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Opinión / Sabatinas

Porque eres viejoven

Por Fermín Mínguez

Cierro esta trilogía sobre las edades hablando los viejóvenes, ese rango de edad indefinido que abarca a una edad indefinida y que, por tanto, puede ofender a varias generaciones con piel fina a la vez. La necesidad de etiquetar todo lo que hacemos es la perdición de estos tiempos.

Dice la RAE que el adulto es el ser vivo ”que ha llegado a la plenitud de crecimiento o desarrollo”. De los animales dice que es “el que posee plena capacidad reproductora”, ojo que la diferencia de definición dice mucho más de lo que parece. También hay otra definición etimológica que me ha gustado mucho que dice que ser adulto conlleva la adquisición de derechos como beber y votar. Así juntos también explicaría muchas cosas, ¿no creen? Podríamos decir, haciendo una asociación de ideas simple, y tendenciosa, que un adulto es un ser vivo que puede reproducirse, beber y votar. Se ilustra con una foto de Homer Simpson y ya estaría resuelto.

Pero esa edad es algo más compleja, al menos para algunos, porque es la edad en la que parece que lo toca es responder a los estándares sociales de éxito y normalidad. Se sale de la juventud de manera más o menos progresiva y se adentra uno en el mundo de la responsabilidad, de conseguir un trabajo, una pareja, una casa, que si los niños cuando, que si el coche, que si las vacaciones en agosto, que si los taninos de los vinos y las ginebras premiums, que si el móvil nuevo, los partidos de solteros contra casados y las cenas de empresa. El welcome pack a la adultez está cargado de clichés que se espera que uno cumpla. Clichés y esas etiquetas que Chica dijo, a principios del 2000 en las conversaciones del R5,  que “escondían un enorme miedo a sufrir”. La adultez transcurre entre la necesidad de querer hacer cosas diferentes y criticar a quienes las hacen si no se consigue. Igual por eso esa crítica a jóvenes y viejos. Ese espacio entre lo que fuimos y lo que seremos que a veces cuesta transitar porque se va tomando consciencia de lo que se va perdiendo y vislumbrando en qué nos convertiremos. Aquí nace el viejovenismo. No tanto por lo que uno hace, que también, sino por lo que otros juzgan. O quizás por la mezcla de ambos, por lo que hacemos y por lo que juzgamos.

Viejoven es un término con dos caras. Se puede tener 30 años y hacer vida de alguien de 50, y ser un joven viejo, o al revés, tener 60 y hacer vida de 30, y también eres viejoven.

Si han entendido esta frase a la primera han caído en la trampa en la que vivimos porque, ¿qué es hacer vida de 30?, ¿qué es hacer vida de 50?, ¿han llegado a esta definición por ustedes mismos, o están respondiendo a los estándares esperados?

¿Qué necesidad tenemos de etiquetar lo que hacen otros para vivir? Es como si nos hiciera falta pertenecer a un grupo de normalidad para validar que lo que hacemos con nuestra vida es lo correcto. Los que trabajan mucho para justificar que trabajan mucho; los que salen mucho para lo mismo. Y ambos reforzando su opción porque es mejor que la otra, en lugar de disfrutarla.

A la vida se viene a brillar y a ser feliz, y la forma en la que cada uno decida hacerlo será la correcta, independientemente de que los demás la compartan o no. La única condición que es indispensable es asumir las consecuencias, claro. Las buenas y las malas. Pero el resto tendría que ser indiferente para el resto, y también para nosotros, por supuesto. Renunciar a esa necesidad de justificarse por lo que hacemos, y de criticar lo que no hacemos.

Conozco y conocerán, gente que tiene el mismo talento con 30 que con 60, quizás más trabajado pero el mismo, ¿por qué habrían de renunciar a hacer lo que les gusta por un tema de edad? Es un absurdo. Es más, hay quien para justificar su forma de vida se apalanca en actitudes, (y vestimenta, ojo), de la edad que no corresponde sólo para integrarse. Jóvenes vestidos de señores porque son “profesionales del sector”. Y viceversa, viejos, o seniors, o silvers, o como narices les guste, vestidos de  adolescentes de serie de televisión. Unos criticando a los otros. Ese es el problema. Tendríamos que ir como nos plazca, pero porque sí. Tendríamos que hacer lo que nos acerque más a ser felices, y renunciar a ese chantaje de la edad social, y a quien no le guste, pues dos problemas tiene, ¿no les parece?

Es agotador estar siempre justificando lo que uno hace fuera del círculo de normalidad. Es agotador, también, hacer cosas que no te gustan para sentirte aceptado. Es más agotador, si cabe, tener que renunciar a lo que uno quiere ser porque prefiere normalidad a felicidad. Porque, ¿saben qué?, la mayoría de criticones son personas acomplejadas que necesitan que su entorno no esté bien para que no les cuestione. Hay quien, decidido a no brillar, intenta empañar a sus cercanos para que tampoco brillen. Existen, créanme. Y estos mediocres van minando la autoestima hasta conseguir estar cómodos, no saben abonar, sólo podar. Son esos que están siempre con las frases típicas de palillo en la boca, “ya no tienes edad para eso”, “qué forma de hacer el ridículo”, “lo que tendrías que hacer es…”, “con lo a gusto que estamos así para qué complicarnos…”, ¿les suena? Ese es el viejovenismo malo, aquel que critica todo lo que no sea lo propio. Pueden pasarse años haciendo sólo lo estándar y criticar a quien asume riesgos, o a quien les cuestiona.

Vivir tiene etapas, pero no condiciones. No hay una compostelana vital que hay que ir sellando para ser una persona completa. Lo que te completa es ser feliz, ser feliz. O intentarlo, y lo que te amarga es la renuncia impuesta. Vivan disfrutando, buscando esa grieta en la pared en donde crecen las flores, y se cuela el aire y, si pueden, agrándenla hasta que se convierta en agujero grande y, ojalá, consigan tirar el muro si es lo que quieren. O tapen la grieta si es lo que les hace felices, pero porque ustedes quieran y sin cuestionar a quienes viven a cabezazos contra las paredes para abrirse camino.

Bailen, tápense con la manta con calcetines gordos, cierren los bares, colecciones sellos, píntense las uñas de colores, hagan punto de cruz, meditación, cruising, ayuno, escuchen música, (y sigan en Instagram a Señoras Bien DJs, ejemplo de viejovenismo bien), comprense una casa, vivan en una furgoneta, tengan hijos, o perros, o gatos, o periquitos, o parejas dependientes como mascotas, o lo que les brote, independientemente de la edad que tengan y de lo que esperen de ustedes. Hagan todo aquello que les acerque a ser felices, y, si no lo consiguen, al menos no renuncien a ello por favor.

Hoy ni es pronto ni es tarde para casi nada. Cada uno es importante por lo que es, no por lo que hace ni mucho menos por cuándo lo hace.

Nada de paquetes de edad. Nada de viejovenismo. Ojalá decidir si hoy toca botellón o irse a Benidorm porque una cosa u otra nos acerque más a la felicidad y no porque toque.

Sean buenos pero, sobre todo, sean felices.

Tengan la edad que tengan y digan lo que digan. ¿Trato?

Ese sería el fin del edadismo, y fusionaría las tres últimas sabatinas en una, tanta palabra para poder resumirlo en una frase.

Sonrío.


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Porque eres viejoven