• miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 10:18

Opinión / Sabatinas

Veinte años no es nada

Por Fermín Mínguez

De un tiempo a esta parte, se prioriza más la intensidad que la durabilidad en general.

Imagen de un hombre caminando ARCHIVO
Hay que dar la importancia que tiene a perdurar, porque significa que algo hemos hecho bien para seguir cerca de alguien tanto tiempo. ARCHIVO

Eso cantaba el tango de Gardel y Le Pera, que no son nada 20 años cuando toca regresar. Asumo el riesgo de enfrentarme a dos grandes, pero les voy a quitar la razón, claro que es algo 20 años. Es una barbaridad seguir después de 20 años.

He buscado que la RAE me diera la razón, pero me la quita; nunca está cuando se la necesita, con lo que yo la quiero. La RAE dice que una doble negación en castellano lo que hace es reforzar lo que se niega, así que ya son tres a los que me enfrento, Gardel, Le Pera y la RAE; empezamos bien.

De un tiempo a esta parte se prioriza más la intensidad que la durabilidad en general. Tanto de proyectos, como de relaciones. Se magnifica, como en la casa de Gran Hermano, todo aquello que consiga impactar momentáneamente y genere ruido, y con la misma intensidad con la que se celebra se olvida. O tempora, o mores, que decían los romanos, cada época sus costumbres.

Es como una cultura del pelotazo reloaded; de hecho, es como si nunca hubiéramos salido de esa cultura de atrapa el dinero y corre. El pelotazo ahora se viste de followers en las redes sociales, de comentar los tropecientos millones de seguidores que ha provocado la última ocurrencia de un artista, famoso o tipo ingenioso. O también se viste de ronda de financiación en mercados de start-ups donde la idea de colocarla al mayor precio posible prima sobre la sostenibilidad del proyecto; o de innovación tecnológica, de esas que se gastan un pastón en llamar la atención y se marchitan en breve porque ayudan más al proveedor que al usuario final.

El pelotazo de la inmediatez, del titular, a costa de lo que sea, últimamente de la grosería absoluta, como en los niños pequeños la rabieta o la palabrota si no consiguen la atención que esperan. Por eso nos cansamos tan pronto y destronamos a la misma velocidad, o más, que a la que entronamos. Intensidad frente a durabilidad, no apreciamos las marcas que deja lo que dura, lo que nos dicen cicatrices y grietas, lo que tapan y lo que dejan pasar.

Hay que dar la importancia que tiene a perdurar, porque significa que algo hemos hecho bien para seguir cerca de alguien tanto tiempo. Algo hemos aportado o nos aportan que merece la pena, en el sentido literal, seguir estando. En las amistades, en las relaciones, se milita, no solo se participa, y eso es lo que estamos perdiendo, la militancia en las personas y en los valores.

Este mes, hace 20 años que aterricé en Madrid, como una especie de Paco Martinez Soria 2.0, (los zoomers, a buscar en la Wikipedia). Con una maleta cargada de ilusiones y la sensación de llegar radicalmente solo, después de romper con casi todo lo importante en Pamplona. Vine al mundo en Pamplona, a la que adoro, pero, siendo honesto, he de decir que nací en Madrid a la edad de 23 años.

Fueron muchas de las cosas que me dio, aunque no son muchas más de las que me quitó, empezando por el pelo, pero, sobre todo, me hizo entender el valor de las relaciones personales. Hasta ese momento, habían sido las lógicas que te presenta la vida por nacer, por ir a un colegio o por vivir en un barrio, pero las nuevas eran voluntarias, podían funcionar o no. Algunas fueron breves, pero otras siguen en pie. Veinte años después siguen en pie, queridas y queridos; más de 7.000 días después. A pesar de los inviernos, de las idas y venidas, de los cientos o miles de kilómetros que nos han alejado y acercado en ese acordeón que te aleja y acerca que es el tiempo, más allá de modas o calentones. Tan cerca de rompernos siempre y con la habilidad de recomponernos después.

Hemingway, con el que comparto pasión por Pamplona y Madrid (ahora solo me falta compartir el Nobel) decía que “el mundo nos rompe a todos, pero después, muchos se vuelven fuertes en los lugares rotos”, y esa puede ser la clave para resistir.

Claro que 20 años son muchos, son una barbaridad que ha requerido de mucho esfuerzo y de dosis infinitas de paciencia. Hay un mérito enorme en saber mantener las relaciones, en cuidarlas más allá de la necesidad puntual de ayuda o de producción. Hay plantas que tardan años en florecer y dar frutos. El paso del tiempo y la espera tienen su recompensa, la experiencia y aprender a evolucionar y adaptarse. En tiempos de vajillas de usar y tirar, son mucho más bonitas aquellas que muestran las huellas del paso del tiempo, ¿no creen?

Le Pera y Gardel murieron juntos en un accidente de avión cuando tenían 35 y cuarenta y pico de años cada uno, demasiado jóvenes y demasiado corta su carrera, y sin embargo dejaron un legado reconocible. Ochenta y seis años tiene Volver, díganme si 20 años son o no son nada, y sigue sonando y se hacen versiones, se adapta y se rehace. Hay un dicho que dice que Gardel cada vez canta mejor, sonrío. Lo que se hace bien perdura, y en ese perdurar está la propia ganancia. Hemingway también decía en una de las frases más bonitas que conozco que “todos estamos rotos, así es como entra la luz”. Que pase la luz, asumiendo grietas y cicatrices.

Gracias por estos 20 años a quienes siguen, gracias por no estar solo en los pelotazos, sino por poner pegamento y juntar pedazos, por confiar y por esperar.

Igual si que no son nada 20 años, igual es verdad. Ya me extrañaba que Gardel, La Pera y la RAE estuvieran equivocados…

La versión es del 2019, seguimos volviendo.


  • Los comentarios que falten el respeto y que no se ciñan al tema de la noticia, podrán ser eliminados.
  • Cada usuario será el único responsable de sus comentarios.
Veinte años no es nada