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Opinión / Sabatinas

Parece mentira

Por Fermín Mínguez

Mira que se veía venir, que cambiar de año no significa cambiar de vida, que no es un tema de pasar de pantalla como en los videojuegos, sino de continuidad. Aquello de los polvos que traen lodos.

Partidarios del presidente de los EE. UU., Donald Trump, asaltan el edificio del Capitolio de EE. UU. Donde los legisladores debían certificar la victoria del presidente electo Joe Biden en las elecciones de noviembre. Douglas Christian / ZUMA Wire / Dpa
Partidarios del presidente de los EE UU, Donald Trump, asaltan el edificio del Capitolio. Douglas Christian / ZUMA Wire / Dpa

No sé a ustedes, pero a mí me siguen pareciendo mentira las imágenes que llegan desde Washington. No solo el tipo ese de la cornamenta en la cabeza, sino la fragilidad de lo que se suponía un edificio inexpugnable y como se ha derretido la llamada democracia más fuerte del mundo bajo las soflamas de un presidente que parece de mentira. Parece mentira, decíamos cuando se presentó a las elecciones, y cuando las ganó, y cuando dijo que había que beber lejía para matar virus; incluso cuando dijo que no aceptaría el resultado de las elecciones y puso en jaque a todo un país. Parece mentira que se haya permitido que un grupo de descerebrados asalten el capitolio, afirmamos. Y seguimos diciendo parece mentira mientras vemos como se convierten en verdades. 

Como reacción principal decimos que son unos ultras y que se les está permitiendo crecer y que si no se hace nada, y que si la ultraderecha y el populismo, y nos parece todo terrible, y ladeamos la cabeza con preocupación diciendo “parece mentira”

Pero no, ni es mentira, ni lo parece. Ni son unos descerebrados, porque cerebro tienen, otra cosa es como lo usen. Tampoco son gente equivocada, al menos si les preguntamos a ellos. ¿Creen ustedes que hay personas dispuestas a pasarse la ley por el forro del pantalón sin estar convencidas de que lo que hacen es correcto? Es más, estoy convencido de que el muchacho cornivuelto pensó que era la mejor forma de vestirse para tomar un parlamento nacional. Arreglado pero informal, como la canción de Martirio. Existen, creen y serían capaces de asumir riesgos que otros mortales no. Supongo que alguno se habrá bajado del burro cuando el mismo presidente que los llevó a las puertas del Capitolio, y a alguno a la muerte, se retracta y dice que esa gente no le representa y que la ley caerá sobre ellos.

Parece mentira, dirán, que los deje así tirados, pero es verdad. Verdad del todo. De hecho es lo que suele pasar habitualmente, reyes y damas jugando con peones que son los que pagan los platos rotos, y, perdonen que les diga, esto no es un tema de izquierdas y derechas, es un tema de obviar lo importante para perder las energías en riñas menores, en quién es el más ingenioso comentando en Twitter y encender a sus masas para que le sigan. Sólo se piensa en los propios, en los nuestros, sin cuestionar. Ni rastro de la empatía de la que hablábamos en la última Sabatina del año, eso de escuchar y entender porque el otro actúa de esa manera que nos parece tan equivocada y a veces tan mezquina. Para qué intentar entender pudiendo insultar, dónde va a parar.

Y entre asombro y asombro dejamos que nos construyan una realidad que no nos gusta pero con la que aprenderemos a convivir. No sé si habrán leído los últimos datos del CIS sobre la pandemia. Ese CIS que cada vez me recuerda más a la brújula de Jack Sparrow que en lugar. de señalar el norte señala lo que más desea el que la tiene. Pues uno de los datos dice que el 60% de los españoles cree que habría que haber tomado medidas más estrictas frente al COVID. Lo que oyen. Los mismos españoles, entiendo, que abarrotaban áreas de servicio durante las vacaciones de Navidad, por ejemplo. O el dato es mentira o somos imbéciles, no se me ocurren muchas más opciones. Culpamos a terceros de no habernos prohibido hacer lo que hemos hecho, es de traca. Es como si pidiéramos que nos metan en la cárcel no vaya a ser que acabemos delinquiendo.

Encumbramos a nuestros dirigentes hasta el punto de esperar a que decidan por nosotros, como si necesitásemos que alguien nos diga que hacer o no hacer, o qué es bueno y qué no. Y luego nos sorprendemos porque pase lo que pasa, que parece mentira. Me decía Luis que muchas de las grandes injusticias se producen vestidas de bondad, que es la versión moderna de aquello que de buenas intenciones está empedrado el infierno que decía mi abuela. El nepotismo es un ejemplo. La RAE lo define como la desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos. Entiendo que la intención es buena, tratar bien a los que quieres, pero las consecuencias son fatales, ya que por un lado puede ponerse al frente de algo a una persona incapaz, y por otra cierras el camino a los que sí son capaces y lo merecen. Este nepotismo lo hemos elevado a conducta social y lo hemos invertido. Favorecemos a aquellos que consideramos como nuestros sin valorar su capacidad sólo para que no ganen los otros. Y una vez arriba, los defendemos como si no hubiera un mañana, da igual lo que nos parezca, o incluso que sepamos que está haciendo mal. Crucificamos al contrario y justificamos al propio ante el mismo hecho.

Espero que no estén pensando en nadie en particular, de los suyos, al leer esto, porque volvemos al punto de salida, y así nos va. ¿Conocen a Jordan Peterson?, es un psicólogo canadiense al que si buscan por redes verán que su escala de valoración va desde ser uno de los intelectuales más influyentes de la actualidad, a ser la versión 2.0 de las teorías del hombre blandengue de El Fary. Muchas de sus intervenciones son propias de un agitador, pero en una entrevista dijo que si no eres capaz de saber por qué alguien hace algo, hay que buscar el resultado que provoca. No estoy demasiado alineado con sus teorías, he de reconocerlo, pero la frase es de lo más evocadora.  Quizás tenemos que poner el foco un poco más allá de la realidad inmediata y ver qué consigue quién no entendemos. Así evitaremos más mentira, porque lo habremos visto venir. Y esto no va de corrientes políticas, que va, sino de construir futuro y generar esperanza.

Porque al final lo verdaderamente importante es que la vida nos parezca verdad, demasiadas pérdidas tenemos en el camino, demasiadas veces nos levantamos pensando que parece mentira que ya no estés aquí; tantas y tantas veces echar de menos a quien nos gustaría volver a tener, como para permitir que lo que sí podemos evitar también nos parezca mentira.

El asalto al capitolio pasará, al cornudo le caerá un paquete del que nos enteraremos todos para que nos quede claro, y quedará como una nota al pie en algunos libros, y lo que nos pareció mentira lo normalizaremos a base de nuevos asaltos y presidentes ególatras a los que, curiosamente, habremos colocado en el poder. Así que menos sorprendernos, por situaciones que nosotros mismos hemos provocado, y más abrir los ojos con espíritu crítico.

Lo que no pasará es lo que hemos ido perdiendo en la vida, eso que relativiza todo lo demás porque era parte nuestra. Eso sí que parecerá mentira siempre. Tú ya me entiendes. Que no estés aquí sí que parece mentira.


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