• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Instrumental

Por Fermín Mínguez

¿Han oído hablar de James Rhodes? Se le conoce como pianista, o concertista de piano, no sé bien como llamarlo.

Me regalaron su biografía, Instrumental, donde habla de los abusos que sufrió de niño y como han condicionado su vida. Y leerlo está condicionando la mía.

El caso de James salió en prensa hace unos meses porque su ex mujer y madre de su hijo quería prohibir que publicase sus memoria porque esto podría afectar al hijo de ambos. Lo quería proteger. Esa manía que tenemos de disfrazar el miedo personal, el propio, con un manto de protección de los demás. ¿Lo recuerdan?

No sé si su forma de escribir es brillante (eso se lo dejo a Eduardo Laporte, que sabe de esto mucho más que yo), pero es increíble cómo impacta con su narración, con pocos efectos, nada sensiblera y sin buscar carnaza, pero el libro dejo que lo descubran ustedes. Yo me lo estoy bebiendo a un ritmo que justifica las ojeras que arrastro esta semana, me tiene enganchado. Mi parte obsesiva está encantada con su lectura, pero hay una parte que me ha llamado mucho la atención.

Hace una descripción inicial, (el prólogo ya merece la pena el libro), de sus miserias. Las narra, las exhibe, las comenta sin pudor y las toma como punto de inicio. Me sorprendió como se plantea salir adelante con todas ellas, no me pareció entender que lo hacía “a pesar” y reconozco que cuando iba por el capítulo 3 me volví a leer el prólogo para cerciorarme.

Creo que entendí bien. La historia es terrible porque los abusos comienzan con 5 años, y él cuenta todo lo que esto le provoca. Ya he dicho en alguna ocasión que me fascinan las historias de personas que salen adelante, lo que yo identificaba como “a pesar de todo” hasta que James apareció en mi vida.

Puede que estemos equivocando la forma de educar a estas generaciones que florecen ahora, puede que, o seguro, que nos hemos equivocado inculcándonos que hay que salir adelante a pesar de nuestros traumas, o nuestras taras, o nuestros miedos. Como si fueran malos, como si para brillar o triunfar fuera necesario llegar limpio de errores o dolores. Como si tuviéramos que pasar una ITV de lo aceptable, lo correcto o lo esperado.

Lo pensaba a la luz de las noticias de adolescentes y menores que se suicidan por no superar la presión del acoso escolar. De cómo permitimos que mezquinos y cobardes ahonden en las debilidades hasta reventarlos. Y de cómo recomendamos superar ese miedo como solución.

¿Y si no se puede superar nunca? ¿Y si nos encontramos con ese miedo en cada esquina que doblamos? ¿Y si alguien, ruín o de vida vacía, nos lo recuerda una y otra vez? ¿Y si siempre hay quien intenta negar que su vida le asquea riéndose de algún aspecto de la tuya? Esa es la reflexión a la que me llevó el Sr. Rhodes. Él decide salir adelante con todo lo que lleva encima, y no debe ser poco.

Ser feliz o consecuente con todo lo que arrastras, o precisamente por todo eso, sin refugiarte en la pena ni en el victimismo. Atravesarlo sin necesidad de superarlo, asumirlo y hacerlo servir para algo bueno, o al menos mejor.

Me vino a la cabeza cuando veía el video de la chica que harta de la presión de los piquetes en la huelga de estudiantes en la UPNA el otro día se levanta y se encara a un grupo de 6 u 8 valientes cobijados en el calor del grupo. Acaba encendida con un “sois unos hijos de puta” que retumba.

Por su voz no parece que haya vencido al miedo, al revés, le tiembla como si no pudiera más. Pero con su miedo agarrado al cuello defiende su postura. La respuesta es que el grupo ni se mueve, y no es capaz más que de emitir unos eh, eh, eh, que denotan más miedo todavía que el de la chica. Curioso. En mayoría y se pliegan. Si ella hubiera esperado a vencer al miedo seguirá sentada en su silla seguramente, y yo no tendría una nueva heroína sencilla que querer conocer.

A veces la vida te permite frases largas, hablar en subordinadas que acaban cuando el ritmo de lo que vives se apaga. Con muchas comas, muchas, muchas comas. Bajando de intensidad y consiguiendo que sientas que tienes el control de lo que sucede como si realmente existiera esa posibilidad de control.

Pero a veces la vida es rápida. Fugaz. Intensa. Te deja sin respiración y te hace correr. Y te sacude. Y te hace daño. Mucho daño. Y entonces no hay espacio para frases largas. Sujeto, predicado. Una y otra vez. Y eres consciente de tus traumas. De tus taras. Y no queda otra que gritar hijos de puta. No queda otra que vivir, como decía Benedetti, a ráfagas de amor.

Hasta que aparece un libro escrito por James Rhodes, o una heroína cotidiana para decirte, desde su frenética intensidad, que se puede afrontar lo que venga. Que no hace falta no tener miedo para avanzar. Y entonces no queda otra que sonreír porque sabes que los buenos van a ganar.

En el libro dice que escuchar la “Chacona” de Bach le salvó la vida. Que la música te pueda salvar la vida, tremendo ¿no creen? Escuchen como la toca. De momento ha conseguido que vuelva a escuchar clásica. Y que deje de perder tiempo en vivir a pesar de para hacerlo por o desde.

Ya me dirán. Espero que mi heroína la llegue a escuchar.


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