• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Editor del Grupo Diariocritico.

Una hora menos en Moncloa

Por Fernando Jauregui

Poco más de tres semanas, algo menos de un mes. Es lo que nos falta para que se cumpla el fatídico veredicto que se teme ya casi un ochenta por ciento de los españoles sometidos a diversos sondeos.

Las elecciones repetidas darían un resultado también más o menos repetido, excepto, quizá, para Podemos, que se cae algo, y para Ciudadanos, que parece, a base de no ejercer el toreo tremendista de otros, ascender también algo. Con la misma Constitución que bloquea muchas iniciativas del jefe del Estado e impone unos plazos enloquecidos; con idéntica normativa electoral, que prima la injusticia; con estos reglamentos de Congreso y Senado. ¿De qué serviría ir a las urnas ese 26 de junio marcado como una jornada temible para la Historia de la política en el Reino de España? Pues eso: que nos quedan veintitantos días, según cómo se cuenten, para llegar a un acuerdo, en el que prime la lógica, para formar un Gobierno presidido por Pedro Sánchez, ¿con quién?

Sí, he escrito 'presidido por Pedro Sánchez', que no suscita adhesiones inquebrantables precisamente. Porque no conozco a una sola persona que crea que, si no hay elecciones, Mariano Rajoy podrá seguir en el cargo, y a muchos les parece dudoso que pudiese revalidar su posición incluso si se repitiesen las elecciones y, como indicaban los sondeos aparecidos este domingo, el Partido Popular las ganase por la mínima. Rajoy, el sábado en Sevilla, dio todo un recital de inmovilismo: más bien, proponiendo adaptar a escala nacional el horario canario, propuesta 'electorera' sin duda a considerar, pero absolutamente extemporánea en estos momentos, vino a decirnos que en Moncloa están una hora -al menos una_ por detrás de los tiempos que los demás vivimos.

Y muchos, quien suscribe entre otros, hemos escuchado -con los micros alejados, claro está, porque la lealtad interna es lo que prima entre los 'populares'- estallar los nervios de ciertas personas importantes en el PP tras haberse resuelto este sábado la incertidumbre acerca de si uno de los 'hombres fuertes' del partido, Alberto Núñez Feijóo, iba o no a mostrar a Rajoy el camino de salida con su ejemplo. No lo ha hecho. Minuto de tregua para ese Rajoy empeñado en considerarse asediado -lo está, de hecho, y no solamente desde fuera_ y en resistir en su Numancia particular, que es, por cierto, la ciudad encastillada en la que a todos nos mantienen encerrados. Recordemos cómo acabó lo de Numancia: la mayoría de sus habitantes terminó suicidándose, y el resto, hambriento y desesperado, falto de esperanzas, se entregó al asaltante Escipión Emiliano para afrontar un destino horrible, como esclavos en el mejor caso.

Ahora, se trata de ver si Sánchez, que está haciendo juegos malabares, es capaz de forzar la cuadratura del círculo, que consistiría en lograr que las 'bases' de Podemos votasen a favor de una abstención para que él pueda, sin duda con ciertas (¿y duras?) condiciones pactadas con Pablo Iglesias, gobernar acompañado de Albert Rivera, que ya ha dicho que él, con Podemos, más bien poco, aunque con Rajoy, tampoco. Este lunes, cuando se reúnan las tres formaciones afortunadamente bautizadas, porque el PP 'mariano' lo está permitiendo, como 'las del cambio', PSOE, P's y C's, podremos comprobar si el círculo se va cuadriculando, o si el cuadrado empieza a convertirse en  circular.

No parece fácil, desde luego; demasiados personalismos, ambiciones y juegos de tronos como para tolerar que sea realidad ese Ejecutivo de centro-izquierda, de socialistas y Ciudadanos, que constituye una preferencia sin entusiasmos para una mayoría de los encuestados en estos días. Bueno, el país está, al menos, aparentemente tranquilo, porque siguen abriendo las panaderías, por mucho que el Banco de España nos advierta, seguramente con razón, de catástrofes inminentes si seguimos en este plan, si 'ellos' siguen en este plan. A los demás, nos dejan absortos por quitar una hora a nuestros calendarios y por homenajear de corazón a un deportista que se 'atreve' (ay, Diossss: que eso haya llegado a ser una 'rara avis') a pasear por el mundo enarbolando la enseña nacional.


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