesos de la revolución rusa y de la extrema crueldad del 'camarada' Józef Stalin. La demasía, que va siendo habitual en el análisis que hacemos de cuanto nos rodea, conduce al desprestigio de quien la pronuncia, y eso no quiere decir que yo no condene la nocturnidad y alevosía del cese 'digital' -que es peor casi que el nombramiento 'a dedo'- de un alto cargo en un partido político al que votaron cinco millones de personas y sufragamos entre todos.

Pero una cosa es una cosa y otra, otra. Muchas veces he dicho a quien ha querido oírme que no me encontrarán ante una urna votando a la formación de Pablo Iglesias, a la que considero, no obstante, necesaria para encauzar tantos cabreos justificados como existen en nuestra España, pero a la que juzgo muy lejos de estar preparada para gobernarnos, sola o en coalición: de momento, creo que lo justo sería que fuesen sopesando la conveniencia de pasar una temporada, larga, ejerciendo esa suerte de poder paralelo -pero poder- que es quedarse en la oposición, renunciando al asalto de cualquier tipo de palacio de invierno.

Tienen mucho que reconsiderar, en cuanto a trayectoria y actitudes, los dirigentes de Podemos, en cuyo haber hay que apuntar el haber creado una formación coherente y activa en un tiempo récord: y una de sus causas de meditación habría de ser cómo corregir ese afán de hacerse con el poder cuanto antes y como sea. Actitud que, por lo visto, algunos críticos, sin pararse en mientes, confunden con el bolchevismo o, peor, con el estalinismo.

A menos, claro, que a la falta de transparencia interna, a la escasísima democracia intestina que caracteriza a todos nuestros partidos -de Podemos hubiésemos podido esperar que llegasen con actitudes bien distintas--, queramos equipararlas con las tácticas dictatoriales 'de los leninistas', equiparación que lanzó hace dos días un contertulio del que habitualmente discrepo en lo sustancial y en lo accesorio.

Porque cargamos las tintas sobre Podemos, y motivos no faltan para ello, pero nuestra frágil memoria olvida lo ocurrido en el PSOE en fecha no tan lejana con, por ejemplo, Tomás Gómez (o con Antonio Miguel Carmona), o que en el PP huyen de las elecciones internas como de la peste, o que en Ciudadanos no decide sino uno, o que ninguno de ellos hace nada, aparte de pregonarlo en los programas electorales para jamás cumplirlo, por el desbloqueo de las candidaturas...

Con ello quiero decir que en nuestros partidos políticos, para presumir, como presumen, de democráticos, habría que instaurar por ley diversos compromisos de transparencia y participación ciudadana, de manera que no sean los 'aparatos', o el mero dedo del líder, los que decidan premios y castigos, líneas programáticas y estrategias. Por ejemplo, me pareció muy bien la idea de Pedro Sánchez de convocar una consulta interna para la militancia acerca de los pactos de investidura, y me cayó muy mal la pregunta, tan genérica, en el fondo tan tramposa, que se sometió a los afiliados.

De  manera que, para ser del todo justos, ¿no convendría que, si se trata de llegar a un acuerdo de investidura con Podemos --¿desechando el pacto al que se ha llegado con Ciudadanos?--, el PSOE vuelva a preguntar a sus militantes qué opinan sobre esta vuelta de tuerca?. O, ya que estamos, ¿no es hora de que un congreso acelerado -que no extraordinario- en el PP determine si los afiliados quieren o no la sustitución de Rajoy al frente del partido?

Mientras los partidos, nuestros partidos, esos a los que votamos y sufragamos con nuestros impuestos, sigan en la línea del 'yo me lo guiso, yo me lo como', poniendo la buena marcha de su formación por delante del bienestar ciudadano, no deben extrañarse de perder -y lo mismo digo, conste, para los sindicatos- afiliados a chorros. Ni tampoco ha de resultarles muy raro el desapego ciudadano. No es esto para lo que los sostenemos. No, no son bolcheviques. Corren el riesgo de ser algo mucho peor: prescindibles.


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