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Opinión / Sabatinas

W. Webb Ellis, o como impulsar el cambio.

Por Fermín Mínguez

La palabra cambio está presente como un mantra en los discursos, pero no acaba de instaurarse en la forma de funcionar, parece que no pudiera aterrizar.

Como si el efecto suelo, el aerodinámico no la cláusula de las hipotecas, de la inercia social impidiera que arraigara. Eso, o tenemos enfrente un buen número de generadores de cambio reactivos, que cuando cambiar significa renunciar en lugar de pedir, entonces cuesta.

Voy a elegir un deporte al azar para explicar lo que quiero decir, no sé, por ejemplo rugby.

Cuenta la leyenda que en 1823, un muchacho de 17 años que jugaba al fútbol en la escuela de Rugby, agarró el balón con las manos, recorrió el campo quitándose de encima a los que intentaban quitárselo, y lo dejó detrás de la línea para marcar un tanto. Había nacido el rugby. La idea gustó y siguió desarrollándose como un deporte diferenciado e independiente del fútbol.

Hasta el día de hoy, donde se ha convertido en ese deporte de masas seguido por millones de personas, más o menos. No me importa que la leyenda sea cierta o no, para eso están las leyendas. Ese chico era William Webb Ellis.

No fue un sucedáneo de otro deporte, no fue un Fútbol especial, o B, o Futbolmano, fue un deporte diferente. En nuestro sistema político pasa lo contrario. Cansados de jugar con unas normas que ataban, que sólo protegían a los que dirigían, que habilitaban a que decidieran solo los ganadores, hartos de los rodillos legislativos, aparecen nuevas propuestas y gobiernos del cambio. Pero, oh sorpresa, cuando toca tomar decisiones, cuando se tiene el poder las normas ya no parecen tan malas. Curioso.

¿Y si en vez de un deporte nuevo, inventamos uno parecido con lo que nos conviene? Para qué hacer lo del rugby si nos vale con jugar a fútbol 7, o a futvoley, o futpiedrapapeltijera.

Y ahora sí está bien tomar decisiones en contra de una parte de la sociedad para la que dijiste que también ibas a gobernar. Y donde dije digo no es que diga Diego, es que digo Federico. Y de repente lo de imponer mola, apetece. Y hago exactamente lo mismo que criticaba pero legitimado en aras de mi credo.

Miren, no. Si hablan de cambio, cambien. Renuncien a privilegios pero en fondos, no en formas. Cobrar sin ir a trabajar es más grave que ir de gala en una procesión, por ejemplo. Fondos, no formas. Lo que con otros gobiernos estaba mal, si se repite ahora estará igual de mal.

Quiero pensar que esto es pasajero, que es el efecto de sentirse un nuevo rico del poder, y que no es maldad. A los pedagogos nos hicieron fans de Rousseau, que decía que el hombre es bueno por naturaleza y eso nos fuerza a pensar que la gente no es mala, sino que sin querer se equivoca. Porque si pensamos que hay voluntariedad en generar crispación aprovechando el poder, en imponer más allá de la necesidad, en nombre del rencor, estaríamos hablando de que hay que ser muy mala persona. Malo, malo. Y no es el caso, ¿no?

O quizás los que tengamos que cambiar las reglas seamos nosotros, los hasta ahora espectadores. Y coger el balón con las manos y sacar a empujones a los que vestidos del color que sea estorban, crispan y se aprovechan de su situación sin importarles un bledo la

gente, la ciudad o el pueblo para el que trabajan. Ya no dan miedo.

Quizás haya que empezar a sospechar que hay más intereses personales y favores debidos de lo que pensamos. Dudar de las palabras, de las intenciones y juzgar los hechos. Porque hay quien habla de cambio y lo demuestra, pero hay quien no, quien por todo bagaje institucional tiene dos broncas y una subida de impuestos.

Quizás sea hora de sospechar, sí. Porque la sospecha, como dice esta elegante canción de Mishima, es la primera forma de fe. Quizás todo tenga que volver a comenzar.

Va, venga, cambiemos de deporte. ¿Juegan?


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W. Webb Ellis, o como impulsar el cambio.