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Opinión / Sabatinas

Recuerdos pantalla y desliz freudiano

Por Fermín Mínguez

Tanto tiempo sin hablar de Freud que siempre aparece cuando hay situaciones difíciles de entender y manejar. Curioso Sigmund, y a veces no tan complejo.

Una familia camina por una playa
Una familia camina por una playa

Me gustaría hablar de personas y de consecuencias porque al final la vida discurre entre personas más o menos cercanas, los cercanos  queridas y queridos, y las consecuencias de lo que vivimos, (sociólogos del mundo, sistémicos y demás expertos perdonen mi reduccionismo), quiero decir que al final contamos con unos recursos y una situación con la que hay que lidiar para salir adelante. Resumiendo todavía más esto puede ser consecuencia natural, un huracán o el terremoto de México, o social, que tiene que ver con cómo se gestionan los recursos. Las consecuencias son inevitables que cantaba Bunbury. Uno no puede actuar y esperar que no pase nada, incluso no actuando son inevitables.

Y aquí aparece Freud que es un tipo al que me cuesta entender pero que de repente, ante situaciones concretas, me da la sensación de que comprendo a qué se refería.

Sigmund hablaba de los recuerdos pantalla, que son aquellos que tapan otros recuerdos que no queremos tener presentes, que hemos escondido detrás de recuerdos que somos capaces de manejar mejor. Más fáciles de asumir y de entender. Estas pantallas pueden producirse de dos maneras.

La primera es que un recuerdo anterior, mejor, tape situaciones peores, más comprometidas. Recuerdos de infancia a los que nos aferraos cuando la vida se complica o nos regala situaciones duras, que es lo que la vida suele hacer cuando creces.

La segunda es al revés. Generamos un recuerdo nuevo que “ponemos encima” de recuerdos anteriores malos para no verlos. Es decir se pueden poner pantallas a priori o a posteriori para no recordar cuándo lo pasamos más o cuándo lo hicimos mal, que también vale.

Los recuerdos pantalla tienen la capacidad de ocultar parte de la realidad bajo un filtro que la oculta o modifica, lo que puede ayudar a salir delante de situaciones difíciles pero no deja de ser un alejamiento de la realidad a la que generalmente hay que volver antes o después.

El otro término es el de desliz freudiano o acto fallido, Fehlleistung en alemán que queda muy pro. Suena a echar una cana al aire pero es algo más serio. Esto se produce (ahora toca cabrear a los psicoanalistas contando esto en dos líneas) cuando lo que hacemos no es lo mismo que lo que pensábamos que íbamos a hacer. Sigmund creía que algo inconsciente pasaba para que se produjera esa ruptura entre la intención (interna) y la plasmación del acto (externa). ¿Les suena?

Creo que ambos conceptos pueden encajar muy bien. Uno intenta hacer algo, no le sale cómo quiere y se aferra a un recuerdo anterior idílico para seguir adelante en su empeño, o bien se habilita a cometer los excesos que estime oportuno y los tapa luego bajo un recuerdo de contención democrática y orden reestablecido.

Y voilà, ya tenemos una realidad tapada por dos recuerdos pantalla justificados por la incapacidad de asumir los errores propios y la incompetencia manifiesta de gestionarla. Lo peor de todo es que ahora se busca en la calle la solución a lo que no se ha sabido gestionar antes. Y la calle es piel, es sensibilidad, es hartazgo, e incluso es azar.

Es ese momento en el que muchos, envalentonados por una guerra de bandos, atacan a otros muchos y relaciones de años se ven reducidas a juicios de semanas, ese momento donde un posicionamiento puntual puede más que una historia en común de tiempo, ese donde los matices son sustituidos por dicotomías y sólo se puede estar a favor o en contra de la globalidad de la propuesta y no de las partes que la componen.

Es el momento del triunfo de los peros, los putos peros. “Igual no está bien lo que han hecho, pero es que no se podía de otra manera…”, “no me gusta ver esas imágenes violentas, pero se podía esperar…” Los putos peros, lo que está mal hecho no se pude justificar nunca, igual me da que sea respaldando tu sueño que defendiendo tu patria. Porque entre sueños y patrias están las personas, los individuos, tu padre, mi hija y nuestros amigos.

Y en esta época de comunicación en diferido, donde el acceso y la transmisión de la información es la más popular de la historia, donde cualquiera somos altavoz, opinador e incluso editor de noticias en lugar de utilizar este poder para objetivar la situación preferimos hacerlo para atrincherarnos detrás de nuestro recién creada pantalla y difundir sólo las noticias afines, sin cuestionarnos la intención, o atacar las falsedades ajenas sin mirar las propias.

Somos piel, piel y gasolina. Amparados por la virtualidad, por el diferido, se dicen cosas que jamás diríamos a un amigo en directo. Una de las ventajas de vivir en el AVE era tener mucho feedback de diferentes personas y sensibilidades y en estos días se ha convertido en una desventaja ya que me ha tocado oír de amigos y conocidos lindezas de todo tipo.

Desde desear que mi hija fuera huérfana por vivir en Barcelona a que me reventaran entero por dudar de legitimidades, u otra serie de lindezas dedicadas a ese lugar llamado equidistancia donde a uno lo colocan según el día. Se han roto los puentes, se oye, pues miren los puentes no se rompen solos, los rompe cada persona que decide hacerlo. Los rompes tú o los rompo yo, pero no saltan solos, ni siquiera los de Calatrava, los puentes se caen por que se dejan o se dinamitan por las personas.

Digo esto con la seguridad absoluta que me ha dado la experiencia estos días, la madurez de personas  y amistades que no están dispuestas a exponer su vida personal a este tsunami, que saben el valor de lo construido y no lo se lo jugarán a la ruleta rusa de dos semanas en manos de políticos incompetentes. Pero ojo, esto no significa que nadie vaya a renunciar a su legítimo derecho de ser escuchado, a su necesidad de que se hable y se valore esa realidad que se encuentra escondida bajo las pantallas. Esa es la obligación de quienes se han ofrecido  ser representante del pueblo. Y pueblo no es partido.

Digo esto con la seguridad absoluta que me da tener cerca personas que sacudiéndose con elegancia argumentos saben el valor de las personas que están detrás, quienes podrían decirte lo mismo virtual que presencialmente, grupos de Whatasapp que son una amalgama de ideologías (y patologías….) pero que, como mis queridos Desconcert, hemos construido algo suficientemente fuerte a fuerza de discrepancias y lealtades musicales. O la seguridad de haber tenido conversaciones con los ojos mojados con uno de los mejores regalos en forma de persona, querida, que me ha hecho esta tierra y con la que tengo muy poco en común en concepción política pero entendemos la pena del otro entre desayunos y zumos.

Digo esto con la absoluta seguridad de que saber que no existen las seguridades absolutas y que no creo que sea buena idea seguir fiando la solución la calle.

Vamos a hablar. Hablar no es ceder ni renunciar, es intención de entender. Y sacudirse esta tristeza agarrada a la garganta que no deja que se sequen los ojos. Es dejar de ver cómo rompemos relaciones.

Y todo esto lo pensaba ayer tomando unas cañas con amigos mientras nuestras hijas jugaban,  opositando a padres del año, y hablando sin más preocupación que la propia por nuestros hijos, hablando de futuro, de personas, más allá de patrias. Porque como dice otro de mis queridos, la patria no te invita a cervezas ni devuelve favores, y los amigos sí.

Siento la extensión de hoy, espero que hayan llegado hasta el final. Hoy hay una propuesta de ir de blanco para pedir diálogo, sin convocante político oficial de fondo, como petición popular, y he de decir que ojalá sirva para algo, porque la única canción que se me ocurre para cerrar hoy es el Hombre de negro con la explicación de Johnny Cash de por qué la compuso. Tantas preguntas.

Y otra vez los ojos mojados.


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Recuerdos pantalla y desliz freudiano