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Opinión / Sabatinas

La vida en whatsapp

Por Fermín Mínguez

Andy Warhol dijo a finales de los sesenta que en el futuro “todos seríamos mundialmente famosos durante 15 minutos”. Puede que el futuro al que se refería fuese hace 10 o 15 años, ahora, en este post-futuro basta con los 50 segundos de un video en whatsapp para conseguirlo.

No voy a aburrirles por enésima vez hablando de la nuevas tecnologías, del uso de la información, de las redes sociales, porque además de sonar ya muy demodé, estarán hasta arriba del tema y los expertos, pero lo que sí es cierto que para lo que apenas hace 10 años era necesario una estructura física y unos recursos específicos ahora está al alcance de cualquiera que se gaste 200€ en un teléfono.

Cualquiera puede ser director, productor, editor y protagonista de una producción de minuto y medio. El tiempo justo para destrozarte la vida, o lo que es peor, destrozar la de terceros.

Todos tenemos grupos de whatsapp, de hecho tenemos demasiados, cualquier agrupamiento que dure más de cinco minutos ya corre el riesgo de convertirse en grupo, lo próximo será “Cola del supermercado de los martes” o “Peatones esperando para cruzar Carlos III”. Todos tenemos grupos que acaban siendo un escaparate de fotos, chistes, comentarios de redes sociales y vídeos de diferente tono según la tipología de grupo,

Tengo la suerte de que en los grupos en los que participo activamente (amigos, rugby en activo, viejas glorias, compañeros de estudio) son grupos serios donde sólo se discute de temas filosóficos y estéticos de relevancia. Actualmente tenemos un acalorado debate entre delantera y tres cuartos sobre el falsacionismo de Karl Popper sin ir más lejos.

Pero es cierto que también circulan otro tipo de contenidos y opiniones que pueden ser barbaridades.

Siempre había creído que esta era una vida en paralelo, ficticia, que nada tenía que ver con la vida real que uno vive todos los días. Como si fuera un espacio donde se pudiera decir de todo, como una extensión digital de aquello que decía Unamuno de que el pensamiento no delinque. Como aquellos cafés de domingo de resaca en el Central, o los viajes de equipo en autobús, dónde no siempre salía lo mejor de uno mismo.

Pero acababa ahí. Y más allá de fardar de alguna historia puntual, aquello era una puesta al día con amigos, o una carta a los Reyes Magos del sábado deseando lo que querías que te pasase. Y luego venía la vida real, te bajaba los pies a tierra, te dejaba con dos palmos de narices la mayoría de veces y si se cumplía te permitía ser el rey por un tiempo.

Es más, si pasaba algo extraordinario, por raro, por bueno o por vergonzante, se quedaba recogido en el círculo de los íntimos. Todos tenemos ese algo que recordamos con complicidad, o ese alguien a quien seguimos saludando con una media sonrisa cuando nos encontramos, pero uno era dueño de sus actos la mayoría de las veces, y las consecuencias eran previsibles. Sabías qué te estabas jugando y decidías si lo asumías o no. Up to you, que dicen los ingleses.

Ahora parece que esto no es suficiente, que vivirlo no sirve para recordarlo, la experiencia personal no es tal si no se registra. En el último concierto al que fui, el tipo de delante lo estuvo viendo íntegramente a través de la pantalla del móvil. Grabando, claro, supongo que para luego dar el tostón a todo el mundo poniendo el video a tope ante amigos o en los vagones del tren para molestar. Antes difundir que disfrutar. Tremendo.

Me cuesta de entender y es un concierto, un acto público.

Lo de los actos privados ya se me escapa de las manos. No es mi intención juzgar lo que cada cual hace en su intimidad, sólo faltaba. Pero no acabo de entender que uno se grabe en determinadas situaciones y que encima lo comparta. Y ya lo de pedir disculpas a las personas que puedan verse afectadas me parece de traca, pero de traca final. Es indiferente si eres futbolista del Eibar o tornero fresador en Murcia, es la intención, la impunidad.

¿Qué pensaban que pasaría con esas imágenes? ¿Con qué intención las compartes? Parece que se necesite la confirmación social del hecho, que se reconozca lo machos que son, comparto para que me vean lo que soy capaz de hacer, y el resto lo reforzamos y lo compartimos.

Hay que ser imbécil, mezquino y desgraciado (no insulto, defino) para preferir tus 15 minutos de fama a costa de otra persona.

Que destrocen su propia vida me da exactamente igual, y no diré que lo siento, quien decide asume consecuencias, pero que por lucir tu ego perjudiques a un tercero, tercera en este caso, es ruin. Poco castigo me parecerá el judicial. Insisto que no por el hecho grabado, sino por utilizar a otra persona sin consentimiento para beneficio propio.

Y la vida real deja de ser la que vivimos para sólo ser relevante si la compartimos; el mérito es la repercusión a cualquier precio, se lleve por delante a quien se lleve.

Triste vida la que necesita de la aprobación de otros para tenerla en consideración. Esta se suponía la era de los milagros y las maravillas como cantaba Paul Simon, y la hemos convertido en la de la impostura y la bajeza. Y la culpa no es de WhatsApp, es el uso y no el recurso, no confundamos.

Puta necesidad de los 15 minutos de fama.


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