• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Editor del Grupo Diariocritico.

¿Pueden 58 millones de personas estar equivocadas?

Por Fernando Jauregui

Dijo Trump que le encanta 'la gente sin cultura'. Lo suyo, claro, era la guerra a los valores convencionales de la educación, las buenas maneras y, de paso, a los libros.

Cincuenta y ocho millones setecientas y pico mil personas han respaldado con su voto una opción que a nosotros, europeos (y a los norteamericanos a los que conocemos, claro está), nos parece deleznable. Por un margen de trescientos mil votos, la candidatura de Donald Trump ha superado a la 'continuista' de Clinton. Ya he empezado a escuchar que quienes votaron a Trump son los equivocados, gente como a su líder le gusta: con escasa cultura. Y confieso que me indignan estas versiones, en las que se desprecia la calidad de unos sufragios frente a otros, como si el concepto de que todos los votos valen lo mismo no hubiese sido una de las conquistas básicas de la democracia contemporánea.

Mantuve, horas antes de que finalizase la votación en los Estados Unidos, un debate algo agrio con un querido compañero, de cuya calidad como demócrata jamás he dudado, que proclamó, ante las cámaras de una televisión madrileña en la que nos encontrábamos frente a frente, que quien votase a Trump era "tonto".

Así, como suena. ¿Hay casi sesenta millones de 'tontos', cuyo sufragio hay que desdeñar porque pertenecen a la América más o menos profunda? ¿Sabemos, de verdad, por qué toda esa gente se ha decantado por una opción que roza casi los linderos del sistema? ¿No será que han tenido una ración excesiva de 'sistema', de candidatos que siempre son (figuradamente) wasp, ricos e incluso familia los unos de los otros?

Claro que esto no es ni una justificación ni una canción de júbilo por el triunfo de Trump. Todo lo contrario: creo que nos traerá grandes males. Y que podría tener un efecto contagio para que figuras indeseables, como la francesa Marine Le Pen, le sigan en la senda de la victoria electoral. En el caso de España, donde se encuentran los mayores apoyos logísticos militares norteamericanos de toda Europa, el riesgo de que Trump se deslice por los caminos de la locura -lo que no es del todo imprevisible, dado que no hay demasiados contrapesos parlamentarios a su acción_ podría traer consecuencias especialmente nefastas.

Quien suscribe es, desde luego, uno más de los que se equivocaron radicalmente en sus predicciones. Creí que ganaría Hillary, que era, con todas las dosis críticas que se quiera, 'nuestra' Hillary, frente a lo que nos parecía -y, ay, nos parece_ energumeneico.

Quienes tanto nos ufanábamos de conocer las bondades de una democracia ejemplar, como la norteamericana, creo que hemos aprendido una dura lección: hay muchos registros ocultos en el voto de una persona, mucho hartazgo, muchos rencores, bastantes aspiraciones para lograr un Cambio radical, aunque vaya a resultar para peor. Despachar todos esos factores diciendo que quienes ejercen su voto en una determinada dirección son gente como de segundo nivel, poco esclarecida, que porta camisetas, peinados y gorras horribles, es una muestra más de ignorancia por nuestra parte, la de quienes nos creemos iluminados por la luz de la verdad. No hay una sola verdad.

Otra cosa, ya digo, son las consecuencias. No me tranquiliza nada que sean Vladimir Putin, o el esperpéntico británico Farage, o el ultra holandés errante, o nuestra vecina desmadrada del norte, que dentro de unos meses podría ganar las elecciones galas, quienes más se hayan alegrado del triunfo esotérico, mientras los mercados y las instituciones tiemblan: vamos a dar el maletín con el botón rojo a alguien que se coloca más allá del bien y del mal o, según nuestros parámetros, más cerca del mal que del bien.

Lo único que ocurre es eso: que casi sesenta millones de personas se han inclinado por esa opción. Y el tema no se resuelve llamando 'tontos' a todos esos seres humanos, que, lo siento por quienes dicen otra cosa, son como nosotros, tan merecedores de respeto como quienes, de haber tenido en nuestras manos sesenta millones de votos, ni siquiera uno le hubiéramos dado a Donald Trump.

Así que solo nos queda sacar consecuencias: algo habremos hecho mal. Luego toca abrir el paraguas y aguantar el chaparrón. Casi sesenta millones de personas, quizá menos elegantes que un abogado neoyorquino, pero personas al fin, así lo han querido.


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