• miércoles, 24 de abril de 2024
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Opinión / Sabatinas

Intacto

Por Fermín Mínguez

A veces es necesario aislarse del ruido que nos rodea y mirar de forma objetiva cómo hemos llegado hasta donde estamos.

Un viejo reloj despertador. ARCHIVO.
"Hay que saber reconocer que la suerte de haberte tenido es mucho mayor que la desgracia de haberte perdido".

La realidad que nos rodea, y que vamos creando, tiñe nuestro presente e incluso contamina nuestro pasado, y algunas cosas es mejor mantenerlas lo más objetivas posible, intactas, porque volver a ellas puede ser la motivación necesaria no solo para seguir a flote, sino para volver a nadar.

Ahora que vivimos instaurados en el “todo mal” decimos que cuesta ver la luz al final del túnel, y nos acostumbramos a vivir en su oscuridad con la esperanza de que en algún momento llegaremos a la luz, como si solo pudiéramos volver a ser felices al salir, como si el túnel en sí mismo no tuviera nada bueno, no fuera real. Con tal de mejorarlo aceptamos como bueno cualquier reflejo que nos llegue de luz. “Mejor esto que nada”, renunciando a la posibilidad de recuperar lo que tuvimos y dando a la melancolía poder de dirigirnos, cubiertos de tristeza.

La melancolía tiene dos caminos posibles, el primero es bañarnos en tristeza e impedir que avancemos porque estamos llorando por lo que perdimos, convirtiéndonos en una especie de plañideras del destino que asumen que nada de lo conseguirán será igual o mejor que lo que tuvieron. Esto hace que entremos en una dinámica de renuncia a la mejora futura porque nos conformamos con no estar mal hoy. Suenan raros los proyectos creativos, los que tienen riesgos, y nos resignamos a mirar solo adelante para subsistir. Permitimos que la melancolía, convertida ya en tristeza, nos coloque unas anteojeras como a los burros para que solo miren adelante y no se distraigan, perdiéndonos lo que pasa alrededor y creyendo a pies juntillas la realidad que vemos delante, como si fuera la única. Si miran la definición de anteojera en la RAE, además de describir esta pieza para caballería, en su última acepción define anteojeras como “Actitud mental o prejuicio que solo permite ver un aspecto limitado de la realidad.” Que fino hila la RAE cuando quiere, ¿no les parece? 

Esta melancolía contagiosa, esa tristeza lánguida y sobre todo ese miedo a volver a perder nos paraliza. El recuerdo triste de lo perdido lo convertimos en miedo en volver a perder, y para quién ha sufrido mucho es paralizante. Tristeza y miedo son un coctel molotov contra la esperanza de recuperar lo perdido, que la incendian y la reducen a su estructura mínima.

Pero hay otro camino para empezar desde la melancolía, y frente a la tentación fácil de llorar por lo que perdimos, se abre el camino de utilizarla como incentivo para volver a ser felices.

Es posible volver a los lugares comunes que perdimos sonriendo. Hay que saber reconocer que la suerte de haber tenido es mayor que la desgracia de haber perdido, lo diré más claro ya que estamos hablándonos cara a cara, sin miedo: hay que saber reconocer que la suerte de haberte tenido es mucho mayor que la desgracia de haberte perdido. El pronombre -te lo pueden rellenar con lo que quieran, personas, lugares o cualquier situación personal. Quienes me leen y me conocen saben cuál es mi “te” y he de decir que empiezo a acercarme a ella con la seguridad de que lo que tuve es mucho mayor y mejor que toda la pena que supuso perderte. Y esa seguridad da alas. Sacudirse el miedo que agarrota la voluntad multiplica las opciones de decidir, y a esta vida hemos venido a tomar decisiones, no a que otros las tomen por nosotros.

He limpiado también todo ese polvo de tristeza que tapaba la caja de los recuerdos, y se ven de otra manera, no reconfortan, porque no hace falta que lo hagan. Porque lo que fuimos tiene un valor en sí mismo, no hay que darle otro mayor, como si no hubiera sido suficiente oigan. Lo que echamos de menos, (desde personas a situaciones vitales pasando por cervezas en terrazas, que no hace falta ponerse místico para echar de menos), tiene valor porque fue importante para nosotros, y no tiene sentido renunciar a ello. ¿Significa esto que lo volveremos a recuperar? Pues claro que no. Lo más normal es que aunque nos lancemos sin miedo y sin tristeza, nos demos una hostia del veinticinco, pero esto forma parte del juego de vivir. Apostar y perder, sabiendo que cuando ganemos tendremos algo para compartir y recordar. 

A lo mejor es todo mas fácil de lo que pensamos. A lo mejor es como dice Elea que de momento es para siempre, y hay que alargar momentos en lugar de esperar felicidades futuras. Que igual hay que empezar a escuchar a niñas de ocho años en lugar de a pensadores de setenta, fíjense que les digo.

A ver si va a ser posible curarse sonriendo, asumiendo las pérdidas como algo que forma parte del triunfo. En la canción que cierra, esa que no suelen escuchar nunca, proponen el recuerdo como trampolín, o así lo he entendido yo y ha habido un clic en mi cabeza.

Mantener intacto el recuerdo de lo que se quiere recuperar puede servir para volver a buscar el camino, y seguramente encontrar otro diferente que merezca la pena ser recorrido. Quien sabe qué nos espera, bueno, malo mejor o peor, lo que si estoy seguro de que si dejamos de buscar con alegría nos construiremos un futuro gris de mordazas y amenazas. Seguro que hay quien nos quiere en un futuro así.

No pierdan los lugares comunes en los que han sido felices, y no porque puedan volver a ellos, que no se puede, sino porque si los han construido una vez, seguro que podrán construirlo otra. Aunque cueste, aunque a veces duela. 

Sonrío. ¿Vamos? Algo de nosotros llegará intacto, con eso nos basta, nos permitirá volver a empezar de nuevo.


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