• viernes, 19 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

La turba por Gabriel

Por Fermín Mínguez

Empiezo a pensar que es el estado natural de la sociedad actual, la turba. Buscar el refugio de la multitud que defiende lo suyo de modo irracional. Ni un duelo por la muerte de un menor nos para de coger antorchas y palos.

Ana Julia Quezada, la detenida por la muerte del pequeño Gabriel Cruz. EUROPA PRESS
Ana Julia Quezada, la detenida por la muerte del pequeño Gabriel Cruz. EUROPA PRESS

Leía esta semana una frase que atribuían a Salvador Dalí donde decía que no podía entender por qué el ser humano era tan poco individualista, que por qué tenía que comportarse con tanta uniformidad colectiva. Viniendo de alguien tan único tiene especial valor la frase y sigue siendo igual de válida a la luz de los acontecimientos de esta última semana.

Renunciamos a la postura individual en cuanto alguien nos ofrece el caramelo de sumarnos a un grupo de opinión, aceptamos sin dudarlo, a full, sin medirlo, y nos vamos encendiendo hasta acabar vociferando.

La semana en la que hemos conocido el horrible final de la historia de Gabriel ha sido también una de las más desagradables en redes sociales, con miles de opiniones acusadoras, envenenadas, partidistas y ventajistas; y muchas de ellas con todo esto a la vez.

Eran tantas las ganas que había de discutir que se ha llegado a dudar de la bondad que demostraban la madre y el padre del pequeño, que era una pose, que no es normal ser tan bueno, que “si eso me llega a pasar a mí”. Pues dé las gracias de que no le ha pasado, pero deje que los verdaderos afectados gestionen el dolor como les parezca, sólo faltaba. Ya no es cuestión de ser más papistas que el Papa, es querer ser el mismo Papa si es preciso.

Mientras la familia daba un ejemplo de comportamiento, las redes, las tertulias y las televisiones ardían en opiniones como teas que pedían venganza. Una venganza que los padres no pedían, pedían justicia desde el que sabe que ninguna venganza podrá devolverles lo perdido.

Pero qué sabrán ellos, mucho más saben los terceros, así que toca ponerse en modo turba. Y bajo la petición de justicia se justifican todo tipo de peticiones. Hay una, la más curiosa de todas, que llega en forma de whatsapp y que dice que si se reenvía veinticinco mil veces, la asesina confesa cumplirá cadena perpetua.

Ya podemos dormir tranquilos, los mensajes de whatsapp velan por nosotros y reordenan nuestro sistema judicial, es más, son capaces de personalizar las condenas a cada tipo de delincuente según a la turba le parezca oportuno. Y aquí está la raíz del problema, no se pide justicia universal, sino particular para los nuestros y si para conseguirla hay que mezclar conceptos, confundir o desdecirse, pues se hace sin problemas.

Por mi parte no quiero la mayor de las penas sólo para la asesina confesa de Gabriel, quiero la mayor de las penas para cualquier alimaña que cometa una atrocidad similar. Darle mayor importancia a este crimen por ser mediático sería injusto y contraproducente. Olvido y castigo para los asesinos, y justicia para las víctimas, no parece demasiado complicado, ¿no creen?

Un sistema judicial fuerte y fiable donde una escoria como el asesino de Diana Quer no pueda hacer planes a 7 años vista conociendo el código penal. Pero esto no significa ir por la vida pegando tiros al aire y reclamando venganza, y mucho menos apostar por un modelo de participación ficticia en la gestión de los cambios del tipo “Envía Apedrear al 778997 para confirmar la sentencia

Eso es precisamente lo que ha pasado, que la indignación generalizada se ha ido fraccionando en indignaciones de ascua y sardina, como si al volver a casa de la gran turba general y ya que las antorchas están encendidas, se aprovecha para turbas menores. Esto ha sido vergonzante hasta el punto de que ha habido quien ha dejado de publicar hasta que las aguas bajasen menos turbias. Se ha utilizado la muerte de Gabriel para opinar desde posturas machistas, feministas, racistas, políticas, culturales, partidistas y todos los –istas que se les ocurran, todo como aperitivo al debate sobre la prisión permanente revisable. Aquí los niveles de surrealismo han dejado a Dalí en el cajón de lo vulgar.

Dependiendo el tipo de crimen y del perfil político de la causa del asesino se opina una cosa o la contraria. Esperpéntico. No se busca definir la pena a aplicar y su justicia, sino que se busca el mejor escenario para los míos y para los que me votan. Hay muertos que merecen más o menos justicia dependiendo la causa que los justifique. Sobre la condena permanente revisable, ¿han oído algo de los procesos de revisión?, es decir que con todo el revuelo que hemos tenido ¿alguno de ustedes sabe qué criterios rigen y cuando aplica una revisión?

Cuando digo que si saben no me refiero a si les ha llegado un whatsapp con faltas de ortografía o una publicación de Facebook con el nombre de “Justica Popular”, sino a conocer cómo funciona el proceso, porque  este sería el quid de la cuestión, ¿no les parece?

Por mí que se pudran en la cárcel todos los que se crean con la autoridad moral de matar, y si la cárcel no realiza su papel rehabilitador, que no salgan a la calle, pero en un sistema con garantías. En esta vida hay que ser consecuente, de forma que si hay quien decide acabar con la vida de otro por la razón que sea, que se atenga a las consecuencias y que las asuma, sea quien sea. Sin turba que los defienda y sin más uniformidad colectiva que la idea de justicia.

Iría mejor haciendo menos bandos y más bondades. No siempre nuestra opinión es la mejor, de hecho ni siquiera es necesaria; a veces son otros a los que tenemos que escuchar y los que eligen la canción que suena. Gracias Gabriel, Patricia y Ángel.


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La turba por Gabriel