• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / Editor del Grupo Diariocritico.

A veces parece que un país se suicida, pero no

Por Fernando Jauregui

Hay idiotas -o sinvergüenzas- que tienen la desfachatez de afirmar que los pueblos se equivocan votando lo que no conviene y tienen hasta la audacia de evocar, apoyando su tesis necia, el nacionalsocialismo alemán.

Como si eso tuviera que ver con el Brexit. O con Trump. O con el neonazi ese austríaco, o con Marine le Pen. O con la joven Fujimori. O con el lío que tenemos en casa, claro.

Escribo desde París, donde, con motivo de la presentación de un libro que acabo de publicar sobre la situación política española, he tenido ocasión de hablar con colegas franceses sobre esa 'tentación suicida' que a veces parece embargar a los pueblos. Pensábamos, claro, también en España. Casi nunca se consuma tal suicidio, que quedan en grado de tentativa: hay electorados que castigan, por su mal comportamiento, a lo establecido, y se ponen a sí mismos al borde del precipicio para dar un susto de muerte al 'stablishment', o a la 'casta' dominante. Pero las cosas acaban equilibrándose, aunque muy pocas veces, claro está, se retorna a lo de siempre, a lo que tanto disgusto popular causaba.

Y, así, contra lo que algunos de los más timoratos de mis colegas galos piensan, Marine Le Pen jamás gobernará en esta Francia de la Eurocopa. Ni el esperpéntico Donald Trump en los Estados Unidos. Ni los neonazis en Austria, ni la hija del corrupto Fujimori en Perú, ni Gran Bretaña saldrá, glub, de la Unión Europea, ni Cataluña será, glub-glub, independiente. Ni, por supuesto, tendremos a Pablo Iglesias al frente de los servicios secretos del país.

Simplemente porque al final acaban imponiéndose la lógica y el sentido común: mire usted cómo administra, tan cabalmente, Tsipras aquella Grecia que parecía que iba a echarse en brazos de Putin, que ese sí que es un riesgo por sí mismo. O eche un vistazo al anciano achacoso ex Berlusconi, que fue la pesadilla de la moral europea. Al final, el equilibrio se restaura, los péndulos giran hacia lo que debe (y puede) ser, alejándose de lo que podría constituir sorpresa máxima, ruptura excesiva. Es preciso que algo cambie para que todo siga no igual, pero rodando como siempre.

Reconozco que el panorama de mi España, oigo Patria, tu aflicción, anda algo revuelto. Y que la famosa encuesta del CIS no ha venido a aclarar mucho las cosas. Se analiza, casi votante a votante, la orientación de cada sufragio, por qué unos van a abandonar viejos rediles o por qué otros van a volver a ellos (o no).

Todos hablan, en una u otra medida, del Cambio. Tres de los cuatro lo temen, y el cuarto trata de convencernos de que 'su' cambio no es para tanto, porque sabe que a muchos asustan tanta ambición descontrolada, tanta palabrería sin mesura, tanto juego de luces y de catálogos de colores sin nada en la letra impresa. Hoy, todos atacan a todos, como si algunos no tuviesen que recomponer relaciones cuando, dentro de dos semanas, se conozcan los resultados electorales: ¿cómo nos van a vender entonces una alianza con aquel a quien hoy se achacan todas las maldades?

Pues eso: que el más influyente de los periódicos franceses, Le Monde, dedica nada menos que su página tercera en su edición de este fin de semana a la situación española. Una crónica está centrada en el rejuvenecimiento de los líderes en el PP, glosando las figuras de los tres vicesecretarios 'nuevos' del partido. La otra, la corresponsal del diario en España la dedica... a la corbata de Pablo Iglesias. A Pedro Sánchez y a Albert Rivera ni los menciona.

No es por mostrarme reverencial ante lo que dicen los grandes medios extranjeros -que tanto y tantas veces se equivocan al analizar la actualidad española-, pero quizá esa bipolarización PP-PSOE, tan comentada por otra parte en la prensa nacional, sea toda una radiografía de lo que agitan los temores.

¿Camina España hacia el suicidio del abrazo de los extremos, de la tenaza imposible? Ignoro, claro, lo que ocurrirá el próximo 26 de junio y lo que va a pasar de aquí a entonces, 'debatazo' de este lunes incluido. Solo estoy seguro de que la catástrofe es lo más improbable que puede ocurrirnos: a saber qué detalles se nos están pasando por alto a los muchos indecisos que, poco a poco, vamos orientando nuestra decisión: esos detalles de última hora que pueden condicionar, para bien, el resultado loco que aventuran las encuestas. Pero ya digo: Trump, nunca. Y Maduro, tan presente, ay, en esta campaña nuestra, menos.


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A veces parece que un país se suicida, pero no