• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

El principio de Peter

Por Fermín Mínguez

Sé que suena a teoría de bar, de esas que te inventabas a las tantas de la mañana para no volver a casa, pero es una teoría real sobre como quién asciende en una organización no siempre es el más capacitado. Y la desarrolló un pedagogo.

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"Premiar la productividad con ascensos es pegarse un tiro en el pie, porque el que más vende, o produce no siempre es el más capacitado para dirigir. Sobre todo cuando esto significa dirigir personas.

Diría que ya comentamos la teoría en alguna Sabatina, pero son ya cinco años juntos y la verdad es que no recuerdo bien. Tendríamos que celebrar estos cinco años de alguna forma, por cierto, ¿les parece?

Bueno, la teoría de Peter viene a decir que en las organizaciones se tiende a promocionar al más exitoso y no al más capaz, de forma que la jerarquía se va nutriendo de incompetentes y los pone en puestos de mando para los que no están preparados.

Laurence J. Peter, que envidia me dan siempre esos segundos nombres con inicial, utiliza un concepto del que soy fan total que es el “nivel de incompetencia”. Me encanta. Lo que viene a decir es que uno va siendo competente en la vida hasta que un día llega un puesto en el que no es competente y que, generalmente acepta a pesar de saber que no está preparado. ¿Les suena?

Fíjense que aquí estamos de organizaciones, no piensen solo en empresas. Ustedes están plenamente capacitados para lo que hacen, claro, pero otras gentes, sobre todo la que no me lee, puede que no. No sólo es no estar capacitado para un puesto laboral, hay quién se casa cuando no debiera, hay quien es padre sin tener ninguna capacidad para serlo, y hay hasta presidentes de escalera convencidos de ser el nuevo Churchill vecinal, o vigilantes de seguridad a los que darles una porra no parece la mejor opción. Organización no es solo laboral, ojalá Peter solo afectara al trabajo.

Me acordé de Peter el otro día cuando Rafa compartió un artículo que hablaba de Alain Deneault y su libro Mediocracia (Turner), donde se hacía una interesante reflexión sobre como lo mediocre triunfa poniendo como ejemplo un sándwich de jamón y queso. El sándwich es una comida que gusta a casi todo el mundo, que no genera problemas ni dificultades, y que incluso apetece especialmente a veces, los de l’Actiu los viernes por ejemplo, pero que no creo que ninguno de ustedes lo eligieran para un menú de boda, o para una cita romántica. No veo yo eso de “tu, yo y un sándwich de jamón y queso calentito” como propuesta, la verdad. Pues algo así está pasando en las organizaciones, que se están llenando de sándwiches de jamón y queso.

Premiar la productividad con ascensos es pegarse un tiro en el pie, porque el que más vende, o produce,(o haga más eso que haga en la vida social…), no siempre es el más capacitado para dirigir. Sobre todo cuando esto significa dirigir personas.

Hay una cosa que hace esto todavía más divertido, que es la fe que nos tenemos a nosotros mismos. Si alguien llega a un puesto directivo siendo un inútil, lo normal es que cuanto más tiempo esté más inútil sea, porque el conocimiento no viene por ciencia infusa. Pero la percepción es otra, la percepción es que cada vez se cree mejor, confundiendo capacidad con costumbre. Muchas veces el resto sigue adelante porque hay muchos que, como dice Peter, no han llegado a su nivel de incompetencia y sigue funcionando bien. Mientras uno es capaz de hacer sus funciones, todo va bien.

Deneault dice que esta mediocracia se ve por ejemplo en que los perfiles sociales han cambiado, hemos cambiado a los intelectuales que hablaban de lo que sabían por “expertos” patrocinados que hablan de todo en modo aspersor, y lo hacen, insiste Deneault, favoreciendo los intereses de quien les paga o les mantiene.

Y los oficios han dejado paso a los empleos, dice también. Aquella dedicación artesanal a lo que cada uno se dedicaba, desde el carpintero al gerente, pasando por el abogado, ha dejado paso a una producción impersonal donde cualquiera produce y, si produce mucho, asciende. Producir puede incluir ruedas, despidos, ligues o insultos televisivos o parlamentarios, cualquiera de estos producidos en masa equivale a ascenso. Tenesmos gente que se autodenominan cocineros apretando sándwiches en una plancha bien caliente y cambiándolos por otros sándwiches cuando dejan de ser productivos. Poco espacio a la creatividad, al mérito, poco tiempo de desarrollo, y poco pensar en el destinatario final. Esto es lo malo de las organizaciones verticales, que aunque uno venga de abajo, cuando sube pierde la visión de la base, que es la que realmente sostiene todo.

Esta mediocridad nos abotarga, preciosa palabra, como sociedad. Nos hace menos críticos, más previsibles y dispuestos a tragar con lo que sea porque el mérito no está ya en destacar sino en pasar desapercibido. Lo cierto es que somos remedio y enfermedad, y si se puede elegir, mejor ser remedio. Mejor apostar por perfiles creativos, por la sinceridad, y por lo que uno quiere ser. Apostar por la gente que sabe y quiere, en lugar de prescindir de quien nos cuestiona es una forma estupenda de romper la mediocridad. Esto aplicado a trabajo, relaciones personales y lo que quieran. Deneault dice que las normas empresariales, rancias añado, se están apropiando de las estructuras sociales, se vive como se trabaja, y Peter que "con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones". Así que ustedes sabrán a qué quieren jugar, si a ser creativos y venir a jugar, o si al orden y la sumisión, con el riesgo que esto conlleva de acabar con un incompetente en su trabajo, o en su cocina. O en su cama, oigan, o en su cama.

Siempre es mejor pensar, manque duela. Y no creerse todo a ciegas, especialmente los halagos.


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