• sábado, 20 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

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Por Fermín Mínguez

Leí el otro día que hay cosas fundamentales en la vida que no requieren estudios, pero sí educación; después pensé que hay otras tantas que son más una cuestión de actitud que de aptitud. La práctica, obras son amores.

Una mujer salta de un lado a otro del precipicio.
Una mujer salta de un lado a otro del precipicio.

Hace unos días estuve en Murcia, ciudad que cada vez me gusta más porque me cuida muy bien, y porque siempre me da algún tema sobre el que escribir. Esta vez quería comprar un par de libros y fui a unos grandes almacenes, como eran grandes y uno es de provincias me acerqué al tipo de la puerta, barba hipster y chaqueta roja, y le pregunté en qué planta estaban los libros.

 - Pero, ¿libros de verdad?, ¿no le basta con revistas? Me dijo sin ni siquiera hacer el esfuerzo de mirarme.

 - Sí, libros de verdad. De los de pasar páginas. Le dije pensando que era broma.

 - Pues para comprar esos tiene que ir al otro centro, en este no están.

 - No soy de aquí, ¿puede indicarme dónde es?

Les aseguro que estuve tranquilo, había tenido un buen día y me estaba haciendo gracia la conversación, aunque no entendía la falta de ganas del muchacho por ayudar. Le sonreí esperando la respuesta y se me debió quedar la cara con los ojos como a los jueces de La Voz cuando me dice:

 - Pffff… indicarte… ¿tienes Google Maps en el móvil?

 Adiós, pensé, van a tener los libros de verdad guardados en Cartagena, o en Bullas, ya verás qué gracia ahora para llegar.

 - ¿Pero está muy lejos?

 - Hombre, lejos no, pero si tienes Google Maps eso que me ahorro en indicarte, acho, que si gira para aquí, que si vete para allá. Saca el móvil, que te pongo dónde está.

No sé si conocen Murcia, pero mi sorpresa fue ver que la distancia entre un lugar y el otro no son mucho más de cien metros según Google Maps. Cien. Sales por la puerta, caminas 60 metros, giras a la derecha en la primera calle que te encuentras y está en frente. En-fren-te. Debió verme la cara de asombro y se justificó diciendo:

 - Hombre, es que si tengo que estar todo el día aquí dando indicaciones…

Cogí mi móvil con el mapa más corto de la historia de los mapas y salí buscando mi destino sin entender demasiado bien lo que había pasado.

Volviendo al párrafo que abre esta columna, estarán conmigo que no es un tema ni de capacidades ni de formaciones, sino más bien de la falta de ganas del joven de la puerta. Porque además era joven, que se le podían presuponer ganas, pues ni eso.  El ejemplo puede parecer trivial pero es un reflejo del impacto que el cómo tiene en el qué. La forma en la que uno decide hacer y afrontar las cosas tiene mucho que ver en el resultado final de lo que hace y lo que es igual de importante, en la percepción que los demás tienen del trabajo realizado. Sería absurdo decir que todos los trabajos son iguales, pero todos persiguen un objetivo común que es hacerlo bien, y aquí es donde además de los fondos juegan las formas.

Está muy bien dedicar tiempo a la capacitación, a valorar las alternativas, a escuchar las opiniones y a medir los riesgos y también los miedos, pero al final hay que tocar tierra. No tiene demasiado sentido prepararse para ser paracaidista y tener un magnífico paracaídas si al final nunca se decide saltar. Hay que saltar. Es como el ciclo de la lavadora del que alguna vez les he hablado, laven lo que laven y en el programa que elijan que al final hay que sacar la ropa y tenderla. Por mucho que uno lave y perfume la colada, si la deja dentro de la lavadora acabará oliendo mal.

En mi línea de hacer lo contrario a lo que recomiendo, estoy leyendo un libro magnífico editado por Blackie Books, Cómo piensan los escritores, que habla de cómo escribían los grandes autores y que puede dar pautas para escribir, pues bien, al principio cuenta la anécdota protagonizada por el controvertido Brendan Behan, en la que convocado para dar una charla sobre qué era ser escritor, apareció casi una hora tarde y tras preguntar quién quería ser escritor en la sala, les dijo que sería mejor que se dejaran de asistir a charlas y se pusieran “a escribir de una puta vez”, dicho lo cual se fue.

Tiene que haber un objetivo real y plausible que sustente la parte teórica de lo que lo hacemos, desde la preparación académica, los entrenamientos deportivos, hasta los sueños que queremos tener, porque si se fijan hablamos de lo que queremos ser de mayores, ser. No preguntamos a ver qué pensaremos cuando seamos mayores sino qué queremos ser, lo que se es es lo que se pone en práctica, lo que se ejecuta.

Hay que poner emoción a lo que se hace, hay que hacer lo que se pretende, porque si no corremos el riesgo de estar siempre en la fase de centrifugado, creer equivocadamente que porque estamos en movimiento nos movemos y como no tendemos acabar oliendo a rancio.

Hay que saltar, incluso si creemos estar al límite de un precipicio y confiar en que si hemos hecho lo que tocaba el paracaídas se abrirá. Hay límites que hay que saltar, porque no sabemos si esos límites serán los de la gloria. Y seguro que siempre habrá quien nos acompañe.


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