• jueves, 18 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

Otorgando

Por Fermín Mínguez

El gerundio expresa que la  acción se está desarrollando, o que es consecuencia  directa de la acción anterior. Esto no pretende ser una clase  de lengua, pero estarán conmigo que vivimos en gerundio, que aquello de quien calla otorga, lo hemos  convertido en callando y otorgando, que no es lo mismo.

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El refranero es como ese amigo blando que siempre te da la razón, hagas lo que hagas siempre puede justificarte, y así, diluido en la cultura popular, se vive más tranquilo. Que madrugas, Dios te ayuda. Que te duermes, pues no por mucho madrugar, ya saben. Nunca falla. Pero hay veces que puede ayudar a cuestionarte, para eso están los amigos, aunque sean regu.

“Quien calla, otorga” es primo de “lo que se consiente, se promueve”. Vamos validando comportamientos y decisiones bien porque nos conviene a veces, bien por la pereza que da enfrentarse a veces, o bien porque hemos desistido de cambiar las cosas, con ese derrotismo propio de la comodidad, ese “como no depende de mí…” que seguro reconocen.

Vamos normalizando situaciones como si fueran inevitables, y nos refugiamos en lo cercano, en lo que creemos que podemos manejar. Asumimos que tenemos que hacer concesiones en todas las áreas de nuestra vida, porque, no sé, tampoco es para tanto, ya saben, hoy por ti y mañana por mí, y eso. Preferimos callar en aras de una tranquilidad, (o ausencia de conflicto, que no es lo mismo, ojo) que no nos cuestione mucho. Lo malo de esto es que llegará un punto en el que no sea fácil decidir, o, peor todavía, ni nos demos cuenta de que ya no podemos decidir, y asumimos cargas que no nos tocan, que nos exigen sacrificios, y, lo que es peor, que nos generan insatisfacción a pesar de estar haciendo bien las cosas. Y no hay que ponerse trascendental con esto, es algo tan sencillo como la factura de la luz.

De un día para otro, y por el mismo servicio, la factura de la luz se dobla. Pagamos el doble por hacer exactamente lo mismo, repito. Nos cuesta el doble de esfuerzo cubrir las mismas necesidades, tenemos que hacer un esfuerzo personal. Pero no piensen que es una imposición salvaje, claro, hay una forma de que sea más barato, hay una forma en la que nos facilitan la vida, lavar y planchar de madrugada. Pistonudo, oigan. Un acto de generosidad de nuestra compañía de la luz (aquí, si quieren ir jugando, pueden cambiar compañía de la luz por pareja, familia, trabajo o lo que gusten). La forma de que la nueva exigencia impacte menos consiste en que hagamos un esfuerzo extra, renunciando al descanso o cambiando nuestros hábitos. Es más, este cambio además molesta a nuestros cercanos. Me explico, ¿se acuerdan que había una normativa que impedía poner lavadoras o electrodomésticos que hicieran ruido entre las diez de la noche y las 8 de la mañana?, o de once a siete, no sé bien. ¿Se acuerdan? Esto era para preservar el descanso de los vecinos, recuerdo alguna bronca de patio por estas cosas. Para que el cambio impuesto por la compañía de la luz (o quien sea) nos afecte menos y podamos seguir, nos obligamos a hacer cambios que nos molestan a nosotros y molestan a quienes nos rodean. Porque, a menos que tengan de vecinos a los presidentes de las eléctricas, que ustedes laven de noche o planchen de after, no les va a impactar nada.

Y aquí estamos, otorgando. Asumiendo que es lo que nos toca hacer para cumplir con nuestra obligación de pagadores. Tragando. Convencidos de que es mejor vivir en la tranquilidad, que asumir el riesgo de enfrentarse a las decisiones. Renunciamos a nuestro poder individual, a nuestra capacidad para asumir cambios, incluso a nuestra opción de equivocarnos y darnos el batacazo del siglo, y, otorgando, lo único que hacemos es permitir que nos chuleen con las facturas. Vestimos de normalidad lo que hubiéramos rechazado hace años, cuando empezamos a callar para mantener cierta normalidad. ¿Me siguen?

No puede ser que la responsabilidad de mantener el sistema sea siempre del ciudadano final. No puede ser que la tranquilidad de los míos dependa sólo de mi sacrificio personal. No puede ser que nos impongamos unas obligaciones que cumplir, y que nos sintamos mal cuando las tenemos que mantener en contra de nuestra voluntad, y que, en lugar de quejarnos o reclamar porque nos sentimos maltratados, callemos y concedamos para evitar el enfrentamiento. Porque esto cada vez irá a peor, créanme.

No tiene sentido que nos castiguemos pensando si esto o lo otro es razón suficiente para romper con unos compromisos que nada tienen que ver con el inicial que firmamos, nos suben costes, añaden nuevos conceptos, y acabamos pagando por mucho más de lo que recibimos, que suele ser lo mismo. Necesitamos un motivo fuerte que nos empuje a tomar decisiones, que justifique que no hay otra opción que enfrentarse, pero ese motivo no suele llegar, o si llega lo obviamos y volvemos a la calma chicha de la factura mensual.

Puede que muchas veces no tengamos motivos, pero tampoco tenemos una obligación.

Sonrío.

Porque estamos hablando de la factura de la luz, ¿verdad? No se me ocurre otro ámbito en el que vayamos callando para sobrevivir y al final nos encontremos con un facturón que nos obliga a cambiar demasiado para poder seguir planchando. ¿A ustedes?

Quizás si hubiera otros ámbitos en los que nos reivindicáramos mejor se lo pensarían antes de tomar decisiones por nosotros. A lo mejor si supieran que si doblan la factura de la luz nos revolveríamos para defendernos, no se haría con esta desfachatez. Pero saben que no lo haremos, saben que preferimos cumplir con nuestras obligaciones, que nos perderemos y nos cansaremos buscando un motivo.

Cómo son estos de la luz, ¿eh? Menos mal que en nuestra vida personal esto no lo permitimos. Menos mal.

Ay, si pudiéramos elegir.


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