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Opinión / Sabatinas

Vivir no es urgente

Por Fermín Mínguez

Estoy muy a favor de la campaña Vivir es urgente que inició Pau Donés, y de la que, además de camisetas, se ha hecho hasta un sello el año pasado. A favor de que su recaudación se destine a la lucha contra el cáncer. Y más a favor si sirve como recordatorio de la importancia de vivir pero, vivir no es urgente, no puede serlo. Vivir tendría que ser cotidiano.

Dice la RAE, consultora de cabecera, sobre urgir en su tercera acepción lo siguiente: “Dicho de una cosa: Instar o precisar a su pronta ejecución o remedio”, es decir, que algo urgente necesita ser arreglado o hecho rápido y, se sobreentiende, una vez reparada la urgencia deja de ser urgente y se da por cerrado hasta la próxima urgencia. Por eso vivir no puede ser urgente, porque vivimos a golpes, a ráfagas de intensidad cuando somos conscientes de la urgencia pero luego se nos olvida esa urgencia y volvemos al modo habitual, al anterior antes de la urgencia. A no vivir. O a vivir poquico. Nos dura la vida lo que dura la agitación de lo que nos ha provocado la reflexión.

Pondré un ejemplo. Alguna vez les he hablado del efecto onda, que en inglés se utiliza como nosotros utilizamos el efecto dominó, para describir un hecho que provoca que ocurran otros. El efecto onda, en lugar de ser lineal, es concéntrico. Cae una gota y esta produce ondulaciones, más fuertes cuando más cerca de la gota, y menores según se aleja hasta desaparecer. Estas gotas las imagino como las cosas que nos van pasando en la vida y que producen más o menos alteración. Perder un boli produce pocas ondas, por ejemplo; darse un golpe, pero pueden aumentar, claro. Que le roben a tu vecino hace que la onda te golpee y quizás decidas poner una alarma. Y vamos sobreviviendo entre gotas y ondas, que surfeamos como si fueran olas, la mayoría manejables.

Lo que pasa es que según uno va cumpliendo años cada vez llueve más, cada vez caen más gotas, más gordas y más cerca. Y de repente te encuentras con un problema serio de salud de alguien cercano, o te llaman para darte la noticia que nunca esperarías, o tus compañeros de clase te escriben para decirte que se ha muerto Guillermo, con el que habías compartido un trozo de vida cuando eras joven. Y entonces tomas conciencia de lo cerca que te ha caído la gota. De la sacudida que supone, que casi te ahoga y te hace reflexionar que no puedes seguir así, que hay que vivir, que vivir es urgente.

Decides vivir más, hacer más caso a los que quieres, y disfrutar más y ser más sano, o lo que creas que es vivir, y está bien, pero esto dura lo que dura la agitación de la ola. En un par de semanas retomamos nuestra vida real la mayoría, algo más si te ha sacudido más, y, poco a poco volvemos a una normalidad auto exigida, olvidando lo cerca que nos pilló la gota. Vivir ha sido urgente un rato. Quizás hasta nos hemos puesto la camiseta de Pau el viernes para dar una vuelta. Y fin de la urgencia de vivir. Hasta la próxima gota.

Decía Súper Gómez, (que irá apareciendo por aquí, intuyo), en el americano de las nueve, que no pensamos nunca en el camino y siempre en el destino, y que al destino puede no llegarse. Les aseguro que SG es lo menos Coelhista que he conocido, un tipo con los pies en el suelo, y lo decía con la certeza de saber de qué está hablando. Tiene razón, mucha.

Estamos tan pendientes de llegar a algún sitio, que sólo nos sacan de esa dinámica las malas noticias. Nos hacen reflexionar las tragedias, pero sólo temporalmente. Les aseguro que por cada gota gorda, de granizo, caen miles de gotas de rocío a las que no les hacemos ni puñetero caso. A las ondas que producen las cosas buenas no les damos importancia, las damos por normales, por cotidianas. Es normal que nos vaya bien, o no mal al menos. Y no es así. Vivir hay veces que es un asco, el asco puto, incluso, si me permiten, y sin embargo no renunciaría a nada de lo que puedo disfrutar cada día.

No hay que vivir de forma urgente, sino de forma cotidiana. Disfrutar en lugar de estar a la defensiva. Piensen en todo lo que hemos perdido en esta vida, en cómo nos sentimos después, en qué decisiones tomamos, en cómo dimos prioridad a querer porque fuimos conscientes de que nada era eterno y decidimos disfrutar.

Pongamos la vida en positivo, hagamos cotidiana esa urgencia de vivir para que vivir sea cotidiano y que no tengamos que echar de menos haber dicho o hecho tal cosa cuando vuelva a caer una gota que nos ahogue porque arrastra a alguien, u, ojo, que nos caiga encima y nos borre a nosotros. No dejan nada por querer, nada.

Queden, vean a sus amigos, a su familia, aparten celos y rencillas, vivan, díganse que se quieren, y abrácense, abrácense a quien quieran. Incluso a quien puedan. Que no llegue el día en que se arrepientan y vuelvan con la historia de que vivir era urgente. La memoria es cruel y castiga más el cargo de conciencia que la satisfacción. Vivan, pero vivan todos los días, hagan que vivir a tumba abierta sea normal. No esperen a no poder hacerlo.

Tengo la sensación de que he escrito esta columna varias veces. Si sirve para mantenerse conectado con la idea de vivir siempre, lo seguiré haciendo. Confío en que no me abandonen.

Y como mi lector infiltrado favorito me dice que estoy muy Coelho últimamente, y sabe que me da mucha rabia, cerraré escribiendo a la navarra.

Miren, vivir es lo único que tenemos, así que échenle arrestos, ovarios, cojones, o lo que quieran, pero vivan. Todos los puñeteros días. Todos. Hoy también. Lean cuando lean esto, hoy también.

Sean buenos pero, sobre todo, sean felices. Y abrácense, abrácense a quien puedan.
 


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Vivir no es urgente