• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Madrid, de todas las suertes

Por Fermín Mínguez

Vaya semana lleva Madrid. Desobedece, se enfrenta, no se cuida. Madrid como si fuera un ente único, cuando es mucho más. Manía con apropiarse de lo intemporal por aquellos que son temporales. Ese no es mi Madrid, ni el de muchos.

Personas en una terraza de Madrid. Jesús Hellín / Europa Press
Personas en una terraza de Madrid. Jesús Hellín / Europa Press

Digo a todo el mundo que vine al mundo en Pamplona un seis de julio, lo que condiciona hasta mi nombre, pero también digo que nací en Madrid a la edad de veintitrés años. Creo que fue Pérez Galdós el que dijo esto sobre Madrid, pero seguro que me deja usarlo Don Benito.

Recuerdo perfectamente el día que llegué a vivir a Madrid, solo por primera vez en mucho tiempo y con una maleta cargada de ilusiones (siempre había querido utilizar esta frase, disculpen), directo a casa de Rosa que tampoco entendía nada. Y así arranqué un diciembre de 1999, fui para un año y acabé quince.

Madrid, la de verdad, no de la que se apropian quien no debe, es generosa, no tiene demasiados prejuicios y mientras seas discreto no te haría demasiadas preguntas. La Madrid que me acogió, siempre me pareció femenina, me enseñó a valerme por mi mismo, que las cosas cuestan más de lo que costaban en mi burbuja navarra. Es solidaria y reconoce el esfuerzo. Madrid también sabe castigar y te zarandea hasta dejarte sin aire cuando la desafías, y, orgullosa como es no te ayuda siempre a levantarte del suelo, pero te presenta a quien puede hacerlo.

Madrid son las noches infinitas sin que nadie te pregunte por tus ojeras a la mañana; son los desayunos de Coca-Cola y termalgin con codeína en el tren a Alcalá para mantener los ojos abiertos. Son las mañanas en el rastro. Y los mediodías. Y las primeras horas de la tarde. Y el café. Y el llegar a casa a cenar el domingo sin saber muy bien qué ha pasado.

Madrid es las noches en las que el Canijo se convertía en un salón de conversación para fumadores. El olor a fritanga en la esquina de General Pardiñas. La búsqueda de pisos donde te intentaban convencer de que las habitaciones sin ventana eran buenas para estudiar. Los días en que Marta y Luis me alimentaban al verme la cara. Las noches en Marqués de Urquijo sin dormir y con poca comida en la nevera.

Madrid es Gran Vía a cualquier hora y a cualquier edad. Con esa sensación tan reconfortante como abrasiva a veces de no conocer a nadie. Gran Vía de ida digna o de vuelta arrastrada. De presentarla a todo el que te viene a ver.

Madrid es la ciudad que te presta una familia al segundo día de estar allí y no te pide ni que la mantengas, ni te pide nada a cambio. Te da refugio para que no tengas frío pero no tiene ningún reparo en dejarte a la intemperie si es necesario.

Madrid es donde el invierno cae de repente, y entras a ver Bailando en la oscuridad en la plaza de los cubos siendo otoño y sales que ya es invierno y se te cuartean las manos.

Madrid es esa ciudad que te ofrece un trabajo de lo que sea para que te quedes y pueda darte una dosis más de veneno para que cada vez seas más suyo. Madrid es la que te regala al principio amaneceres para recordar y enmarcar y acaba con otros que preferirías no recordar. Madrid es el Rajajá que se puede contar y el de las situaciones en las que un caballero no debe tener memoria, como decían en Chamberí.

Madrid son las ganas de salir adelante. Madrid es dejarte la piel y renunciar cuando te ha roto. Madrid es irte y ponerle nombre a las calles que salen en el telediario, y a las esquinas que doblamos, y a eso que tú yo, sabemos. A echarla tanto de menos que celebras la oportunidad de volver y te recibe sin rencor por haberte ido.

Madrid es un piso diminuto en Tuy para poder empezar donde nunca dejó de haber gente. Y son, o eran, los conciertos a destiempo, los amigos efímeros, las sesiones del Costello, las raciones en Vallecas, las gildas del torero del Pinar.

Madrid es aprender un idioma en sus atascos. Y convertir la ese en jota, y decir “ej que tronco, hay muchas josas” y tener que traducir cuando te dicen que gires después de la raqueta y antes del disco.

Madrid es la posibilidad de empezar y terminar y empezar sin límite. Madrid es la ida y vuelta a Hoyo, sabiendo que tus zapatillas de perro siempre te esperan en casa.

Madrid es empezar una nueva vida con la mujer de tu vida y echar raíces cuando nunca las habíamos echado. Madrid es todo lo que me enseñó la gente buena con la que trabajé y todo lo que aprendí de la menos buena. Madrid me enseñó a celebrar la vida en la Cuña Verde de la Latina cuando todo moría alrededor.

Madrid es la convierte a desconocidos en hermanos después de cuatro meses de intensivo en el Cerro del Águila enganchados a las almendras tostadas.

Madrid es la que juega con tus decepciones sabiendo que tiene un as en la manga y te hace el mayor de los regalos cuando ya te has cansado de esperar, porque es ella la que decide. Madrid es la que hace que tu hija, ajena a todo lo no importante, diga con orgullo que es madrileña, porque le parece fantástico ser diferente y la única de su clase.

Madrid son todos sus tópicos, que si el cielo, las tapas y los calamares y todo lo contrario. Madrid es la ciudad que sostiene con toda tranquilidad que tiene el mejor pescado de España cuando el mar lo ve por televisión. Madrid son los millones de personas que lo habitan y que lo han habitado hasta hoy y han dejado su impronta en la ciudad, que al final es de todo menos lo que dicen de ella, unos y otros, para usarla como arma arrojadiza. Madrid es lo que han, hemos, construido cada persona que ha pasado por allí porque le ha permitido serlo sin juzgarlo nunca.

Así que hagan el favor de no apropiarse del Madrid de todos para intenciones personales, igual es que los representantes del pueblo ya no son ni una cosa ni la otra y están demasiado acostumbrados a la apropiación indebida y ya no les para nada. O igual es lo que decía Fran el otro día y tenemos realmente los dirigentes que nos merecemos, pero esto no quita que les dejemos campar a sus anchas.

Hay una Madrid personal de la que también hay que hablar, la Madrid bonita, la que nos ha hecho nacer a muchos y nos ha envenenado para convertirnos en gatos. Esa Madrid a la que todos pensamos que podríamos volver en cualquier momento. Esa Madrid a la que queremos a pesar de lo que digan de ella porque la conocemos mejor. Esa Madrid que a veces nos roba una lagrimica, y que sale en mi foto de estado porque es una de las fotos que más me gustan contigo y que ya no podré volver a hacer.

Madrid es emoción. Y también es saber que mientras intento escribirle algo bonito para que se acuerde de mí, le va a dar absolutamente igual porque estará pendiente de su próxima víctima.

Quería hablar bien de Madrid, ya hay demasiada gente hablando mal de ella, y a mí me construyó. Como a tantos otros que le escribieron canciones.

Madrid, de todas las suertes.


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Madrid, de todas las suertes