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Opinión / Sabatinas

Intenciones negras, no tarjetas

Por Fermín Mínguez

Vamos de sentencia en sentencia este mes. Esta vez con la sorpresa de la condena a todos los investigados por las tarjetas black, queda fuera el único que no la rechazó. Hay algo de justicia poética en esto.

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Rodrigo Rato brinda con la salida de Bankia a bolsa. EFE

Es curioso cómo hay veces que la justicia se presenta como algo lógico y comprensible, y a mí al menos me devuelve la fe al menos un ratico. Este caso de las tarjetas más allá de un tema económico, legal o administrativo me parece un tema del abuso como norma.

Una de las justificaciones que se esgrimieron como defensa fue que estas eran unas tarjetas para gastos de representación, que formaban parte del sueldo y que las usaron porque les dijeron que podían hacerlo. Hasta aquí todo correcto. Hay ciertos cargos que conllevan labores de representación y tiene lógica que no los asuma el trabajador, correctísimo.

Pero a lo que me refiero con el abuso como norma es que entre las épocas de Blesa y de Rato fueron algo más de once millones de euros lo que se gastó en tarjetas black. Once millones. Que uno lo escribe así, 11 M, y parece como poco, pero visto así 11.000.000 de euros son un pico. Mucha representación me parece, ¿no creen? Y lo malo es que no les hacía falta y que, digan lo que digan sabían que estaba mal.

Especialmente significativo es el caso del directivo que cada día sacaba en efectivo de cajeros el máximo disponible para cada día. Me imagino a uno de estos señores haciendo un tour por los cajeros de alrededor de su casa cogiendo la recaudación diaria, como quien jugase a unas tragaperras trucadas, y llenando la cartera una y otra vez con un dinero que no gastará en representarse más que a sí mismo y que sabe que no le pertenece, porque lo tiene que saber.

Más allá de compras particulares o vacaciones, que también tiene tela lo de representar a tu empresa pagándote unas vacaciones, lo de sacar el efectivo todos los días es rastrero, ¿o no?

“Pero es que se permitía”, vale, es cierto que faltó control (Blesa tenía 2 tarjetas, no estaría muy interesado en vigilar) pero la responsabilidad es de cada uno. Esto es como si tu empresa decide pagarte la comida y tú vas a un restaurante con estrellas Michelin porque te dejaban comer pero no te dijeron dónde. Miren, esto no es así y es imposible que no fueran conscientes de que lo que hacían estaba mal. Y no es un tema de conceptos, los conceptos son genéricos y cuestionables, es un tema de cómo plasmarlos. De ver cómo se consigue llegar a los once millones en gastos, euro a euro, que no es fácil. Ese es el problema, que ante la duda deciden sacar ventaja.

Los directivos de una empresa que estaba en un mal momento permiten que se gasten once millones de euros en ellos mismos. Estupendo. La misma empresa que luego tiene que cerrar sucursales y despedir gente para adelgazar la estructura.

No casa lo de reestructurar para garantizar la viabilidad de un proyecto y tener a sus directivos sacando dinero de los cajeros como descosidos. Lo que pide el cuerpo es, vista como fue la gestión de estos señores, reclamarles la parte de mis impuestos que se dedicó al rescate de Bankia. Pero no a la entidad, sino a los condenados. Que cada español les reclame la parte porcentual.

“La lealtad quebrada se hace evidente, por anteponerse los fines personales a los intereses sociales que eran los bancarios y no otros”. Parece una frase de Dylan, pero esto lo dice la sentencia, y me parece el mejor resumen posible. Hablar de la estructura mientras me lleno los bolsillos.

Esta historia y su sentencia tienen algo de justicia poética porque hubo un directivo que rechazó en su momento la tarjeta, Francisco Verdú, que fue consejero delegado nada menos y que ha participado en el juicio pero como testigo. Los buenos ganan. Sonrío. Utilizarlas fue al final una decisión personal de cada uno, y lo sabían. Así que cada palo a aguantar su vela ahora. Y, ¿saben qué?, Verdú además de banquero es poeta. Vuelvo a sonreír.

Quizás los tiempos estén cambiando de nuevo. Habrá que estar atentos.

Quizás es una palabra bonita, ojalá la hagamos crecer.


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