• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Editor del Grupo Diariocritico.

¿Podemos o no podemos culpar del desastre a Podemos?

Por Fernando Jauregui

Supongo que nadie pensaba que, con los actuales planteamientos, los militantes de Podemos pudiesen haber votado algo diferente a lo que votaron este fin de semana y cuyos resultados conocimos este lunes: un 'no' abrumador a apoyar, con la abstención de la formación morada en una hipotética votación de investidura, la pretensión del socialista Pedro Sánchez de alzarse con el Gobierno del país en alianza exclusivamente con Ciudadanos. Supongo que, aunque se sigue oficialmente, sobre todo en el PSOE,  mareando la perdiz, nadie cree ya en la posibilidad de cualquier acuerdo sensato para evitar las elecciones del 26 de junio.

Ahora, ¿podemos o no podemos culpar a Podemos de haber acabado con la (pen)última posibilidad de no volver a las urnas? No me parecería, la verdad, del todo justo cargar con la culpa en exclusiva al volátil Pablo Iglesias y sus gentes: creo que han actuado coherentemente con sus postulados. No: todos -todos-- tenemos, en distintos grados, la culpa del "desastre" (la expresión no es mía, sino de los propios representantes de la clase política) que nos conduce a la última esperanza: que entre todos rectifiquemos, y lo hagamos el 26 de junio.

De acuerdo: Iglesias se ha comportado como un saltimbanqui de la política, exponiéndonos a todos la ducha escocesa de sus cambios de talante, conciliador, pendenciero, comprensivo, altanero, irreductible, y de sus diferentes programas marxistas, de Marx, Groucho: "si mi programa no le gusta, lo cambiamos por otro". Un inmaduro, por decirlo en pocas palabras. Con Iglesias simplemente no se puede pactar porque lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible, y también porque él nunca ha querido hacerlo; y eso lo sabíamos todos menos el señor Pedro Sánchez, que, en su afán por llegar a La Moncloa por el camino que fuere, aceptaba provocaciones, desafíos y demandas inasumibles procedentes del bando morado. Todo por el sillón.

Y todos, menos el señor Pedro Sánchez, a quien también hay que cargar con buena parte de las responsabilidades de que hayamos llegado hasta aquí, sabíamos, y sabemos, que la única salida razonable a este atolladero, si no se quería regresar a las urnas, era eso que ha dado en llamarse gran coalición, adoptase esta fórmula las modalidades que adoptase: bipartito PP-PSOE, tripartito con Ciudadanos, o un Gobierno más amplio incluyendo a otras formaciones 'menores', como Coalición Canaria, e independientes. Y hasta formaciones nacionalistas y de izquierda, si hubiesen querido integrarse, que era mucho querer, en este país donde todavía se sigue hablando de esa distinciones, 'izquierda' versus 'derecha', como elementos de segregación de acuerdos, como formas implacables e ineludibles de las dos Españas machadianas.

Pero el señor Sánchez, pese a los esfuerzos de su 'socio' Albert Rivera por llevar las cosas al terreno de las grandes coaliciones, siempre puso pie en pared contra esa aventura 'con la derecha'. No se trataba solamente de que, con su impulso, se podría acaso haber logrado la sustitución de Rajoy, aunque hubiese sido a medio plazo, por otro dirigente del PP, y, de paso, se podrían haber forzado reformas sustanciales, incluyendo en sustanciales articulados de la Constitución; se trataba, según Sánchez, de "hacer que el PP pasase a la oposición", olvidando que fue, con todo, el partido más votado, y que su acuerdo era imprescindible, en Congreso y Senado, para emprender esas reformas legales que el candidato Sánchez prometía introducir en España. En resumen: creo que el secretario general del PSOE, y con él todo el comité federal de este partido, se equivocaron de plano al vetar un posible -y que hubiese podido ser muy negociado- pacto con el PP. Y deben asumir esa responsabilidad por su miopía doctrinaria.

No acaba aquí el repaso, por supuesto: si Mariano Rajoy hubiese celebrado las elecciones antes de lo que lo hizo, nos hubiese evitado este período desolador de vida política en funciones; si se hubiese presentado a la investidura, podría haber logrado un acuerdo con Ciudadanos, aunque pasase por dar un 'paso patriótico' a un lado y facilitar su relevo en aras del pacto, quitando a Sánchez el protagonismo; si hubiese mostrado un talante mucho más abierto y reformista, empezando por la cuestión catalana -¡solo ahora, cuatro meses después de las elecciones generales, casi siete meses después de las catalanas, va a entrevistarse con Puigdemont en La Moncloa!--, tal vez hubiese dejado a Sánchez sin argumentos para intentar un pacto 'grancoalicionista'.

Pero nada de esto se hizo. Rajoy insiste en sus viejas fórmulas, que le han dado buen resultado en un pasado ya muy remoto, y le van a llevar a ser un ex a menos de medio plazo. Y, por lo que toca a Sánchez. Lo menos que se puede decir es que contribuyó a darle un excesivo protagonismo -cimentado, eso sí y nada menos, en cinco millones de votos- al trapecista Iglesias, empeñado en sus juegos de tronos y en 'èpater le bourgeois', entendiendo por 'bourgeois' no solamente el sentido que le dieron los Rimbaud y Baudelaire, sino comprendiéndonos a todos nosotros, los de la 'casta', o sea, los que no eran originariamente 'ellos', fuésemos o no sociológicamente 'burgueses'. Aunque 'ellos' ya no sean propiamente 'ellos', sino una especie de marcianos que andan por las nubes.

Quizá Albert Rivera, de Ciudadanos, sea quien menos porcentaje de culpa tenga en la que ya se va llamando 'banda de los cuatro' a la hora de haber llegado hasta donde hemos llegado en este fracaso colectivo, en el que también algo hay que achacar a la falta de espíritu crítico y combativo de la sociedad civil española, que con todo se conforma y a todo se resigna. Pero no crea Rivera, el-hombre-que-pretendió-excluir-de-la-regeneración-a-cuantos-habían-nacido-antes-que-él, que se libra de toda acusación en este macro-proceso contra todos nosotros, pero más contra todos ellos: se ha desmentido en tantas cosas que solamente queda elogiarle por sus rectificaciones, comenzando por la de aquella promesa de 'no, de ninguna manera' el apoyo a la gobernación de Rajoy o de Sánchez.

Rivera se ha quedado, ahora, colgado de la brocha que mantenía, enhiesta, Sánchez; se les ha caído la escalera que sostenía, sin peldaños ni casi nada, el trapecista-malabarista. Rivera, que no está ni en los juegos con la cuerda floja ni en la prestidigitación, tiene que variar el rumbo, insistir en que su 'socio' acepte alguna forma de contacto inmediato y de futuro con el PP, con un PP que, sí, tiene que renovarse mucho. Sin embargo, no lo están haciendo: ni el PP la renovación, ni Ciudadanos la presión suficiente, ni el PSOE la mínima reflexión-rectificación de rumbo ahora necesaria.

Y hasta aquí, tras la consulta de opereta a las bases podemitas, hemos llegado. Que no hay más pactos que los que arden, vaya. Hala, vayamos todos, y nosotros, ay, los votantes, los primeros, por la senda electoral. Que, visto lo visto, es, 'mirabile dictu, la menos mala, o incluso la menos peor, de todas las opciones a la vista, quién lo iba a decir. Culpar solamente a Podemos de todo esto es hacerle otro favor al saltimbanqui, que lo está pasando bomba haciendo de protagonista de esta película de terror en la que todos somos figurantes.


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