• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Normalizar el insulto

Por Fermín Mínguez

Entre las cosas que fui apuntando en verano como posibles temas para otoño estaba aquel rifirrafe que tuvieron Podemos y Vicente Vallés, donde salió eso de que había que normalizar crítica e insultos porque estaban en las redes. 

Un persona observa desesperada una pizarra llena de fórmula matemáticas. ARCHIVO
Un persona observa desesperada una pizarra llena de fórmula matemáticas. ARCHIVO

Pues miren, no. Normalizar groserías las justas.

No voy a entrar en que si dijo, o se desdijo o dejó de decir. O lo poco que me gusta que se hagan bandos de prensa, y que solo valgan los que dicen lo que quieres y cuándo quieres, aquí cada uno de ustedes sabrá, pero sí que me preocupa mucho que haya que normalizar lo que sea porque lo normalicen las redes sociales. Como en vez de normalizar el insulto hubiera que normalizar al negro de WhatsApp íbamos listos…

Además el insulto en este país lo tenemos bastante normalizado, mucho antes de que aparecieran las redes sociales y con lo que nos ha costado salir, institucionarlo ahora no sé si es buena idea. Tan normalizado está que podríamos incluso hacer una fórmula matemática del insulto, ¿probamos?

El insulto por antonomasia es el de tráfico, ese que sale del estómago cuando estamos en un atasco, o se cruza alguien que no debe, o tenemos prisa y un peatón digno cruza despacico delante nuestra. ¿Les suena? Igual ustedes no lo sufren, pero quizás conozcan a alguien. Pues bien, aquí el insulto tipo empieza por un taco sonoro, dependiendo del nivel de tensión puede ir desde un “mierda de” hasta un “puto” breve y sonoro, con algún nivel intermedio, de uno a tres digamos.

Después viene el adjetivo calificativo que define el rasgo más claro de la persona insultada. Aquí no hay tiempo para pensar y salta lo primero que se ve, raza, genero, peso, rasgo físico, edad, lo que sea. El origen geográfico también vale. Esto no supone ningún odio visceral, de hecho uno puede insultar a un hombre o a una mujer en un tramo de diez metros, o a un gordo o a un delgado, da igual, se usa el rasgo y punto. Gordo, negra, cuatro ojos, calvo, vieja, niñato, panchito, facha, borjamari, rojo, hípster, carapán, caracráter, dienteyegua, lo que quieran. Si no se encuentra nada muy claro, siempre se puede tirar de los clásicos imbécil o anormal.

Para acabar lo más usual es referirse a una parte del cuerpo, habitualmente los genitales en cualquiera de sus nombres y formas. Las narices también valen. Si el enfado es mayúsculo se puede cerrar enviando a la persona a algún lugar que creemos oportuno, su casa, su país o a freír espárragos

La fórmula sería algo así: 

Taco (nivel I, II o II) + (adjetivo calificativo fácil x parte del cuerpo) + envío dirigido

Prueben, no falla. Vayan rellenando, y siempre sale el insulto perfecto. Años y años insultando a diestro y siniestro en los semáforos es lo que tiene, que cristaliza.

En lo que también estaremos de acuerdo es que esto es una ordinariez que debe quedar en la soledad del coche y con las ventanas subidas, como un ejercicio liberador de tensiones, un yoga del arrabal. Pero fuera de ahí, del entorno personal, hacer apología del insulto es una mediocridad indecente. Primero porque lo que deja entrever es que no se tiene nivel ni ganas de esforzarse en mantener una discusión seria y productiva. Y en segundo lugar porque se desaprovecha una oportunidad fantástica para dar ejemplo, de influenciar de forma positiva en las nuevas generaciones.

Porque el insulto de compadreo o de crítica política nos hace gracia de saque, pero de ahí pasamos a recuperar el imbécil, vago, maricón y puta como definición de actitudes y perdemos todo lo que hemos recuperado. Dejar de juzgar en negativo, de señalar con prejuicios también es un logro social. Normalizar el insulto refuerza actitudes de acoso, por ejemplo, ¿y no creen que es mejor prevenir que manifestarse luego?

Las formas son importantísimas siempre, pero sobre todo en tiempos como los que vivimos en los que hay muy poco fondo donde echar raíces. A veces pienso que hay quien quiere tenernos discutiendo, insultándonos, para que no podamos entablar conversaciones constructivas donde encontrar puntos en común desde los que construir. Pero luego pienso que no puede haber nadie tan mezquino como para buscar confrontaciones en beneficio propio, ¿no?

Además, lo de justificarlo porque pasa en redes es cutre, sobre todo porque los tuiteros, youtubers y compañía no cobran un sueldo público, así que pueden hacer lo que les brote, pero quien tiene un cargo tiene una responsabilidad, la principal, insisto, es dar ejemplo.

A ver si se les va a volver en contra y van a escuchar a alguien utilizando la ecuación, jo***os calientasillas de las narices, iros a trabajar. Por ejemplo.

Normalicemos lo bonito, lo tranquilo, lo conversable, en lugar de lo estridente y lo vulgar, porque cuando toque arrepentirse será tarde, como casi siempre que uno se arrepiente.

Cuidemos las formas, háganme el favor, y dejemos los insultos para la intimidad de los coches.


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