• viernes, 29 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Junio, hagamos un trato

Por Fermín Mínguez

Calamaro dice que no se puede decir que una canción es mala, que acusar de maldad es una temeridad. Puede que tenga razón, que las cosas no sean malas en sí mismas y que dependen de cómo las percibimos, de qué hacemos con ellas. Que seamos nosotros quienes las hacemos malas o buenas, importantes o insignificantes.

Junio era un mes como los demás, de hecho era uno de los buenos, el del fin de curso, el de empezar vacaciones, el previo a San Fermín. Era un mes bonito hasta hace cuatro años que se convirtió en el mes de todos los males. Junio me robó media vida, me hizo una herida de esas que se cosen una y otra vez porque nunca cierra. Cuando parece que se calma, que el año se cierra, que la vida sigue como en la canción de Sabina, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, empieza a tirar de las costuras a finales de mayo y se vuelve a abrir como se abrió el volcán de La Palma del que ya no nos acordamos nadie, y se pone a vomitar lava en forma de recuerdos que arrasan todo lo que tocan.

Junio como Othar, el caballo de Atila que por donde pasaba no volvía a crecer la hierba, y por esa manía de hacer profecías de autocumplimento cada año que llega, desde hace cuatro, lo oscurece todo. Junio como zozobra. Junio duele, o dolía. Porque junio no tiene la culpa de nada, de hecho estoy seguro de que es el mes favorito de muchos de ustedes. Junio será el mes preferido de Feli y Julia que es posible que se estén casando mientras leen esto. Es imposible que junio sea malo si hace cosas tan bonitas.  Y es que un mes es incapaz de hacer nada, qué culpa tendrá él que el peor día de mi vida fuera un viernes suyo. Encima un viernes, de esos que siempre recordaba a mis compañeros y que no volví a hacer.

No, la culpa no es de junio ni de los viernes. Que va. La culpa es nuestra que personalizamos en lo que no debemos, que necesitamos un culpable que calme nuestras heridas y enfríe esos ríos de lava que no conseguimos cerrar. La culpa no, el problema.

El problema es que no somos conscientes de que la vida no tiene ni planes ni memoria, es un presente continuo, un hoy repetido, un hoy de hoyes, un este día es la vida de Juan Ramón Jiménez, que decía que ayer es un sueño y mañana una visión.

El problema es quedarnos en el pasado para ver cómo arreglar lo que ya no podemos, o mirar al futuro esperando que éste nos traiga lo que creemos merecer, perdiendo así la oportunidad de disfrutar hoy, de trabajar hoy no para preparar el mañana sino por la satisfacción de hacerlo bien. En esa amenaza del mañana es donde se hacen fuertes los malos, en su chantaje de que si no renuncias al hoy mañana será peor. Ese es el poder del mediocre, creer que tu futuro depende de él. Y ahí está nuestra penitencia y nuestra rendición, en comprar esa idea. Que el futuro será peor, que hay cosas que son malas, que si acuérdate de lo que pasó. Y hay personas malas, claro que sí, muchas. Hay cientos de miles de hijos, hijas, hijes, de puta, puto, pute. Pero pasarán, no perdurarán a menos que les demos ese poder. La vida, la nuestra, no les recordará más allá de aquel día malo que cambiaremos por otro bueno.

Discúlpame, junio. ¿Hacemos las paces? No hay nada de lo que perdí contigo que vaya a poder recuperar. Nada que vaya a compensar los días que reviviré cada año, así que me propongo confiar en que quedan días que llenar, precisamente hoy. Que cada día que viva sea la vida, da igual cuándo sea ese día. Los únicos días malos son los que decidimos no vivir, los que dejamos que otros nos impongan, porque los días que nos marcan de verdad no dependen de nadie. Ojalá. Así los podríamos recuperar o defender de alguna forma.

Así que, junio, hagamos un trato, yo me comprometo a vivir cualquier día como si fuera el último, y tú serás quien me recuerde cada año que debo hacerlo si se me olvida, ¿hace? SI durante el año olvido qué es lo importante, que lo que tengo hoy puede no estar mañana; si cambio conseguir medallas en resolver lo urgente por evitar las caricias que proporciona lo importante; si decido que el criterio de alguien temporal vale más que impactar en alguien definitivo, si hago todo eso, prométeme que cuando vuelvas, si vuelves, claro, me recordarás que un viernes puede tirar al traste todo lo que había previsto.

Recuérdame que lo único que depende de mí es la forma de hacer las cosas, de cuidar y dejarme cuidar, de intentar hacer mejor este día para mí  y para cualquiera con quien lo comparta, y que la oportunidad es una, aunque se repita mil días.

¿Hacemos ese trato, junio? Me olvidaré de ti hasta que llegues y nos rendiremos cuentas, bueno, te las rendiré yo. Te contaré lo feliz que he intentado ser, y lo que feliz que he intentado hacer a otros, y tú te mantendrás como bastión de que no hay otra forma de vivir la vida que así, viviendo y brillando, por muchos días malos que vengan, hoy es la oportunidad de hacerlo bueno. Me comprometo a no pensar que hay cosas, o días, o meses malos. Sólo decisiones.

Yo seré bueno y feliz, y tú me abrazarás cada junio cuando llegue la semana que me cueste mantener la calma. ¿Hecho?

Sean buenos, y sean felices. Y confíen en sus posibilidades, esas no son de nadie más que suyas.
 


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Junio, hagamos un trato