• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Mirando al cielo

Por Fermín Mínguez

Cuatro de julio y es la antevíspera de nada. Se hace difícil escribir los días en los que esta anormalidad persistente no permite ni la esperanza de la alegría. No es cierto que la esperanza sea lo último que se pierde. Una vez perdida quedan todavía la confianza y la actitud.

La vuelta del Castillo acoge en las noches de San Fermín a miles de personas que se acercan para disfrutar de la colección de fuegos artificiales que iluminan el cielo de la capital navarra. EFE/Jesús Diges.
La vuelta del Castillo acoge en las noches de San Fermín a miles de personas que se acercan para disfrutar de la colección de fuegos artificiales que iluminan el cielo de la capital navarra. EFE/Jesús Diges.

Recuerdo perfectamente el día en el que perdí la esperanza, hasta la hora exacta les podría decir, así que el refranero vuelve a mentir una vez más, como solo él sabe hacerlo, disfrazado de sabiduría popular, esa sabiduría que afirma una cosa y su contraria para justificar todo lo que nos pasa.

Dice Marvin Harris en su libro Vacas, cerdos, guerras y brujas, en el que intenta explicar el porqué de algunas tradiciones y conductas sociales, que “la ignorancia, el miedo y el conflicto son los elementos básicos de la conciencia cotidiana”. Lo leía el otro día y pensaba que a este libro le falta por escribir el capítulo de dos mil veinte, el del Coronavirus y la nueva normalidad.

Esa mezcla de ignorancia y miedo general que han hecho el caldo de cultivo perfecto para generar un conflicto entre los que sabe qué hacer y qué no hacer y nosotros que esperamos agazapados a que nos curen y nos permitan de nuevo ser libres. Poniendo el foco en lo negativo y en el miedo, negándonos la alegría como si fuera parte del tratamiento.

Decía Gustave Flaubert, hoy va de citas, que si mirásemos siempre al cielo, acabaríamos por tener alas. No me digan que no es bonito. No sé si tiene razón o no, pero lo que sí es cierto es que la historia de la evolución es la historia de los retos, de querer mejorar, de fijarse en los mejores y no en los peores, de poner el objetivo en alcanzar lo que todavía no se tiene. Y en ese todavía donde siempre he creído que vivía la esperanza, es donde creo que viven la confianza y la actitud.

Si me dejan les pongo un ejemplo de cómo afecta en nuestra realidad esto de mirar al cielo, de ser objetivo y poner la vista en mejorar.

Estarán ustedes hartos de oír hablar de las residencias de mayores, de lo mal que funcionan, de cómo han dejado morir a sus residentes, creo que falta poco para un titular hablando de genocidio y varios tertulianos que no han gestionado un recurso social en su puñetera vida, se tiren al cuello de los directores sociales (y a los brazos de los responsables políticos, claro).

El otro día un amigo director me decía que en Cataluña son cuatrocientas las residencias que no han tenido casos de Coronavirus. ¿Esto lo sabían?, ¿o sólo los muertos? Pues miren, hay cuatrocientos centros que podrían ser ejemplo de cómo se hacen bien las cosas, y que debieran salir en las noticias y ser reconocidos. Y es que esto es heroico, porque otra cosa que no se ha comentado demasiado es el recurso dedicado a estos centros.

El ministro Illa cifró en doscientos cincuenta euros el coste diario de hospitalización “normal” para COVID, y setecientos cincuenta si precisaba UCI. Entre 250€ y 750€, que así se ve más claro. Supongo que sabrán que el coste medio de plaza en residencia, lo que las Comunidades pagan por concertar, está alrededor de sesenta y cinco o setenta euros día, 65€ a 70€. Es decir, se ha pedido a un recurso social que con un presupuesto de 70€ prestaran cuidados que los recursos sanitarios prestaban a 700€.

Y encima se mueren, oiga. Sorpresa. Mucho mejor culpar ahora a los centros y sus directores, que reconocer que no nos han importado un pimiento los viejos en los últimos años. Llevémonos las manos a la cabeza, anunciemos una depuración del sistema, y culpemos a lo privado por enriquecerse con el cuidado de nuestros mayores, a los que tanto queremos que les llamamos “nuestros abuelitos”, pero no nos hemos preocupado por mejorar sus condiciones porque era caro.

Hemos decidido que era un mal menor que se muriesen en esta pandemia y ahora venimos vestidos de dignidad a reclamar responsabilidades. Y los que se indignen y me digan que no, primero que me expliquen qué esperaban conseguir pagando 65€/día para cuidados intensivos en población de riesgo.

Pero sigamos con el foco en lo malo, y obviemos como cientos de centros se las han apañado para garantizar un cuidado que la sociedad ha negado. La responsabilidad es compartida, todos aquellos que han gestionado mal y han delinquido, que lo paguen sin misericordia, pero ¿qué hacemos con los que lo han permitido y ahora se indignan? Miremos a lo malo, no vaya a ser que descubramos que hay otra forma de hacer las cosas.

Igual es que me pillan enfadado porque este año no podré recargar pilas en Pamplona el 6 de julio porque han cerrado mi Kamchatka particular, y como a esta falta de esperanza con la que vivo se ha juntado la falta de alegría, solo queda resistir con la confianza de que sigue habiendo gente buena que quiere hacer las cosas mejor, y sobre todo con la actitud de seguir adelante a pesar de todo esto.

No saldremos juntos de todo esto, qué va. Eso lo dejamos para coelhistas y tazas de desayuno con mensajes cuquis, aquí cada uno saldremos por nuestra cuenta y de la mejor forma que podamos. No sé, queridos, pero el hecho de que en un mundo de ERTES y recortes, sus señorías hayan seguido cobrando las dietas de desplazamiento estando confinados, y ni siquiera se haya planteado un ERTE para cargos públicos, no hace creíble que estamos juntos en esto. O que no se puedan abrir los colegios en julio para ayudar a la vuelta al trabajo a los padres por motivos de seguridad, pero sí se puedan abrir para hacer colonias de pago, porque igual el virus es de pago, tampoco ayuda a confiar en ese espíritu de balcón que despareció en cuanto se abrieron las puertas.

Lo que queda es confiar en la capacidad de cada cual, en apoyarse en los amigos, en la familia. En mantener una actitud que nos desperece y nos haga pasar a la acción, que promueva el cambio. En mirar al cielo, no con la esperanza infantil de que caiga el maná, sino como convicción de mejora para que nos salgan alas.

No creo que pueda recuperar la esperanza, pero me gusta mucho más la idea de conseguir una alegría real, a base de confianza y actitud, que una alegría soñada que no llegará nunca. Se puede vivir sin esperanza, pero no sin alegría. Y la alegría no necesita de planes ni de terceros que nos hagan favores. Mirar al cielo como objetivo, no como poesía.

Nos vemos en septiembre si la dirección de este medio lo tiene a bien, y ustedes me siguen leyendo. Iba a cerrar con una canción dramática sobre mirar al cielo, pero creo que es mucho mejor hacerlo con los amigos de Parchís. Porque, como dice Eleven, los amigos nunca mienten. Y ahora vienen tiempos de tener y ser los mejores amigos.

Sean buenos pero, sobre todo, sean felices. Y entren en acción, por favor, que así es como las cosas cambian.


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