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Opinión / Sabatinas

La generación sándwich

Por Fermín Mínguez

¿Han oído hablar de ella? Se llama así a la generación que han sido padres más tarde que la anterior y se ve en la necesidad de cuidar de sus hijos todavía pequeños y de sus padres ya mayores. Como nombre es un churro, pero como concepto es claro.

Dos mujeres mayores con mascarillas pasean por las calles de Pamplona en el segundo día de desconfinamiento de las medidas adoptadas por el Gobierno de España según el Estado de Alarma por COVID-19. En Pamplona, Navarra, a 3 de mayo de 2020.

Dos mujeres mayores con mascarillas pasean por las calles de Pamplona en el segundo día de desconfinamiento de las medidas adoptadas por el Gobierno de España según el Estado de Alarma por COVID-19. En Pamplona, Navarra, a 3 de mayo de 2020.


3/5/2020
Dos mujeres mayores con mascarillas pasean por las calles de Pamplona. ARCHIVO

Como si no tuviéramos suficiente con todas esas etiquetas generacionales, que si generación x, que si y, que si la generación perdida, que si boomers, para que nos pongan otra más, generación sándwich. Hace unas semanas hablábamos aquí de lo vulgar del sándwich, que es algo que gusta a todo el mundo pero que nadie toma en serio, pues esa es mi generación, estupendo. Menos mal que uno viene motivado de serie, que si no costaría mucho creer que nos quieren.

Es curiosos esto de las generaciones, ¿no creen?, tengo la sensación de que antes había menos, que solo se nombraba a las generaciones que hacían algo que merecía la pena, como la del 27, o cuando generaba un cambio social importante. No era fácil que te reconocieran como generación, pero ahora, que pasa la vida a la velocidad de la luz, puedes pertenecer a varias, y casi todas con enfoque negativo. Ahora los cambios se suceden rápido y una nueva generación corre y se empeña en sustituir a la anterior y el riesgo de quedarse fuera es altísimo. No es sólo un tema de la brecha digital o tecnológica, es la capacidad de adaptación lo que provoca el aislamiento, y esa necesidad autoimpuesta de dejar huella como recién llegados.

Las redes sociales tienen mucho que ver con ese encumbramiento fugaz de youtubers, tuiteros, influencers y opinadores de medio pelo que consiguen impactar en un número de seguidores que les ríen las gracias un rato. Son los cinco minutos de fama de los que hablaba Warhol en versión siglo XXI. Lo pensaba el otro día cuando escuchaba a Adriana Lastra decir que agradecía los consejos de los mayores de su partido pero que ahora les tocaba dirigir a los jóvenes, y me produjo cierta tristeza al principio y una preocupación seria después. No sé si se han dado cuenta pero fiar cualquier criterio o derecho a la juventud es la mayor de las estupideces, porque, ¿saben qué, queridos jóvenes?, envejeceréis. Todo el mundo, excepto que sean ustedes Isabel Presley o Jordi Hurtado que son una excepción, envejecerá. Y es más bastantes de vosotros lo haréis mal y pareceréis mayores de lo que sois. Lo siento, de verdad, pero seréis viejos. Adriana, envejecerás, y tu argumento de hoy habilita a que pasado mañana, cuando hayas aprendido y mejorado, alguien te quite la silla porque es más joven.

Los sándwiches lo tenemos peor, porque entre que cuidamos a unos o a otros nos van a ir echando de todos lados. Esta bien que las nuevas generaciones vengan preparadas y con ansia de medrar, pero estamos perdiendo de vista el valor de lo aprendido, de la experiencia. Estamos etiquetando mal a los viejos, seguramente porque nos conviene, y confundimos incapacidad con discapacidad. Claro que hay mucha patología incapacitante vinculada a la vejez, pero también hay mucho imbécil desde la más temprana edad y le estamos pagando un sueldo público sin demostrar valía ninguna, oigan, y aquí nadie habla de tutelarlos. A mí personalmente me dan más miedo los imbéciles que los viejos, que quieren que les diga.

Ser mayor no implica tener discapacidad, pero lo que es más importante, tener una discapacidad no te convierte en incapaz. Hay que potenciar las capacidades mantenidas, en eso consiste la relación de ayuda. Pero para eso hay que ser humilde y generoso, y parece que todos seamos estrellas del rock, y no contentos con los cinco minutos de fama de rigor, exigimos un espacio a costa de los que estaban antes. Y así no vamos bien.

Miren, en la empresa en la que trabajo ahora, que se dedica al cuidado de personas con necesidad de ayuda hay una cosa que hacemos muy bien, bueno, hacemos bastantes cosas bien, pero una en especial, que es no dar por supuesto que sabemos qué tipo de cuidado necesita quien nos llama. Hay que preguntar qué necesita la persona no para ajustarlo al servicio, ni para confirmar nuestras teorías de cuidado, sino para que sea lo más capaz posible y potencie esas capacidades. No les diré la empresa por aquello de no a ver publicidad, , pero les animo a entrar en mi LinkedIn y ver que la web es www.cuideo.com. Sonrío. La generación sándwich necesitamos ayuda, pero mucho más la necesita una sociedad que no entiende el valor de la experiencia, y que no sabe que se puede integrar lo que otros aprendieron sin renunciar a la innovación, a la frescura o a la modernidad más rabiosa.

Tenemos el reto como sándwich de enseñar a los hijos que cuidamos que hay mucho valor en los padres que también cuidamos. Enseñarles que hacerse mayor es un proceso común a todas las personas, menos Jordi e Isabel, y que es de todo menos incapacitante per se. Puede incapacitar, que incluso aquí hay aprendizaje, pero también incapacitan ciertos comportamientos, ciertas sustancias y sobre todo incapacita el amodorramiento que provoca cobrar un sueldo que nunca está en juego.

Se ayuda en positivo, para que el otro mejore, se escucha de forma activa, pero sin dar gritos que asusten, y se decide en base a las necesidades puntuales. Hubiera sido bien bonito que en vez de esgrimir la juventud como justificante de la toma de decisiones, y la vejez como argumento para desecharla, se hubiera dicho qué punto es el que no encaja de forma objetiva.

Que de jóvenes somos bastante imbéciles es fácilmente reconocible, y está bien porque esta imbecilidad agita y estimula a hacer cosas que la prudencia desaconseja. Y lo de que las nuevas generaciones están mejor preparadas no es de aplicación general, como nada en la vida. Miren, les pondré un ejemplo sencillo, a la generación de los viejos incapaces el manual del coche les enseñaba a cambiar las bujías, con un par de gráficos bastaba; y a la generación preparada que los sustituye por incapaces, el manual del coche les dice, subrayado y con símbolos de peligro, que no se beban el líquido de la batería.

De verdad que se puede innovar sin renunciar a valores tradicionales como la reflexión, los buenos modales y el respeto, es más reflexionando y con respeto es la mejor manera de decirle a alguien que ya no aporta, y no hace falta que sea viejo. No saber reconocer el valor de las generaciones anteriores es una incapacidad funcional y no una discapacidad potenciable.

Y si tienen dudas, pregúnteles a Isabel y Jordi. Seguro que les dicen que menos poner nombres horteras a las generaciones, y más remangarse las manos para trabajar y limpiarse las orejas para escuchar. ¿No creen?


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