• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

El Nobel de la representatividad

Por Fermín Mínguez

Soy fan de Dylan, fan total, así que su Nobel me parece justo, oportuno y merecido, y espero que sea, como diría el castizo, el primero de muchos.

Bob, así nos tratamos, es representación y bandera de varias generaciones, independientemente de lugares y colores, y sobre todo porque no se lo ha atribuido. Da que pensar en esta semana de ausencias y presencias.

Vi a Bob Dylan en 2012 en directo por primera vez, en el Guggenheim un 11 de julio. Imaginen si soy fan, han leído bien; fui a Bilbao durante San Fermín. A Bilbao, esas cosas sólo se hacen por Bob. Fue un concierto espectacular, lo tengo grabado a fuego, brutal, y eso que cantó como un grajo afónico, esa voz entre nasal y rasgada que hace que mantenga la fe de que alguna vez pueda grabar yo mismo un disco. No debe ser sólo cuestión de voz, o eso espero.

Allí estábamos jóvenes apuestos como nosotros, puretas analizando los temas, moteros con barrigas esféricas, calvos con melena, adolescentes con granos, macarras, pijos estirados, camisetas imperio y polos con bandera, 7.000 almas entregadas. Bueno 7.000  personas, que había miradas que no garantizaban alma, pero entregados. Conozco, como conocerán ustedes, gente con más o menos 20 años que yo a los que les gusta Dylan. A los que les gusta mucho, de cualquier corte, procedencia y pensamiento, gente que pueden citar ese verso, esa estrofa o esa canción entera porque forma parte de su vida o para explicar un momento puntual. Como ya nos tenemos confianza de este tiempo juntos les voy a contar algo personal, en mi primera decepción profesional  entregué el ordenador de empresa formateado y limpio y el único archivo en el escritorio era “Positively 4th Street”, los dylanianos me entenderán. No encontré manera mejor de quejarme que con una canción escrita 12 años antes de que yo naciera. Así es Bob.

No voy a entrar en el debate si es justo en términos de literatura porque ni soy escritor (todavía), ni cantante (todavía), ni premio Nobel (todavía), pero creo que alguien que es capaz de trascender al tiempo en el que escribe sus canciones, de impactar en varias generaciones por sus textos, de popularizar versos y de componer historias que se conocen mundialmente es merecedor de serlo. No entraré en las comparaciones con el fenómeno fan ni en si es mucho o por lo que ha escrito, porque además tiene un mérito añadido, que es que ni es un gran instrumentista ni mucho menos un gran cantante (lo siento Robert, querido, las cosas como son).

Entonces, ¿qué es lo que tiene para tener tanto reconocimiento? No puede ser nada político porque aunque ha sido militante claro en las causas en las que ha militado, aquí estamos de todos los pelajes. Y religioso tampoco, porque será de los pocos casos de conversión del Judaísmo al Cristianismo que no ha afectado a su carrera musical. Y mira que cantó incluso delante del Papa, que ni discreto ha sido. Intuyo que tiene que ver con hacer lo que uno cree cuando debe hacerlo, y sobre todo en no hacerlo atribuyéndose ningún mérito especial ni representación alguna por ni para hacerlo.

Las representatividades se ganan con las presencias, no con las ausencias; y no se otorgan de forma automática. Esta semana ha sido de ires y venires de representatividades, de “yo estoy porque me debo a mi gente”, o “yo no voy porque me debo a la gente que no quiere que vaya”. Vamos a ver, la representatividad que el pueblo deposita en ustedes es temporal, no son el pueblo, es curioso cómo se enarbola la bandera de la representatividad según convenga. Me regalaron una frase de Guy Kawasaki el otro día que decía que “personas inteligentes y bien intencionadas se equivocan cuando empiezan a creer que el mundo les debe algo y que las reglas son diferentes para ellos”. Zasca. Es imposible que no te resuene.

Las reglas son las mismas para todos, y si no habrá que cambiarlas, pero para todos. El mundo no nos debe nada, hacer las cosas bien es lo propio. Creer que por esforzarse mucho o por ostentar un cargo o un puesto específico se está por encima de las reglas y/o del resto de personas es un error terrible. Casi definitivo. Que seguramente lleve a perder pie y entrar en esos delirios de grandeza que todos conocemos.

La otra opción es estar convencido de lo que uno quiere y cree, y trabajar por ello, aunque tenga una voz nasal y una guitarra sencilla. Y quizás así gane un Nobel, y un Oscar, y un Grammy, y un Pullitzer, y un Príncipe de Asturias. Igual lo ganan sin buscarlo pero mereciéndolo. O no. Y no pasará nada, porque el éxito no está en conseguir logros pasajeros y ruidosos que desaparecerán cuando cambien las personas ni en el aplauso fácil de quien no te cuestiona. Así no se perdura.

Y he vuelto a empezar con un tema y a acabar con otro, haciendo caso omiso a los consejos de Eduardo. A ver si con una canción que creo que le gusta lo arreglo.

Enhorabuena Bob, y gracias. No perderé la fe.


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El Nobel de la representatividad