• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Orden Público

Por Fermín Mínguez

 Si hay que elegir entre asumir los riesgos de las libertades, o restringirlas para garantizar tranquilidad, prefiero el primer equipo. Pero claro, exige mucho más esfuerzo.

Dime, Catarro, ¿por qué si uno sabe nadar flota sin moverse y cuando no sabe se hunde?

– El miedo pesa, hijo.

Este fragmento de La partida, de Miguel Delibes, es de las mejores explicaciones de lo que provoca el miedo que existen.

Hay algunas frases que solo hace falta escuchar una vez en la vida para que se queden para siempre grabadas en la memoria, como si fuera un manual de uso de la vida, ¿no les pasa? A mí me pasa con cierta frecuencia, con frases y con canciones, y esta es una de ellas. No hay nada que condicione más que el miedo, más incluso que la alegría. Si no piensen la cantidad de veces que dejamos de hacer algo que sabemos bueno por el miedo a que salga mal. Y el miedo luego cuesta sacudírselo un montón, es como un virus que se instala en nosotros y no se va. Lo controlamos pero se queda latente y cuando menos lo esperamos se reactiva. Y, por miedo, tomamos medidas drásticas para eliminarlo, en lugar de asumir que está ahí y que lo mejor es minimizar sus consecuencias. ¿Les suena?

En los 90 (modo abuelo cebolleta on) había un virus que se llamaba Barrotes, ¿se acuerdan? y sólo se activaba una vez al año. Podías utilizar el ordenador cualquier día del año con normalidad excepto uno, que si lo encendías te borraba todo el disco duro dibujando unos barrotes de celda de cárcel en la pantalla. Lo suyo era encontrar un antivirus que pasar al ordenador, pero mientras tanto era seguro trabajar tomando algunas precauciones. Sencillo, ¿no? Había un riesgo que asumir que podía ser minimizado.

Estoy seguro de que les suena la historia de Barrotes. Ahora, en un escenario de virus bastante más peligroso, nos hemos visto obligados a tomar medidas más drásticas para combatirlo. Si lo piensan fríamente, el hecho de confinarnos en casa sin poder salir (solo para trabajar, ojo) durante meses, no poder hacer reuniones, ni desplazarnos libremente es tremendo. Era lo que la situación exigía y se ha hecho por un bien común, que es bien bonito, y creo que era lo correcto para abordar una situación desconocida, pero (siempre hay un pero) una vez superada tocará volver a nuestra vida anterior. Y aquí juega el miedo.

Llevamos un par de semanas de mayor apertura, se permite salir de noche e ir a los bares, reunirse en grupo y celebrar fiestas. Debate abierto. Que si la responsabilidad social, que si la inconsciencia de la juventud, que si su egoísmo, que si vamos a morir todos. (Si me permiten una reflexión menor, cuando uno ya utiliza el término “la juventud” para referirse a un colectivo, ya va de capa caída, pidiendo el traje del Gruñón de Blancanieves…)

Por entenderlo bien, ¿nos preocupa que una generación a la que se le han robado dos años de socialización en cuanto pueda se reúna para reencontrarse?, ¿nos preocupa que la gente quiera salir y divertirse?, ¿o lo que nos preocupa es la minoría que aprovecha la situación para desbarrar? Porque no es lo mismo, en absoluto. Si lo que nos preocupa es la minoría, no tiene sentido legislar para la totalidad. Hace unas semanas, ante la imposibilidad de controlar a la gente en las zonas de costa, alguna Administración pidió extender el toque de queda por motivos de órden público, vamos, que ya no había razones sanitarias pero por si acaso, mejor restringir libertades, no vaya a ser que se repita. Lo del Barrotes. Espero que una de las lecciones de esta pandemia no sea que los poderes públicos han aprendido que cuando vienen mal dadas pueden confinar a la población, porque, qué quieren que les diga, y aun a riesgo de que se enfaden, sería terrible.

Los problemas de órden público son una consecuencia directa de la ejecución de las libertades personales, y benditos sean. Hasta ahora existían y era obligación de la autoridad competente solucionarlos, y lo suyo sería volver a ese escenario, ¿no les parece?, ¿no tienen ganas? Espero en que no estén pensando que estoy defendiendo agresiones, algaradas callejeras y demás, porque entiendo que esto es la excepción, insisto. Hay otro tipo de desorden público que no nos parecía tan mal, como las congas por la calle a la salida de una boda, celebrar San Juan en la playa, o, el más bonito de todos los desórdenes, el caos precioso, Pamplona un seis de julio, bullicio y alegría. Los pelos de punta tengo cuando imagino estar de nuevo de blanco y rojo allí. Lo normal, lo lógico y lo legal es disfrutar de las libertades personales, sin miedo, como hacíamos hasta hace dos años, y asumir el riesgo de que la situación tiene un ingrediente más. Que habrá que tener alguna precaución más, y que si se vuelve a complicar ya sabemos lo que hay que hacer, porque ya lo hemos hecho.

Escudarse ahora en que hay personas que no respetan las normas es un absurdo porque siempre las ha habido, siempre. Esas imágenes de vándalos en botellones en Barcelona que han indignado y encendido las mesas de tertulianos, no difieren mucho de las que había antes de la pandemia, de verdad, tiren de hemeroteca. Si está permitido salir, pues está permitido, y lo que habrá que ver es la consecuencia que tiene esto en términos de salud, pero no en libertades sociales, y  tomar medidas para proteger a la población. En esta misma línea, a quienes generen desórdenes públicos, pues aplicarle la legislación, como siempre. Que igual el problema está aquí, y se intenta arreglar un problema de educación y orden confinando a la gente para que no se produzca. Si hay que elegir entre asumir los riesgos de las libertades, o restringirlas para garantizar tranquilidad, prefiero el primer equipo. Pero claro, exige mucho más esfuerzo.

Antonio Gasset, excelso presentador de Días de cine que nos ha dejado esta semana, en uno de sus míticos pases a publicidad, nos invitaba a reflexionar sobre si éramos justos con el prójimo, o proyectábamos nuestras miserias deformando  su imagen a nuestras necesidades, para acabar diciendo que “los imbéciles son siempre imbéciles, proyectemos lo que proyectemos”, les dejo en enlace, A los imbéciles hay que tratarlos como tal, y no darles el gusto de representar a toda una comunidad.

Pues eso, que me parece muy peligroso que en nombre de un orden y un control que nunca hemos tenido, renunciemos a volver a nuestra vida anterior, con sus cosicas malas, sí, pero con un montón de buenas que costó años conseguir.

Que es mucho mejor flotar, y nadar, y bucear cuando proceda, que hundirse por el miedo que decía Delibes, ¿no les parece? Yo ya sueño con Estafeta llena…

Que tengan una buena semana. Sean buenos pero, sobre todo, sean felices.


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