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Opinión / Editor del Grupo Diariocritico.

El doctor Rajoy y la Legislatura pachucha

Por Fernando Jauregui

La última sesión plenaria de la semana que concluye dejó a todo el mundo alicaído.

GRA397. MADRID, 04/03/2016.- El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, en su escaño durante la sesión plenaria en la que se celebra la segunda votación de investidura del candidato socialista, Pedro Sánchez, hoy en el Congreso de los Diputados, tras la primera realizada el pasado miércoles. EFE/Javier Lizón
GRA397. MADRID, 04/03/2016.- El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, en su escaño durante la sesión plenaria en la que se celebra la segunda votación de investidura del candidato socialista, Pedro Sánchez, hoy en el Congreso de los Diputados, tras la primera realizada el pasado miércoles. EFE/Javier Lizón

La derrota, el jueves, del decreto sobre la estiba, que es un texto exigido por Europa, hizo que muchos comentaristas, influenciados sin duda por la irritación del partido gobernante por haber perdido la votación, se lanzasen a hablar del próximo fin de la Legislatura: ¿cómo seguir gobernando, llegaban voces de Moncloa, cuando el Ejecutivo no puede ni siquiera cumplir sus compromisos con la UE a cuenta de un colectivo de trabajadores que, en el fondo, son unos privilegiados y todos lo saben?

Con el 'no' parlamentario -todos votaron contra el texto del PP-- al decreto se trata apenas, insisten los 'populares', de desgastar al Gobierno, incluso en contra de los intereses nacionales. Y ya veremos qué ocurre ahora con los Presupuestos para 2018, que lo que ocurra con los de 2017 ya da igual... Resumiendo: ¿qué pasa, te dicen, si a Rajoy se le hinchan las narices, disuelve las cámaras legislativas y convoca elecciones anticipadas, para ganarlas por mayoría más que suficiente, según todas las encuestas?

Sí eso: ¿qué pasa? Pues pasa que la imagen de nuestro país, ahora que empezaba a recobrar la calma tras un 2016 de aúpa, caería en picado. Que la seguridad jurídica que empezaba a instalarse en los ánimos y en las empresas se haría añicos, que volveríamos al clima lamentable y a la pérdida de tiempo de las precampañas electorales, que están para hacerlas cada cuatro años, y no casi cada año... Y, lo peor de todo: que quizá, visto cómo andan los demás, regresaríamos a la era de la mayoría absoluta del PP, lo que, si tenemos en cuenta los modos absolutistas con los que ya está gobernando sin tener una mayoría suficiente en la Cámara, basta para imaginarnos cómo sería la cosa. Adiós oposición, adiós.

Y no es que la oposición, ahora que no hay mayoría absoluta, esté demasiado brillante, la verdad. Socialistas y Podemos se agotan en sus disquisiciones intestinas, lo que a ambos les abruma ya bastante como para tener tiempo de ocuparse en otros menesteres, por ejemplo la buena marcha del país. De los nacionalistas catalanes, enzarzados en una pelea soterrada y no confesada con Esquerra Republicana, mejor ni hablamos, que bastante salen en los titulares negativos de las páginas de tribunales. Ciudadanos no remonta lo suficiente el vuelo: son los profetas del Cambio, pero con sordina. Y los demás andan en sus minorías, si exceptuamos el caso de los nacionalistas vascos, que saben muy bien dónde les aprieta el zapato y van a lo suyo; y lo hacen con bastante coherencia, por cierto, aunque la nación española y sus intereses les importen no mucho, esa es la verdad.

Con este panorama, ¿cómo no se va a erigir Mariano Rajoy en monarca absoluto? Pues eso: si le tocan mucho las narices, va, disuelve y hala, a ganar, que los españoles saben muy bien dónde están las verdaderas esencias. Esa es, al menos, la tesis que te transmiten los voceros que salen, cabalgando los caballos del Apocalipsis, del complejo monclovita. Aunque, como ya ha dicho Rajoy que él no quiere elecciones anticipadas, y yo le creo, puede que la única alternativa que acabe quedándole sea la negociación a todas las bandas: la segunda oportunidad en lo de la estiba -no se entiende, la verdad, que Susana Díaz, a la vista de lo que está ocurriendo en el puerto de Algeciras, se haya posicionado contra el decreto--, los Presupuestos (los de 2018, que han de estar casi elaborados ya este septiembre), el trato al que habrá de llegar con los separatistas catalanes...

Pienso que Rajoy, que tan seguro de sí mismo y con paso lento-flemático camina ahora, pasaría a las mejores páginas de la Historia si dejase de parecerse a Rajoy: porque, por ejemplo, ahora que hablamos de catalanes, ¿por qué no invita a todas las fuerzas antisecesionistas a acompañarle en la negociación con Puigdemont y, sobre todo, con Junqueras? ¿Por qué no le reitera a Albet Rivera la invitación para que entre en el Gobierno central, al que el líder de Ciudadanos aportaría su talante reformista? ¿Por qué no entiende de una vez que no basta con tener el BOE, el Tribunal Constitucional, el CNI, el Banco de España, la Fiscalía y el aplauso de los palmeros para hacer de este ya gran país un mucho más grande país?

Sobre todo esto reflexionaba uno este jueves, por los pasillos del Congreso, mientras decenas de diputados 'populares' nos transmitían a los periodistas su indignación por la derrota del decreto-ley de la estiba portuaria y su vaticinio de que, así, unas nuevas elecciones generales son inminentes. Si he de ser sincero, no me acabo de creer esta escenificación amenazante. Pienso, más bien, que Rajoy, que en el fondo es un patriota, sabe que esas elecciones convienen poco a la nación, aunque a veces otras fuerzas, con su labor algo irresponsable, lo olviden; por eso, no las convocará. Solo le falta aplicar alguna medicina para que la Legislatura, que no está en coma, pero anda pachucha, sane: muchos comprimidos de negociación, negociación, negociación y una buena dosis de adelantarse en el proceso de cambios regeneracionistas parecen ser buenos remedios. Lo que no sabemos es si el doctor Rajoy será capaz de aplicárselos a sí mismo.


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