• jueves, 28 de marzo de 2024
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Opinión / Sabatinas

Innovación vintage

Por Fermín Mínguez

Es la definición perfecta para este movimiento de neopropuestas de mejora que no son otra cosa que volver aquello que negamos para parecer modernos. O somos una sociedad sin memoria, o una sociedad imbécil o, ojo peligro, ambas son ciertas.

Ideas reflejadas a través de una bombilla.
"La mejor innovación es aquella que mejora la realidad existente, no la que se inventa una realidad paralela que no durará tres días".

El término lo escuché en una jornada sobre Ciudades Compasivas, que es una iniciativa preciosa para involucrar al entorno social en el cuidado de personas con enfermedad avanzada. Resumiendo mucho se trata de hacer partícipe, o co-responsable, a la sociedad de toda la parte nos sanitaria del cuidado de estas personas. No me digan que no es precioso. Se presentaron varias iniciativas y se explicó como se organizaban: acciones, estructuras y demás.

En un momento dado uno de los ponentes, diría que Julio Gómez de San Juan de Dios en Bilbao, dijo esto de la innovación vintage. Vino a decir que muchas de las acciones que estamos presentando como innovación tienen más que ver con recuperar comportamientos antiguos, vintage, que con generar otros nuevos. La innovación está en recuperar mucho de lo que decidimos enterrar en aras de una modernidad que se nos ha revelado algo sosa, fría y bastante perjudicial.

Hay un carro de innovaciones vintage si lo piensan bien. Toda la corriente de comida ecológica por ejemplo. El otro día me sorprendía un cartel que decía “Verdura llegada directamente de la huerta”. ¿De dónde va a venir la verdura?, ¿del after?, lo suyo es que venga de la huerta, vamos, o eso era lo habitual. Si hace unos años alguien hubiera presentado esto como novedad hubiera provocado la risa, ahora no solo no se ríe nadie, sino que encima te cobran un ojo de la cara porque un calabacín venga de la tierra porque es ecológico. Ecológico oigan. Un calabacín. Supongo que el resto serán calabacines mecánicos. Calabacines mecánicos y de after hemos estado comiendo por lo visto.

Diría que estamos llamando innovación a lo que sería arrepentimiento, fíjense. Si a ese orgullo que no nos deja reconocer que algunos cambios que hacemos no dan los resultados esperados, le unimos nuestra capacidad innata de dar más valor a lo que es más caro, y le ponemos la guinda de considerar sólo importante lo que nos afecta pero no nos cuestiona mucho, tenemos la receta de la innovación vintage perfecta.

Y esto aplica también a lo personal y a lo afectivo, claro. Hacemos un drama de situaciones absolutamente banales, que si no me escuchan, que si necesito un curso para aprender a afrontar la frustración de que alguien me diga que no, que si la angustia vital de no saber qué me depara el futuro cómo se gestiona. Innovamos en las relaciones personales a base de no querer asumir que la vida duele. Que quieren que les diga, si por cada no recibido en mi vida hubiera necesitado una tratamiento para entenderlo no hubiera salido de casa antes de los setenta y tres años…

Generamos grandes problemas de los que lo que más nos gusta es quejarnos y promover campañas de mejora para aquello que hemos empeorado nosotros mismos. Ahora estamos pagando los excesos de haber envuelto en plástico hasta los gajos de las mandarinas, cuando no era difícil de ver que bueno no era, y la solución es meter a una adolescente sueca en un velero. Que tampoco parece muy buena idea intentar atracar en A costa da norte en noviembre, como decía alguien el otro día. Pero nos daría igual que pasara algo, porque lo que nos gusta es llorar. Llorar por problemas pequeños en lugar de prevenirlos o solucionarlos. Y a llorar, queridos, a la llorería.

Creo que a lo que llamamos innovación quizás sea solamente honradez, que lo que estamos queriendo hacer es volver a un modelo de sociedad honesto. Un modelo donde sentirse responsable del entorno y cuidado por el mismo, que es más sencillo de lo que parece. En atención sociosanitaria el modelo de referencia es el de Atención Centrada en la Persona, ACP, y si lo piensan bien ¿puede ser de otra forma? ¿Es una innovación centrar una política de cuidado en la persona cuidad? ¿de verdad? Sería bueno reconocer que el modelo centrado en la cuenta de resultados nos ha resultado insuficiente como sociedad y que es tiempo de volver a confiar en las personas. Quienes hayan dejado de hacerlo, claro.

El modelo ya existe, hace años que existe, y en muchos lugares sigue vigente. Ese denostado mundo rural del que hemos renegado en post de la modernidad y que hemos ido vaciando para vivir apilados en ciudades con fibra y 5G lo mantiene. Mi madre tiene la inmensa suerte de vivir en un pueblo precioso de Navarra, y les garantizo que la comunidad la cuida y está pendiente de ella no por obligación sino porque así deben ser las cosas. Y les garantizo también que los calabacines no llegan de otro sitio que no sea una huerta, y no les hace falta ninguna campaña de publicidad.

La mejor innovación es aquella que mejora la realidad existente, no la que se inventa una realidad paralela que no durará tres días. Hay que innovar con raíz, asumir que los fracasos y las dificultades también juegan, y que poner las cosas fáciles no tiene por qué ser bueno. Y aprender a llorar por las cosas importantes, esas que jamás estarán bajo nuestro control y que nos sacudirán en toda la cara el día menos esperado. Las que de verdad no pueden arreglarse. Para esas hay que guardar las fuerzas.

Si lo que buscamos es una sociedad más honesta es bueno recordar que la honestidad es una obligación personal, no coral. Una sociedad honesta es aquella compuesta por ciudadanos honestos, como resumen. Innovar en honestidad estaría bien, entre otras cosas nos limpiaría de perfiles no honestos, ¿innovamos?, o mejor y si me lo permiten ¿recuperamos lo que perdimos y podemos recuperar todavía?


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